Cuando Dallas McGowan vio por primera vez en meses a su amigo Mario Ramírez —bueno, por primera vez en persona— apenas pudo contenerse.

“Corrí, lo abracé y hasta lo levanté”, dijo McGowan, relatando aquel momento, vivido este verano en el centro comercial Westfield Santa Anita, en Arcadia.

McGowan se ríe un poco al contar esta historia. Ramírez, sentado a su lado en la biblioteca de la escuela St. Elizabeth of Hungary, de Altadena, rodeado de libros, de risas y de algunos adornos navideños, muestra una gran sonrisa al recordar ese momento de alegría desinhibida, aunque consciente de que ésa no fue la primera vez que sus amigos lo habían levantado.

Fue en febrero (ni más ni menos que en el día de San Valentín) cuando Ramírez, que estaba entonces en quinto grado, quedó atrapado por el fuego cruzado de disparos que estallaron afuera de su casa, recibiendo múltiples impactos.

Dice que con frecuencia la gente le pregunta qué se siente al recibir un disparo. “Arde”, les dice él. “Y luego todo tu cuerpo se adormece. Después de que recibí el primer impacto, mis oídos empezaron a zumbar; luego ya no pude escuchar los demás disparos. Y después estaba ya en el suelo”.


El equipo de Los Angeles Lakers sorprendió a Ramírez, fan acérrimo de ellos, con obsequios especiales con motivo de su cumpleaños, que fue en marzo, y que él pasó en el hospital. (GoFundMe)

La preocupación de sus amigos era encontrar qué podrían hacer por él. Por ser alumnos de la escuela St. Elizabeth, su primera idea fue la de la oración. Para McGowan, que había estado jugando videojuegos en línea con Ramírez poco antes de que le dispararan, la oración era lo único que verdaderamente parecía tener sentido.

“Oré cuando me enteré [de que a Ramírez le habían disparado] porque no sabía lo que estaba pasando”, dijo McGowan. “Fue impresionante. Quince minutos antes de que esto sucediera, yo pasaba frente su casa. Si me hubiera detenido a verlo y ambos hubiéramos estado en el porche, podríamos haber recibido los disparos los dos”.

Para Johanna Jiménez fue importante orar porque dice que ella ora por todas las personas importantes de su vida. Jiménez, quien vive a sólo cuatro cuadras de Ramírez, había escuchado los disparos, pero pensó que eran fuegos artificiales.

Cuando se enteró de qué era lo que había escuchado, oró porque “era importante; él y yo hemos sido amigos desde el kinder. Quería que él estuviera bien y que mejorara”.

Andre Ball dijo que su familia oraba regularmente por Ramírez porque lo que a él le sucedió “fue impactante, aterrador. Podría haberme sucedido a mí”.

Después del tiroteo, pasaron meses antes de que Ramírez volviera a ver a su mejor amigo, Dallas McGowan. “Corrí, lo abracé y hasta lo levanté”, recordó McGowan sobre el encuentro de ambos. (Víctor Alemán)

Laura Navarette, cuya hija Yael Correa ha sido amiga de Ramírez casi toda su vida, dijo que St. Elizabeth “es una parroquia que ora”, y Correa pronto se sintió inclinada a orar cuatro veces al día, a veces ante el pequeño altar que la familia colocó en su sala de estar, orando ahí porque cuando se enteró de que le habían disparado a Ramírez, “estaba muy asustada. Simplemente no podía entender una cosa así”.

¿Quién podría hacerlo?

Ramírez permaneció en el hospital durante tanto tiempo que ni siquiera sabe con seguridad cuánto tiempo estuvo allí, aunque sí sabe que fue lo suficiente como para llegar a celebrar ahí su cumpleaños número 11, en el mes de marzo.

“Yo solía llorar mucho porque quería ver a mi familia. Me pareció que fue mucho tiempo”.

Fue por medio de FaceTime que se reconectó por primera vez con sus amigos.

“Ellos me dijeron que estaban orando por mí”, dijo. “En ese tiempo iban a operarme; y la cirugía da algo de miedo, así que me sentí agradecido con ellos”.

Por supuesto, siendo esta la temporada navideña y el fin de año, Ramírez y sus amigos no pueden evitar pensar en lo que han pasado y en lo agradecidos que se sienten de haber sobrevivido y de encontrarse todavía juntos.

La clase de sexto grado de St. Elizabeth of Hungary, a principios de este mes. A la izquierda está la maestra Stephanie Hickey. (Víctor Alemán)

Los amigos son ahora estudiantes de sexto grado. Su nueva maestra, Stephanie Hickey, sabía que este era “un grupo bastante especial.

“Me sentí entusiasmada de tener en mi clase a un grupo de amigos, especialmente a un grupo que había prestado su apoyo de esta manera. Fue un regalo para mí tener eso en el salón de clases”.

Hickey dijo que sabía que los amigos de Ramírez lo apoyaban a través de la oración. Esto no la sorprendió.

“Tratamos de inculcar eso en los niños”, dijo ella. “La clase recurre a la oración porque es lo que están acostumbrados a hacer”.

Ella comentó que suele recordarles a sus alumnos que lo que han soportado durante los últimos dos años, una pandemia y el tiroteo de uno de sus compañeros de clase, no se parece en nada a lo que ella tuvo que afrontar al crecer.

“Ellos tienen mucha fortaleza. Cuando veo por lo que han pasado, lo que han podido atravesar gracias a la oración y a la amistad que los une, es algo realmente edificante. Recibo mucho a través del ejemplo de ellos”.

Aunque es algo admirable que este grupo haya logrado superar momentos difíciles que no se esperaban, es también un hecho que son niños. Por eso, a Hickey le da mucha alegría verlos, como los vio el día anterior, colaborando juntos en lo que se llama la “línea de autos” ayudando a los estudiantes a salir de los autos y haciendo algunas “bobadas”.

“Es decir, algunos estaban bailando, otros practicando saltos verticales. Este grupo necesita hacer bobadas. Todas las cosas por las que están pasando producen mucho estrés. Y a veces tienes que relajarte”.

Phyllis Cremer, directora de la escuela Santa Isabel de Hungría. (Víctor Alemán)

Como directora de la escuela St. Elizabeth, Phyllis Cremer dijo que “Hacer bobadas” es parte del objetivo para sus estudiantes.

“Encontramos maneras de dejar que sigan siendo niños”, dijo ella. “Ése es realmente nuestro mantra, queremos que hagan simplezas. Y creo que ése es el asunto, hemos creado un entorno en el que los niños pueden ser simplemente niños, no necesitamos que ellos crezcan más rápido de lo necesario”.

Pero muchas veces el mundo no coopera. En julio, dos hombres de alrededor de 20 años de edad fueron acusados de intento de asesinato por ese tiroteo y, lamentablemente, el tiroteo de Ramírez no es el único incidente de violencia con armas de fuego de la zona. McGowan puede platicarles sobre las ocasiones en que tuvo que cancelar una práctica de equipo en un parque local, debido a disparos. Recientemente, otro niño, de tan solo 13 años de edad y que jugaba videojuegos en su propia habitación, fue alcanzado por una bala perdida y murió.

Ramírez y sus padres visitaron a la familia del niño y les llevaron comida de su restaurante.

“Oré por ese chico. Fuimos a su casa a apoyar con una donación”, dijo Ramírez. “[La familia] sabía lo que me ocurrió a mí. Conocimos a la familia y platicamos con ellos. Y ellos nos dijeron que se sentían agradecidos de que yo estuviera vivo. Les dijimos que estábamos tristes por la muerte de su hijo”.

Aunque está feliz de haber regresado a la escuela, de estar nuevamente con sus amigos y de estarse preparando nuevamente para una Navidad que reunirá a la gente en persona, Ramírez admite que él ha batallado con algunas cosas, especialmente con salir a la calle.

Mario Ramírez (Víctor Alemán)

“No me gusta mucho salir a la calle porque ahí es donde ocurrió [el tiroteo]. He rezado para tener la fuerza para salir”.

Tan sólo unos minutos después de un par de excelentes bobadas él está afuera, de pie y riendo con McGowan, abrazados uno de otro.

“Si rezas, realmente puede suceder algo; verdaderamente puede ocurrir”, dijo McGowan. “Si tú oras, puede suceder. Dios puede hacer cualquier cosa”.

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Steve Lowery
Steve Lowery comenzó su carrera periodística en Los Angeles Times, y desde entonces ha escrito para The National, Los Angeles Daily News, Press-Telegram, New Times LA, el District y el OC Weekly. Es el editor de arte y cultura para el Post, supervisando el Hi-lo. Tiene dos hijos adultos.