Fue en diciembre de 1991, al asistir a una novena en honor a Nuestra Señora de Guadalupe en la Iglesia de San Finbar, en Burbank, cuando me enteré de que existía un pequeño trozo de tilma de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, en la ciudad de Los Ángeles.

El vicario parroquial de ese tiempo, el Padre Peter Irving, explicó que esta reliquia era conservada en el Centro de Archivos Arquidiocesano de la Misión de San Fernando y que la había solicitado para que visitara la Parroquia de San Finbar, durante la novena. Este pequeño pedazo de tilma es el único trozo de la tilma existente fuera de la Ciudad de México. Como yo soy una devota hija de María, este hecho se me quedó providencialmente grabado en la memoria.

No me imaginaba que una década después, Nuestra Señora salvaría la vida de mi esposo, Vicente.

El viernes 3 de mayo de 2002, mi esposo sufrió un colapso debido a la ruptura de un aneurisma cerebral que tenía. Inmediatamente después, cayó en estado de coma y perdió los signos vitales en el camino al hospital. Se dijo que tenía menos del 5% de posibilidades de sobrevivir. Tenía 42 años de edad.

Cuando fuimos a verlo al hospital, fuimos recibidos por un equipo médico que nos condujo a una oficina privada y nos explicó que él estaba gravemente enfermo y que probablemente no pasaría de la noche. Dos sacerdotes diferentes fueron a ungirlo esa noche.

El neurocirujano de guardia realizó en él un procedimiento de emergencia, que consistió en perforar un agujero en el cerebro de mi esposo para aliviar la presión. La ventriculostomía drenaba su fluido cerebral y la sangre de su cerebro sangrante en una bolsa. El médico decía que, si sobrevivía la noche, intentaría realizarle una cirugía cerebral.

Cientos de personas empezaron a rezar por su recuperación. Lo que siguió fue una serie de milagros, que fueron llegando, uno tras otro.
Ian, un amigo de la familia de 10 años, ofreció su Primera Comunión por mi esposo el sábado 4 de mayo. El tío de Ian era el médico de mi esposo y en el momento en que Ian estaba recibiendo la sagrada Comunión, mi esposo despertó milagrosamente del coma.

Vicente y Alma Cornejo asisten a una boda en 2002, poco tiempo después de que la ruptura de un aneurisma cerebral casi acabara con la vida de Vicente.

A través de lo que firmemente creo que fue una intervención divina, mi esposo fue transferido al Hospital Keck de la USC, en donde los médicos pudieron sellar el aneurisma cerebral con una espiral endovascular (una técnica pionera que se había empezado a usar hacía poco en ese tiempo) en lugar de recurrir a una cirugía a cerebro abierto.

Él pasó las siguientes cuatro semanas en terapia intensiva. No reconocía a nadie, ni siquiera a mí, su esposa. Desarrolló múltiples complicaciones y los médicos de Keck querían esperar a que él se estabilizara antes de colocar una derivación en su cerebro, ya que estaba drenando más del 90% de su líquido cerebral en una bolsa externa.

Le pregunté a varios neurocirujanos sobre la idea de intentar una cirugía en un hombre tan enfermo. Todos ellos dijeron que definitivamente necesitaría esa cirugía, a lo cual yo respondí que estábamos orando por su recuperación, sin que hubiera necesidad de una derivación.

Era fácil ver que estábamos rezando: un sacerdote norbertino decía Misa todos los días en su cuarto, un sacerdote del Opus Dei lo visitaba diariamente y la habitación estaba decorada con estampas de santos, del Beato Álvaro del Portillo y de San Josemaría Escrivá, entre muchos otros.

El 12 de mayo, día de las Madres, los médicos vinieron a informarme que él había empeorado. Había desarrollado una meningitis y ellos no podrían colocar la derivación que tanto se necesitaba, lo cual lo ponía en mayor peligro de desarrollar otra infección.

Para empeorar las cosas, no estaba respondiendo a los antibióticos. Nada parecía bajarle la fiebre, así que se le colocó sobre una capa de hielo en un esfuerzo por reducirle la temperatura.

Pregunté nuevamente si la derivación era necesaria y los médicos me dijeron que no sólo era necesaria, sino urgente. Pregunté acerca de su pronóstico y los médicos me dijeron claramente que probablemente nunca caminaría ni reconocería a la gente.

Fue entonces cuando recordé la reliquia que estaba en la Misión de San Fernando.

Nuestra familia asistió a Misa en la misión y mi esposo era ministro extraordinario de la Sagrada Comunión. Entonces le pregunté a Mons. Francis J. Weber, el archivero de la arquidiócesis, si él podría traer la reliquia. Llegó al hospital el 15 de mayo y bendijo a mi esposo con el único trozo de tilma que existe fuera de México.

¡Estaba segura de que Nuestra Señora haría un milagro! Mi esposo tenía un tubo que salía de su cabeza y múltiples catéteres intravenosos. Reposaba sobre una capa de hielo. Tenía una infección cerebral, pancreatitis y hepatitis y no respondía al tratamiento.

Pero el jueves, el médico notó que mi esposo estaba drenando sólo un 50% de líquido cerebral en la bolsa, solamente un 25% el viernes y nada el domingo. ¡Obtuvimos el milagro!

El lunes, llegó un equipo de unos 15 neurocirujanos y estudiantes para examinar a mi esposo y para revisar su historial médico. Aunque no estaba “fuera de peligro” y todavía estaba en terapia intensiva en ese momento, el neurocirujano principal dijo que no tenía una explicación médica para la curación.

Lo imposible se hizo posible y mi esposo no necesitaría de una derivación.

“Señora Cornejo, no sé a quién le rezó, pero si alguna vez necesito un milagro, la llamaré”, dijo el médico.

Mi esposo empezó a recuperarse a pasos agigantados y llegó a casa el 6 de junio. Incluso tuvimos otra hija después de cinco abortos espontáneos (todo lo cual ocurrió antes de la enfermedad de Vicente). Llamamos a la niña Frances Marie, porque, después de todo, no podíamos dejar de incluir a nuestra Santísima Madre en su nombre.

Aunque no pudo volver al trabajo, 17 años después, Vicente es un esposo amoroso y un padre alegre para sus cinco hijos, un feligrés devoto de la Iglesia del Ángel Guardián, de Pacoima y sigue siendo un apasionado músico.

Vicente y Alma Cornejo en una foto reciente. (Alma Cornejo)

Puse mi historia por escrito porque hemos visto la intercesión de la Virgen en nuestras vidas y porque al mirar mi vida hacia atrás, sé que estamos a salvo en los brazos de Jesús.

En esta gran “Ciudad de los Ángeles”, todavía es posible ser bendecido de manera especial por esta reliquia y puedo decirle a los demás con confianza: Llévenle a ella sus necesidades, ella siempre será nuestra madre.

Por eso, Vicente y yo celebramos el 11 de diciembre la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, que es donde se encuentra ahora permanentemente la reliquia de la tilma: para darle las gracias a ella y mostrarle nuestro amor.