Después de haber llegado a este mundo a pesar de tener todo en contra, de perder a su padre a la edad de 8 años y de sobrevivir a una batalla contra el cáncer, el padre Adrián San Juan sabía con certeza una cosa: que “prefería estar con el Señor”.

Esa actitud —y el recuerdo del celo que el joven sacerdote tenía por Cristo— son el consuelo que les queda a los afligidos feligreses, parientes y compañeros sacerdotes sorprendidos por la noticia del repentino fallecimiento del joven de 43 años, el sábado 19 de septiembre, después de sufrir un colapso al inicio de una boda, en la iglesia San Lino, en Norwalk, en donde prestaba sus servicios de administrador.

“Él murió haciendo lo que más le gustaba: celebrar la Eucaristía”, dijo Rafael Alvarez, feligrés y seminarista de San Lino, en el Centro de Formación Sacerdotal Reina de los Ángeles. “Ése era uno de los momentos más felices para él”.

Álvarez estaba allí, ayudando al padre San Juan cuando éste entró bajo el toldo de la “iglesia al aire libre” de la parroquia, besó el altar y esperó a que la procesión de bodas se dirigiera hacia el altar. Pero unos momentos más tarde, algo “parecía no estar bien”, y ante la sorpresa de Álvarez, el Padre San Juan fue a sentarse en la silla del presidente antes de caer al suelo.

Se llamó a los paramédicos y éstos intentaron resucitar al Padre San Juan —que aparentemente había sufrido un ataque cardiaco— antes de llevarlo al Hospital PIH Whittier, en lo que otro sacerdote de San Lino, el Padre Marco Reyes, prestó su apoyo para continuar con la boda.

El Padre San Juan fue declarado muerto poco después. A un pequeño grupo de miembros de la familia se les permitió ingresar brevemente en el hospital y un sacerdote pudo darle los últimos auxilios espirituales.

Hasta el jueves 24 de septiembre, los planes del funeral seguían pendientes, en tanto que la familia del sacerdote esperaba noticias del médico forense del condado sobre la causa oficial de su muerte.

Sin embargo, a pesar de la conmoción por la muerte del sacerdote, que parecía estar en buena salud, los que conocieron al “Padre Adrián” le dijeron a Ángelus que se sintieron reconfortados por el hecho de que su fallecimiento se produjera ante el altar, después de tener una “segunda vida” en la que cual vivió su vocación al máximo.

El padre Adrián San Juan canta con la maestra de la escuela de San Lino, Issa Santos, durante el concierto de la parroquia, “Hope in Harmony” (“Esperanza en la Armonía), el año pasado. (Fotografía de Faith Cherisse)

El padre San Juan fue el último de seis hijos y nació en 1976, en Valenzuela, Filipinas, en las afueras de la ciudad capital de Manila. Su nacimiento fue recibido como una sorpresa milagrosa, 11 años después del hermano que le precedía en edad dentro de la familia.

“Debido a la avanzada edad de mi mamá, ella tuvo un embarazo muy crítico [con el padre San Juan]”, dijo Victoria Siongco, hermana del difunto sacerdote. “Estuvo a punto de perderlo”.

Su madre, Gloria, pasó los últimos meses del embarazo obligada a guardar reposo en cama y rogándole a Dios por la vida de su hijo.

“La veíamos todos los días rezando con los brazos extendidos, como expresión de sacrificio, orando para no perderlo”, recuerda Siongco.

Tanto el Padre San Juan como su madre sobrevivieron a lo que su familia dice que fue un parto difícil. Ocho años después, la familia volvió a enfrentar una época difícil, cuando el padre de familia, Carlos, falleció por un cáncer de pulmón.

Como lo recuerda Siongco, su hermano pequeño mostró señales de vocación incluso antes de empezar la escuela primaria. Le fascinaban las procesiones religiosas y a la edad de 3 años ya cantaba en la iglesia.

“Amaba a los santos, le encantaba orar, disfrutaba cantar, le gustaba todo lo relacionado con la Iglesia”, dice Siongco.

Para cuando terminó la escuela secundaria en 1994, ya había terminado la relación con su novia de aquel tiempo, con la intención de ingresar al seminario.

Los más cercanos al Padre San Juan dicen que su vida quedó marcada sobre todo por una experiencia de vida o muerte que vivió durante ese tiempo: un diagnóstico de cáncer testicular en 2002, pocos meses antes de su ordenación al diaconado.

La quimioterapia lo dejó sin pelo, pálido y delgado, pero se formó el propósito de continuar con el proceso de su ordenación al diaconado. Familiares, amigos, compañeros seminaristas e incluso sus profesores se unieron a él en oración y el cáncer entró en remisión en 2003. Fue ordenado sacerdote al año siguiente.

El padre Adrián San Juan (extremo derecho) dirige un coro de sacerdotes filipinos de la Arquidiócesis de Los Ángeles en la Misa anual Simbang Gabi, en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, en diciembre de 2016. (Victor Alemán)

“Esta es mi segunda vida, sin lugar a dudas”, le dijo el Padre San Juan a la revista Phillipine Sunday Inquirer de Manila, en una entrevista posterior a su ordenación en 2004. “Me veo a mí mismo en las manos de un Padre amoroso. Esta segunda vida es la revelación que él me hace de que tengo una misión que realizar en Su Nombre”.

En la misma entrevista, el nuevo sacerdote compartió que la batalla contra el cáncer lo había provisto de más alegría y de una fe más fuerte.

“La vida no siempre será un viaje de certezas, ni puede ser controlada según la manera en que nosotros la planeamos”, continuó. “Vendrán las dudas y las, así llamadas, pruebas. Pero si buscamos a Dios en todas las cosas, aprendemos que el amor de Dios está en todas partes”.

El sacerdote atribuyó su “segunda vida” especialmente a la Divina Misericordia, a la Virgen María y a la milagrosa intercesión de Santa Teresa de Lisieux, hacia quien tuvo una ferviente devoción durante el resto de su vida.

Después de pasar seis años desempeñando su ministerio en parroquias y escuelas de Manila, el Padre San Juan se cambió a la Arquidiócesis de Los Ángeles en 2010, con el fin de estar más cerca de su familia. Sirvió en varias parroquias, incluyendo en la de San Juan Bautista, en Baldwin Park, en Sta. Magdalena, en Pomona y San Pedro Claver, en Simi Valley, antes de llegar a San Lino en 2019. Fue incardinado oficialmente como sacerdote de la arquidiócesis en 2015.

El Padre San Juan era conocido entre sus hermanos sacerdotes, como un “sacerdote santo que tenía un maravilloso sentido del humor y que siempre tenía una sonrisa en el rostro”, según dice el Vicario para el Clero de la Arquidiócesis de Los Ángeles, Mons. Jim Halley.

El Obispo Auxiliar, Alex Aclan, recordó cómo poco después de llegar a la arquidiócesis, el entonces Mons. Aclan le encargó dos veces al Padre San Juan que escribiera la música de dos obras musicales para recaudar fondos en beneficio de la Asociación de Sacerdotes Filipinos de Los Ángeles.

Y durante la Misa anual de Navidad Simbang Gabi, en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, fue el Padre San Juan quien se encargó de dirigir el canto en tagalo de sus hermanos sacerdotes filipinos después de la Comunión.

“Así se ganó el cariño de los sacerdotes filipinos de aquí”, relató el obispo Aclan. “Era un excelente compositor, pianista y vocalista”.

El padre Adrián San Juan (extremo derecho) dirige un coro de sacerdotes filipinos de la Arquidiócesis de Los Ángeles en la Misa anual Simbang Gabi, en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, en diciembre de 2016. (Victor Alemán)

Uno de esos sacerdotes, el padre Rizalino “Riz” Carranza, pasó cuatro años con él en la iglesia San Pedro Claver, en Simi Valley, de la cual el padre Carranza es párroco y donde el Padre San Juan prestó sus servicios como vicario de 2015 a 2019. El Padre Carranza dice que el padre San Juan era el más maravilloso “sacerdote para el pueblo”, era un predicador talentoso cuyo entusiasmo al celebrar la Eucaristía era contagioso.

“Realmente atraía a mucha gente de diferentes edades, desde los de más edad hasta los más jóvenes”, recuerda el padre Carranza.

En privado, su antiguo párroco dice que el Padre San Juan era un hombre de profunda oración. Al cruzar el umbral de su habitación, el Padre Carranza veía a veces al padre San Juan de rodillas con una vela encendida.

“Él siempre decía que prefería estar con Dios”, dice el padre Carranza.

En San Lino, en donde el Padre San Juan pasó el último año de su vida, la administradora de negocios de la parroquia, Ana Engquist, dice que el impacto del corto tiempo que pasó allí se sentirá durante mucho tiempo.

Rafael Alvarez (segundo desde la derecha) con el Padre San Juan y con el “equipo de transmisión en vivo” de San Lino durante el encierro causado por el COVID-19 a principios de este año. (Fotografía de Faith Cherisse)

“Él le comunicó una fuerte espiritualidad a la parroquia”, dijo Engquist, lo cual incluyó el organizar un grupo de oración a la Divina Misericordia, como lo hizo en San Pedro Claver. “Cuando llegó, dijo muy claramente que íbamos a ser una familia y ese concepto era un tanto extraño para mí. Yo estaba acostumbrada a tener una relación de trabajo con los sacerdotes de la parroquia”.

En lugar de ello, el Padre San Juan le dijo al personal de la parroquia que comerían, rezarían e incluso pelearían juntos, siempre y cuando, por supuesto, se perdonaran mutuamente después.

“Su objetivo era llevarnos al cielo y hacer que viviéramos realmente nuestra fe, no sólo los domingos, sino día con día, realizando las pequeñas cosas de la vida para llegar al cielo”, dijo Engquist.

Engquist y Álvarez estuvieron de acuerdo en que el nuevo administrador fue una presencia unificadora para la parroquia durante el último año.

“Él pudo traer sanación para el personal de la parroquia y restauró los ministerios que no funcionaban”, dijo Álvarez, a quien el Padre San Juan guió y alentó en su decisión de ingresar al seminario este año.

Durante los últimos meses de la pandemia del coronavirus (COVID-19), el Padre San Juan adoptó un enfoque “práctico” para ofrecerle los sacramentos a sus feligreses, ya fuera organizando un equipo para transmitir Misas en vivo o construyendo una “iglesia al aire libre” digna, en el estacionamiento parroquial, con un estrado y una carpa, cuando las restricciones del COVID-19 requirieron obligatoriamente que los servicios religiosos se llevaran a cabo al aire libre durante este verano.

Rafael Alvarez (segundo desde la derecha) con el Padre San Juan y con el “equipo de transmisión en vivo” de San Lino durante el encierro causado por el COVID-19 a principios de este año. (Fotografía de Faith Cherisse)

“Él murió haciendo lo que más le gustaba y creo que vino a nuestra parroquia para sanarnos de muchas maneras. Y cumplió con esa misión”, dijo Engquist.

Parte de esa misión fue acompañar a jóvenes como Álvarez y a la pareja que él había preparado para casarse en ese fatídico día, para abrazar sus vocaciones. Entre ellos también estaba su propia sobrina, a quien el Padre San Juan también estaba ayudando a prepararse para casarse con su novio.

Siongco le dijo a Angelus que ella y su hermana “Fely” (que viven, ambas cerca de Walnut) extrañarán las visitas de su hermano que, en sus días libres iba con ellas para comer juntos, para planear las vacaciones y para realizar caminatas de 6,000 pasos para ayudarlas a mantenerse en forma.

Incluso ante la pérdida de su hermano pequeño, el capellán de la familia y el compañero de viaje, Siongco dice que su familia se siente consolada por la sobreabundancia de mensajes en las redes sociales acerca de todas las vidas a las que benefició el Padre San Juan, lo cual es evidencia del buen fruto que dio su vocación.

“Es un honor para el padre Adrián el haber sido convocado por el Señor”, dice Siongco. “Cuando nuestro jefe celestial nos llama, ¿quién podría decirle que no?”