Durante los casi quince años que vivió en el sur de California, el p. Moisés Chikwe siempre estaba haciendo algo, incluso cuando no estaba tomando cursos de posgrado en la Universidad Loyola Marymount y en UCLA.

El sacerdote nigeriano ayudó en parroquias, visitó a los enfermos en los hospitales locales, sirvió como capellán de un grupo de oración, se unió a partidos de fútbol después de las misas dominicales. Incluso repartía rosarios a desconocidos en el paseo marítimo de Venice Beach.

Entonces, cuando llegó a California la noticia de que Chikwe, ahora obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Owerri, Nigeria, había sido secuestrado junto con su conductor el día 27 de diciembre, contó con una extensa red de viejos amigos orando por su liberación.

“Todos aquellos a quienes se lo pedimos, empezaron a organizar cadenas de oración como locos”, dice Gary Micaletti, que se hizo amigo del “Padre Moisés” durante el tiempo que éste pasó en la iglesia de San Marcos, en Venecia.

Antiguos feligreses de la iglesia de San Marcos y de las parroquias de San Diego en donde él sirvió, corrieron la voz. Familias, grupos de oración y conventos, incluidas las Hermanas Carmelitas de Alhambra, se movilizaron rápidamente para orar. Los sacerdotes nigerianos que sirven en la Arquidiócesis de Los Ángeles estaban al teléfono, proporcionando actualizaciones.

Sus esfuerzos no fueron vanos. Cinco días después de que el obispo Chikwe y su conductor, Ndubuisi Robert, fueran secuestrados, la Arquidiócesis de Owerri anunció que habían sido liberados, “ilesos y sin rescate”.

“A DIOS sea dada la gloria”, decía una publicación del día de Año Nuevo en la cuenta de Facebook de la arquidiócesis.

El arzobispo de Owerri, Anthony Obinna, quien visitó a Chikwe, de 53 años, poco después de su liberación, dijo que “se veía y se sentía muy débil por la traumática experiencia”. Un video que circuló en redes sociales mostró más tarde al obispo Chikwe celebrando con simpatizantes, bailando con su sotana blanca de obispo y mostrando su brillante y característica sonrisa.

“Era famoso por esa sonrisa”, dice el P. Michael Rocha, quien fue párroco de la iglesia de San Marcos en el tiempo en que Chikwe estuvo allí. “Siempre estaba alegre. Esa sonrisa y esa risa, eso es lo que hizo que la gente de aquí se encariñara con él”.

Padre Moses Chikwe con Gary y Cynthia Micaletti en una visita a San Simeon, California durante su tiempo como sacerdote estudiantil en California. (Gary y Cynthia Micaletti))

Chikwe llegó por primera vez a California en 2002, cuando su diócesis natal, de Nigeria, lo enviara a la Universidad Loyola Marymount para estudiar administración educativa. Primero llegó a vivir a la Parroquia de la Visitación, situada a pocas cuadras del campus de la escuela, en Westchester.

Esteban Hernández, que en aquel entonces era estudiante de secundaria en la escuela parroquial, recuerda con cuanta facilidad se relacionaba el joven sacerdote con los estudiantes, a pesar de su fuerte acento y de ser nuevo en el país.

“Al estar en su compañía te dabas cuenta de que era un tipo simplemente encantador”, recuerda Hernández. “Sentías que siempre podías acercarte a él en el patio de la escuela durante el recreo o después de la misa y hablarle de cualquier cosa”.

Después de obtener su maestría en LMU, Chikwe se quedó ahí para realizar un doctorado en educación en UCLA. Vivió en el campus de la escuela de Westwood por un corto tiempo, hasta que el P. Rocha se ofreció a alojarlo en San Marcos. A Chikwe no hubo que decírselo dos veces.

“Él Tenía ese tipo de personalidad extrovertida”, recordó el P. Rocha, ahora párroco de la iglesia San Pascual Baylon, en Thousand Oaks. “Quería estar nuevamente en una parroquia y la gente lo recibió con cariño y le dio la bienvenida”.

Durante sus cinco años en Venecia, Chikwe ayudó como capellán de hospital y ejerció el ministerio de director espiritual en la Legión de María de la parroquia. Fue allí donde trató de cerca a Gary Micaletti y a su esposa Cynthia, a cuya hija bautizó. Los Micaletti lo consideraron parte de su familia, invitándolo a menudo a acompañarlos a cenar y a hacer excursiones a las misiones de California.

En una ocasión, los Micaletti lo llevaron a los Estudios Universal, en donde Cynthia lo convenció de que se subiera al paseo de la Momia. Chikwe, como recordaron entre risas, prometió que nunca volvería a confiar en ella.

“Todos los que lo conocen saben que es un hombre muy humilde, simplemente un hombre con un corazón hermoso”, dice Gary.

En 2011, Chikwe se mudó a San Diego, en lo que completaba sus estudios de doctorado. Ahí prestó sus servicios en la Catedral de San José, en el centro, y en la iglesia de San Marcos en San Marcos, trabajando al mismo tiempo como capellán del hospital de veteranos de ese lugar.

Las amistades que formó con los Micaletti y con sus antiguos feligreses han sobrevivido a la prueba del tiempo y de la distancia. Incluso después de recibir su doctorado en 2013 y de regresar a casa para dirigir la oficina de educación religiosa de Owerri, Chikwe regresaba durante los veranos para ayudar en la iglesia de San Marcos, en San Marcos y en San Pascual Bailón.

Sus amigos de Chikwe le dicen a Angelus que él siempre ignoraba las sugerencias de que algún día pudiera ascender en la jerarquía de la Iglesia. Pero a fines de 2019, las predicciones de ellos se cumplieron cuando el Papa Francisco lo nombró obispo auxiliar de su diócesis de origen, Owerri, en el sudeste de Nigeria.

“Varias veces le dije, “Moisés, te lo digo ahora, un día llegarás a ser obispo’. Él gritaba y reía, diciendo ‘definitivamente no’”.

“Él tenía sencillamente esa presencia pastoral, ese amor por la fe y esa habilidad de reunir a la gente”, dice Rocha. “Creo que a eso es a lo que está llamado un obispo”.

Obispo Moses Chikwe (Imagen de cortesía a través de la Agencia Católica de Noticias)

La nueva asignación de Chikwe implicó asumir el papel de pastor en uno de los lugares más peligrosos del mundo para un católico.

De las más de 4,000 personas cristianas asesinadas por su fe en todo el mundo en el año 2018, alrededor del 90% eran de Nigeria, según el grupo de ayuda Open Doors.

Los cristianos nigerianos enfrentan la violencia por parte de los pastores fulani —predominantemente musulmanes— en el “cinturón medio” del país, una región que separa el norte musulmán de Nigeria y del sur cristiano, así como de los terroristas islámicos de Boko Haram, afiliado a ISIS, y de las bandas criminales que vagan por la zona.

Desde la elección del presidente Muhammadu Buhari, en 2015, la situación de seguridad en Nigeria se ha deteriorado, dice el p. Chidi Ekpendu, un sacerdote nigeriano que trabaja como juez en el tribunal de matrimonios, de la Arquidiócesis de Los Ángeles.

Aunque ha habido un reciente aumento en el número de sacerdotes capturados para extorsión, el secuestro de un obispo es algo que “no tiene precedentes”, le dijo el P. Ekpendu a Angelus.

“Hay mucha confusión”, dice Ekpendu, cuya diócesis de origen, Aba, es vecina de Owerri. “Tenemos que decirlo claramente: ha habido un colapso total de la ley y del orden en todo el estado nigeriano. La gente vive con miedo todo el tiempo”.

Los cristianos han soportado la peor parte del sufrimiento bajo el gobierno de Buhari. El ex general del ejército, quien fue líder militar de estado de 1983 a 1985, ha sido acusado de favorecer a los terroristas islámicos que atacan a los cristianos.

La noticia del secuestro de Chikwe sorprendió a los Micaletti, que habían intercambiado mensajes virtuales con él tan solo dos días antes, en Navidad.

Chikwe era muy consciente de los peligros de ser sacerdote en Nigeria, pero siempre se mostraba tranquilo cuando se le preguntaba sobre la situación de allí, recuerda la pareja.

“Él siempre decía que cuantas más responsabilidades tiene uno, más necesita orar”, dice Cynthia.

Las preguntas sobre quién secuestró a Chikwe y a su conductor y sobre cómo fueron liberados siguen sin tener respuestas claras. En un mensaje que dirigió al P. Rocha, unos días después de su liberación, Chikwe le dijo que estaba “sanando gradualmente” de la experiencia y le pidió oraciones, pero no ofreció muchos detalles sobre la terrible experiencia por la que pasó.

Y aunque está seguro de que todas las oraciones ayudaron, al P. Rocha le gusta imaginarse que la sonrisa de Chikwe, y su risa, conquistaron incluso al más cruel de sus secuestradores.

“Siendo como es, no me sorprendería que los hubiera convencido de dejarlo ir”.