Antes de comenzar su día de trabajo, los empleados del Cementerio y Mausoleo Católico de All Souls en Long Beach comienzan su reunión matutina, después de los controles obligatorios de bienestar y temperatura, con una oración especial.

“En tus manos, oh Señor, confiamos humildemente a nuestros hermanos y hermanas”, oran antes de iniciar reuniones con las familias para comenzar los arreglos para sus seres queridos.

Es un ritual matutino que prepara al personal, entre ellos consejeros, embalsamadores y personal de mantenimiento, para enfrentar el dolor y la tragedia humanos en una escala que nunca pudieron anticipar.

“Nuestros cementerios y funerarias experimentan más del doble en demanda de servicios”, explicó Brian McMahon, director de alcance comunitario de los Cementerios y Funerarias Católicos de la Arquidiócesis de Los Ángeles. “El efecto se ha sentido en los once cementerios y seis funerarias, en los condados de Los Ángeles, Ventura y Santa Barbara”.

Las directoras funerarias de Holy Cross Griselda Caldera (izquierda) y Elli Alcula (derecha) han tenido que hacer ajustes en la planificación funeraria debido al COVID-19. (John McCoy)

Desde enterradores hasta directores de funerarias, nadie se ha librado de la tensión de los últimos meses.

Están en lo que se podría llamar "el otro lado" de la pandemia: los organizadores de funerales, los trabajadores del camposanto, el personal listo para ayudar a las familias dolientes en los cementerios católicos de Los Ángeles. Desde el inicio de la pandemia a principios de 2020, pero especialmente en los últimos meses de invierno, han enfrentado una situación sin precedentes que ha agotado sus recursos físicos, mentales y espirituales.

MaryAnn McAdams, gerente de operaciones en All Souls, escuchó recientemente a una de sus empleadas hablando por teléfono mientras llegaba al trabajo:

“Entrar aquí es abrumador”, decía a su interlocutor. McAdams comprende bien el sentimiento.

“A veces es difícil levantarse por la mañana y venir a trabajar, pero estamos aquí de buena gana”, dijo.

La directora funeraria Griselda Caldera y el gerente de la funeraria Ramón Núñez en el Cementerio Católico de Holy Cross en la ciudad de Culver. (John McCoy)

“Sabemos en lo que nos estamos metiendo todos los días. Este es un trabajo que no puede hacerse únicamente por ganar un cheque, porque es mucho con lo que hay que lidiar. Realmente lo hacemos para la gloria de Dios ".

Está, además, la “nueva normalidad” en los límites a las familias, a la hora de dar el último adiós a los suyos.

“El mundo entero tiene un espíritu quebrantado”, dijo Ramón Núñez, gerente de Holy Cross Catholic Mortuary en Culver City.

A Núñez le preocupa y entristece que las restricciones del Covid-19 hayan dificultado que las dolientes familias puedan despedirse como es debido de sus seres queridos.

“Imagínese no poder celebrar la vida de una persona como se acostumbraba antes de la pandemia”, dijo Núñez.

Ya no hay grandes funerales con 150 o 200 miembros de la familia, ya no hay mariachi junto a la tumba. Ya no se puede cantar en ninguna parte. Solo se permite la asistencia de un máximo de 30 familiares y las misas se llevan a cabo al aire libre bajo carpas, con asientos socialmente distanciados.

Atrás quedaron los típicos rituales de la muerte que permiten a las familias iniciar el proceso de duelo.

“Ahora no se permite la vigilia o velorio del difunto o solo se limita a 30 minutos para una rápida visualización del cuerpo, luego celebramos la misa y nos dirigimos al lugar del entierro”, relata Nuñez. "Ese es el rito donde la gente se reúne y cuenta historias sobre la persona, como una celebración de esa vida. Pero eso ya no es posible”.

Las bóvedas se almacenan en una ladera del Cementerio Católico de Holy Cross. (John McCoy)

 

Una reciente mañana de febrero, se llevaba a cabo un funeral “distanciado” en All Souls. Los dolientes rigurosamente enmascarados y esparcidos por el césped mientras el entierro real sucedía a unos cien metros, donde los trabajadores bajaban el ataúd en el suelo. Los presentes no podían rodear el sepelio, ni siquiera derramar un puñado de tierra sobre la caja.

Si el fallecido no tiene familiares, pero ha hecho arreglos de antemano, el personal del cementerio asiste para brindar compañía. “Esos funerales nos afectan mucho”, dice McAdams.

Al comienzo de la pandemia, los cementerios estaban cerrados a las visitas, solo se podían realizar entierros. Eso fue muy duro para las familias, muchas de las cuales tampoco pudieron estar con sus seres queridos en el hospital mientras estos agonizaban.

“Uno de los días más felices fue cuando pudimos abrir nuestras puertas de nuevo”, dijo McAdams. “Es reconfortante para las familias poder visitar a los suyos”.

Mientras las restricciones en las visitas al cementerio se han suavizado, la cantidad de funerales aún no ha bajado significativamente. All Souls tuvo 17 funerales en un solo día no hace mucho. Los entierros hay aumentado en más del 50% y unas 200 familias esperan ultimar los detalles para el entierro: el papeleo oficial del gobierno también lleva más tiempo que antes de la pandemia.

En Holy Cross la lista de espera es de unas 80 familias esperan. El promedio de entierros mensuales se disparó: 90 en enero de 2020 y 150 en este.

Pero la cantidad no es lo más difícil sino la profundidad de las tragedias personales. Tanto Núñez como McAdams coinciden en que nunca habían visto algo semejante en sus décadas de trabajo.

“Hoy tenemos dos familias diferentes que están enterrando a madre e hija”, dice Mc Adams. “Hemos visto el sepelio de dos hermanos que se infectaron juntos en un evento. Estas familias están completamente destrozadas, no se les puede culpar… esto se ve a diario”.

Una mujer apareció una mañana contó su historia. Acababa de perder a su esposo y quedó sola con cinco hijos, el más chico de seis años. El hombre había ingresado al hospital y 16 días después murió. La mujer reconoció que estaba en shock, mientras hablaba con un asesor del cementerio, a través de una pantalla acrílica y de sendas máscaras.

“No lo entiendo, no lo entiendo” le dijo al consejero. “Lo dejé en el hospital y ahora está muerto, nunca lo volví a ver”.

Una mujer se sienta en una tumba en el Cementerio Católico de Holy Cross el 15 de febrero en Culver City. (John McCoy)

La mayoría de las familias agradecen cualquier esfuerzo por aliviar su dolor.

“Para ellos, tener un entierro católico es muy importante y luego nos llaman después para agradecer que les facilitáramos un poco las cosas”, explica McAdams.

En ambos cementerios aún hay muchas familias esperando y el personal no es suficiente. Contratar nuevos empleados es más difícil que antes, explica Núñez, en parte porque hay mucha desinformación sobre los riesgos del trabajo. Según explica, las precauciones que se toman son estrictas.

El personal del cementerio también vive sus propias tragedias. Muchos han padecido enfermedades y sus propias muertes familiares durante la pandemia. Y todos los días, regresan a casa después de lidiar con las tragedias de otros para vivir las suyas propias.

“Mis padres también sirvieron en el ministerio (cementerios) y esto es algo que no recuerdo que hayan vivido nunca”, dijo McAdams. “Sé que mi personal a veces solo necesita un día para respirar aire fresco, porque nunca queremos ser insensibles, sino revestirnos de misericordia y compasión”.

Las restricciones alrededor de los servicios frustran a los trabajadores del cementerio para quienes este trabajo es parte de su ministerio.

“Como gerente, doy fe de que lo que está pasando ahora no es lo que somos. Nuestro trabajo es brindar el máximo de consuelo y empatía y un puente de esperanza”, dijo Núñez, quien es diácono. “Pero ese puente es muy corto en este momento”.

Los gerentes tienen pequeños gestos hacia los empleados: dejan una botella de agua en su escritorio y se aseguran de que tengan algo para comer. Empujan ataúdes o venden flores si alguien se enferma y se reúnen con las familias y escuchan sus historias.

“Intento estar aquí, estar disponible, mostrar el apoyo, la comprensión, el aprecio”, dice Nuñez. “Todos aquí están dando sus vidas, estamos posponiendo nuestras vidas debido a la pandemia. Mi trabajo es buscar la luz al final del túnel”.

Pero tanto Núñez como McAdams señalan a sus empleados como los verdaderos héroes que se sacrifican para satisfacer las necesidades de las familias.

“Veo a cada uno de mis empleados como héroes que día con día enfrentan lo inesperado, pero siguen adelante”