Después de todo, Debbie Márquez no se había dado cuenta de cuánto extrañaba ciertos sonidos.

“Las risitas y las carcajadas. Dios mío, es tan agradable escuchar esa alegría en los pasillos”.

Son sonidos que Márquez puede volver a disfrutar en la escuela Holy Name of Mary Nombre, en San Dimas, de donde es directora. Durante casi un año, los casi 350 estudiantes inscritos en su escuela se quedaron en casa debido a la pandemia de COVID-19.

“Estaba todo tan silencioso y vacío sin ellos aquí y era realmente triste venir a trabajar. Simplemente, no se sentía uno bien”.

Ahora, la suya es una de las más de 60 escuelas de la Arquidiócesis de Los Ángeles de los tres condados a las que hasta ahora se les ha permitido reabrir para la instrucción dentro de las aulas de clase. A medida que los funcionarios de salud empiezan a relajar los requisitos para la reapertura, se espera que más escuelas como Holy Name of Mary redescubran las imágenes y los sonidos de la normalidad durante este semestre, o al menos una versión aprobada por el COVID-19.

La directora de Holy Name of Mary, Debbie Márquez, con una colección de arte hecha en casa por estudiantes de la clase de religión, a principios de este año escolar. (Victor Alemán)

Durante la primera mitad del año escolar 2020-21, el estado estableció un sistema de exención mediante el cual las escuelas solicitarían reabrir, según las tasas de casos de virus y las clasificaciones en niveles de colores que ayudaran a determinar. Aquellos que aprobaron el proceso establecido por parte del Departamento de Salud Pública podrían acoger rotaciones de estudiantes desde el kindergarden de transición (TK) hasta el segundo grado.

También se habían hecho concesiones para los estudiantes desde el kindergarden hasta el octavo grado que experimentaban dificultades con el aprendizaje a distancia, ya que podían asistir a clase en persona como parte de grupos modificados más pequeños, establecidos por categorías.

En enero, el estado descontinuó el sistema de exenciones y lo simplificó: cuando un condado cae por debajo de los 25 casos de COVID-19 por cada 100,000 residentes, las escuelas tendrán permiso de acoger desde el TK hasta el sexto grado. Hasta el 15 de febrero, la tasa vigente en los condados de Los Ángeles y Santa Bárbara era de 29 casos por 100,000; y en el condado de Ventura, 38.

“Cada semana tenemos más y más escuelas que van abriendo, acogiendo nuevamente a estudiantes de diferentes clasificaciones y tenemos la esperanza de que, si los números siguen bajando, las escuelas que aún no están abiertas verán un camino claro y podrán prepararse para reabrir dentro de unas semanas”, dijo Ryan Halverson, superintendente asistente del Departamento de Escuelas Católicas.

Por toda una variedad de razones, hasta el momento la reapertura de las aulas ha demostrado ser más fácil para las escuelas privadas que para las públicas. Pero en un tiempo en el que el gobierno federal está tratando de convencer a las escuelas reacias de que la educación presencial se puede llevar a cabo de manera segura, las luchas y los éxitos de reapertura de las escuelas católicas de Los Ángeles pueden aportar algunas lecciones valiosas para el resto de la región.

En las escuelas de la arquidiócesis, los estudiantes están regresando a una experiencia de aprendizaje diferente a la que vieron por última vez en marzo de 2020.

Los estudiantes de primer grado de la escuela Holy Name of Mary atienden a una lección de la maestra María Bartelt, en una de las aulas de primer grado de la escuela, con 10 estudiantes. (Victor Alemán)

Los escritorios de los salones de clases están separados por al menos seis pies de distancia, y algunos están revestidos de plexiglás. Las cubiertas faciales son las últimas adiciones al uniforme escolar. Los profesores suelen estar en el aula, pero no siempre. En algunos casos, dan las clases de forma remota, con auxiliares que asisten en persona, —lo cual incluye algunas veces al director de la escuela— y ayudan a los estudiantes a seguir adelante junto con los compañeros de clase que aparecen en pantallas y que aprenden de manera remota.

Paul Escala, superintendente de las escuelas católicas de la arquidiócesis, como padre de familia sabe de primera mano lo que eso significa.

Sus dos hijos asisten a la escuela St. Joseph, de Long Beach, a la que se le concedió una exención. Su hijo, que asiste al kindergarden ha vuelto a asistir días completos. Su hijo de tercer grado acude al salón de clases dos veces por semana, como parte de uno de esos grupos de alta necesidad, que aprenden y hacen el trabajo escolar en sus iPads, en una clase con otros 12 alumnos.

El sistema de solicitud de reapertura, la llegada de las vacunas COVID-19 y los esfuerzos del personal de la escuela para hacer que las aulas sean seguras le dan a Escala motivos de optimismo. Pero a veces se pasa por alto, dice él, el apoyo que proviene de fuera de las aulas.

“Los padres de familia están recuperando su voz en medio del ruido que está ahí afuera, responsabilizando a los líderes y funcionarios electos para que resuelvan esta situación”, dijo Escala. “Ese nivel de promoción y de apremio es muy prometedor. Las escuelas no pueden hacer esto solas. Ahora, más que nunca, necesitamos padres de familia que estén con nosotros y que actúen como nuestros socios para no hacer esto nosotros solos”.

Ayuda el hecho de que las historias de éxito que Escala ha visto en su propio distrito formen parte de una tendencia nacional: A través de todo Estados Unidos, las escuelas católicas están mostrándole al país cómo “mantener las aulas abiertas mientras que al mismo tiempo se mantiene a raya al COVID-19”, escribió el columnista del Wall Street Journal, William McGurn, quien declaró en un artículo de opinión del 1 de febrero, que “las escuelas católicas están derrotando al Covid”.

McGurn elogió a los administradores de escuelas católicas de todo el país que “han movido cielo y tierra para mantener abiertas sus aulas”, incluso en medio de una caída nacional de inscripciones del 6,4% para las escuelas católicas desde que comenzó el COVID-19.

El artículo también señaló que Los Ángeles, al ser el sistema escolar católico más grande del país y contar con un 78% niños de color entre sus 70,000 estudiantes, se ha enfrentado al desafío adicional del desproporcionado daño que el COVID-19 ha causado en las familias pertenecientes a minorías, especialmente en zonas urbanas.

La directora de Resurrection School, Carolina Sáenz, da la bienvenida a un estudiante durante las entregas matutinas el 1 de febrero, el primer día de la Semana de las Escuelas Católicas. (Víctor Alemán)

Una razón importante por la que las escuelas católicas han sido más hábiles en la reapertura es que muchos de sus maestros han estado deseosos de lograrla.

En la escuela St. Paul the Apostle, de Westwood, la directora Crystal Pinkofsky dijo que el arduo trabajo que realizaron los maestros desde el verano pasado sentó las bases para la primera aprobación de la exención y para la reapertura de la escuela en agosto.

“Requirió mucho trabajo y la dedicación de todo el personal, muchos de los cuales renunciaron a su verano, con tal de implementar nuestro plan”, dijo Pinkofsky, quien tuvo que cerrar la escuela durante varias semanas cuando los casos de COVID-19 aumentaron en noviembre pasado. “Nuestra reapertura ha sido sencilla, pero el recuperar los grados del tercero al sexto de acuerdo el siguiente nivel, ha sido todo un viaje en montaña rusa por el que hemos tenido que pasar”.

Crystal Pinkofsky es la directora de la Escuela St. Paul the Apostle en Westwood.

La escuela St. Paul the Apostle ha vuelto a estar abierta desde el 1 de febrero desde TK hasta segundo grado, con opciones híbridas disponibles también por categorías. Casi la mitad de los 558 estudiantes matriculados pueden ahora regresar a una escuela que cuenta con unos 45 maestros. El siguiente desafío, dijo Pinkofsky, será recuperar los grados tres a seis; con suerte, esto se logrará en las próximas semanas.

En la escuela St. Madeleine, de Pomona, donde los inscritos son un total de 35 estudiantes desde prekínder hasta quinto grado, la directora, María Jiménez, dijo hace meses que ya habían pintado ángeles y cruces en la acera para marcar visiblemente el distanciamiento. Ahora ella puede disfrutar viendo a “mi gente pequeña” brincar de símbolo en símbolo como si fuera un juego de rayuela.

“Una escuela católica no es realmente una escuela católica si los niños no están presentes”, dijo Jiménez, quien también enseña una clase de gramática en el kindergarden. “Yo sabía que, si seguíamos esperando el ‘momento perfecto’ para reabrir, nunca habría un momento perfecto. Hemos cumplido con todas las regulaciones, contamos con los documentos inteligentes, los padres de familia pueden venir al campus, ver todo y sentirse tranquilizados, de modo que cuando llegó el momento, no hubo preguntas”.

Ashley Hobbs, directora de Notre Dame Academy, en Los Ángeles, en donde 66 de los 288 estudiantes inscritos han regresado al campus desde el 1 de febrero, dijo que ella sigue diciéndoles a los padres de familia durante las reuniones regulares que hay cuatro palabras que definen la colaboración para lograr que esta escuela abra: innovación, paciencia, flexibilidad y amabilidad.

“La flexibilidad es enorme, pero empieza con una mentalidad de crecimiento de la que hemos hablado durante años y ahora es la oportunidad de vivirla”, dice Hobbs.

“Como directora, también es fácil querer controlar todo y no puedes hacerlo”, explica Hobbs en una entrevista telefónica con Angelus. “Tiene que ser un equipo y este año ha sido vital, atraer, más que nunca, a los padres a ese equipo. Nunca puedes complacer a todos, pero se trata de ser transparentes”.

En St. Ferdinand School, en San Fernando, el director Luis Gamarra vio caer las inscripciones de 189 a alrededor de 100 en los últimos años y el último golpe se produjo como resultado de las presiones financieras relacionadas con el COVID-19 que han padecido las familias.

Los niños de kindergarden en la escuela Holy Name of Mary, en San Dimas, toman un refrigerio en sus áreas numeradas, en la cancha de baloncesto de la escuela. Es la única ocasión en que se les permite quitarse las máscaras faciales. (Victor Alemán)

Él vio una breve ráfaga de 10 estudiantes que regresaron en diciembre, pero cuando uno de ellos dio positivo para el COVID-19, las cosas se cerraron y así han permanecido desde entonces. Su objetivo es que marzo traiga de vuelta al menos a dos niveles y cuando menos a una cuarta parte de los estudiantes.

En lo personal, me sentiré encantado cuando eso suceda, porque a ninguno de nosotros le gusta estar encerrado”, dijo Gamarra. “Por mucho que yo los extrañe, sólo puedo imaginarme cuánto extrañan ellos a sus amigos y todas esas cosas que hacen que el aprendizaje sea divertido. Aprender cara a cara en persona es algo que nos convierte en una familia”.

La directora de Holy Name of Mary, Márquez, señaló que el sistema de exenciones del estado estuvo “realmente destinado a ayudar a los más necesitados, pero nunca lo logró, porque la mayoría de ellos tienen las tasas de COVID-19 más altas en sus comunidades y no pudieron calificar. Existe un problema de inequidad en nuestra demografía”.

Ella encuentra consuelo en el hecho de que el momento del regreso de sus alumnos a las aulas coincide con el inicio de la Cuaresma. El tema anual de Cuaresma de la parroquia de este año es “Out of the Dust” (Fuera del polvo), que es una frase tomada de la canción gospel ganadora del Grammy, “Beautiful Things” (“Cosas bellas”).

“Es tan apropiado para el lugar en el que nos encontramos en este momento: tenemos este polvo y esta suciedad en nuestras vidas, pero se avecinan cosas hermosas”, dice ella. “Necesitamos empezar a centrar a las personas en quiénes son ellas y quiénes quieren llegar a ser. Si sólo te concentras en el COVID, esto puede abrumarte”.

El padre Celso Márquez, de la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, en Oxnard está, él mismo, saliendo de una lucha contra el COVID-19, que envió a la rectoría de su parroquia a la cuarentena y canceló las ceremonias de Navidad. Las consecuencias del estrés provocado por los esfuerzos involucrados en el aprendizaje remoto llevaron a la pérdida de varios miembros del personal de la escuela.

“Estamos haciendo todo lo que podemos hacer, pero no podemos hacer milagros, ésos sólo provienen de Dios”, dijo el padre Márquez, que actualmente se desempeña como director interino y administrador parroquial en Our Lady of Guadalupe, cuya escuela de 115 años de antigüedad, tiene alrededor de 90 estudiantes inscritos.

“Los fundadores de la escuela, los Misioneros del Espíritu Santo, han dicho ‘Haz lo mejor que puedas y Dios hará el resto’. Ése sigue siendo nuestro lema”.