¿Qué es la Eucaristía? Ya sea que esté uno hablando con estudiantes de catecismo de segundo grado o con no católicos, es bastante difícil, explicarles el momento central de la vida espiritual de los católicos. Pero lograr que la gente aprecie la Eucaristía presenta otra dificultad, especialmente después de las restricciones causadas por la pandemia del año pasado, que mantuvieron a la gente alejada de la Sagrada Cena durante muchas semanas, que se prolongaron en meses.

Aun así, la Eucaristía está recibiendo mucha atención en estos días, debido a la preocupación acerca de la falta de fe en la Presencia Real que hay entre los católicos comunes, a causa de lo que se dice sobre la “utilización de la Eucaristía” por parte de algunos políticos católicos, y debido a las divisiones que hay entre los creyentes sobre el modo en que debería ser celebrada.

Para responder algunas de las preguntas actuales más relevantes acerca de la Eucaristía, me comuniqué con el Padre Neil Xavier O'Donoghue, un teólogo y liturgista que es sacerdote de la Arquidiócesis de Newark, Nueva Jersey, pero que ha pasado la última década como formador del seminario y profesor de teología en su país natal de Irlanda.

 

El padre Neil Xavier O'Donoghue enseña teología en la Universidad Pontificia de San Patricio en Maynooth, Irlanda y ayuda a supervisar la liturgia de la Conferencia Episcopal de Irlanda.

La Eucaristía mantiene ocupado al Padre O'Donoghue, y no solamente porque la celebra. Además de su tarea como docente en la Universidad Pontificia de St. Patrick en Maynooth, Irlanda, él es autor de varios libros y artículos sobre la Eucaristía y su historia y es secretario ejecutivo de liturgia de la Conferencia Episcopal Católica Irlandesa.

En una entrevista por Zoom, él compartió lo que piensa sobre varios temas diversos, lo cual incluye las limitaciones que brotan de ver la Eucaristía como una mera obligación, el por qué vale la pena gastar dinero en una buena liturgia y por qué él espera ser una de las pocas personas empleadas en el cielo.

¿Cuál es el mayor desafío que enfrentan en este momento los católicos respecto a la Eucaristía?

El mayor desafío de la Eucaristía es celebrarla.

En el área de la espiritualidad existe una enorme tendencia a ver la Eucaristía como una obligación. Durante los encierros causados por el COVID-19, la gente hablaba mucho sobre la obligación de asistir a misa. Es cierto que existe una obligación, pero la Eucaristía es mucho más que una obligación.

Es decir, es como tener la obligación de respirar, de comer o de enamorarse. Sí, la humanidad necesita que la gente se enamore y se case. Pero esas cosas no pueden ser reducidas a una obligación, y sucede lo mismo en el caso de la Eucaristía.

La Eucaristía debe ser también una celebración, un medio por el cual la gente recibe la vida. Como lo dice la famosa afirmación de “Lumen Gentium” (“Luz de las Naciones”) en el Concilio Vaticano II: la Eucaristía es la fuente y la cumbre de la vida cristiana. En la Eucaristía es en donde todos nosotros somos cristianos, en donde somos más verdaderamente nosotros mismos.

En este mes de noviembre, durante el cual muchas personas meditan sobre el lazo que los une con sus seres amados difuntos, uno de los lugares en los que estamos más cerca de nuestros muertos es cuando nos reunimos en la iglesia. En la Eucaristía, estamos cerca de los santos y de los ángeles. La Eucaristía es el lugar en donde está la Iglesia misma.

Siempre bromeo con mis compañeros de la facultad acerca de esto. Le digo al profesor de Sagrada Escritura que no habrá Escrituras en el cielo. Le digo al profesor de teología moral que no habrá teología moral en el cielo. Y, gracias a Dios, tampoco habrá derecho canónico en el cielo. Pero en el cielo yo todavía tendré trabajo porque en el cielo habrá liturgia, una liturgia bien realizada que es fuente de vida.

 

Un cambio notable en la celebración ordinaria de la Misa que vino a consecuencia del Concilio Vaticano II (1962-1965) fue la orientación del sacerdote durante la Eucaristía: a la izquierda, el celebrante se encuentra de cara al altar, en una Misa de ordenación sacerdotal, en Corpus Christi, Texas, en 1961. A la derecha, el Papa Francisco se encuentra de cara al pueblo durante una misa celebrada en una parroquia de Roma, en 2014. (Foto Catholic News Service)

Dice que la Eucaristía no se puede reducir a una obligación legal, sino que es fuente de vida. ¿Por qué el Concilio Vaticano II enfatizó el aspecto comunitario en la Eucaristía? Si la Eucaristía me trae a Jesús, ¿por qué tienen que involucrarse en ello las demás personas?

Porque la Iglesia es una comunidad y, especialmente desde el punto de vista católico, no se trata simplemente de un asunto entre Jesús y yo.

En la tradición monástica, para que alguien se convierta en ermitaño, tiene que pasar antes muchos años preparándose en comunidad, porque no podemos estar sólo yo y Jesús: Cada uno de nosotros tiene que vivir como miembro de la Iglesia, entre muchos hermanos y hermanas, siendo Jesucristo nuestro hermano mayor, como dice San Pablo.

En la Eucaristía hay esta imagen de una familia, de una comunidad en la que todos celebran juntos. Por eso los ángeles y los santos forman parte de cada celebración, por eso decimos “con los ángeles, con los santos, con los arcángeles, con los querubines y los serafines” al final del prefacio de la Misa.

Ciertamente, que todos esos personajes importantes están presentes en la misa. Está San Pío de Pietrelcina, San Juan Pablo II, pero también tiene que estar mi tía Mildred. Tiene que estar ese vecino de al lado y estas otras personas, porque así es la naturaleza de la Iglesia. Éste es el modo como Dios quiso darnos la salvación.

También es importante recordar que nuestra felicidad llega cuando estamos abiertos a los demás, en tanto que el pecado siempre tiene el efecto de encerrarnos en nosotros mismos.

Si te fijas en el arte celta, en el Libro de Kells, por ejemplo, con frecuencia ves la imagen de una serpiente que se traga su propia cola. Y si una serpiente se traga su cola, las cosas no terminarán bien. Tarde o temprano te vas voltear al revés y esto es lo que nos hace el pecado. Nos deja solos, nos centra en nosotros mismos.

El Papa Francisco siempre está hablando en contra de esta tentación autorreferencial del cristianismo: de ése mirarnos únicamente a nosotros mismos, de mirarnos el ombligo y no ver al otro, de no darme cuenta de que tengo gente a mi alrededor. Tenemos que darnos cuenta de que no vamos a llegar al cielo por medio de un esfuerzo solitario o por nuestro propio mérito autogenerado. El Señor desea llevarnos allí como parte de una comunidad, de un pueblo y de una asamblea.

Lo que está diciendo me recuerda esa popular frase que se le atribuye al Beato Carlo Acutis, que describió la Eucaristía como “la carretera al cielo”. ¿Es teológicamente correcta esa expresión?

Yo diría que es muy correcta. Obviamente, Dios es Dios. Y Dios puede llevar a las personas al cielo sin la Eucaristía.

Entonces, es—obviamente— posible que alguien que no sea creyente, que pertenezca a otra fe o que pertenezca a una comunidad cristiana que no celebra los sacramentos, pueda ser llevado al cielo. Hay muchas maneras en las que Dios los puede llevar al cielo: por la penitencia, por el amor a las Escrituras, por su servicio, por la apertura de sus almas a la obra de Dios, por su oración. Todos estos son modos de orientarse hacia Dios.

El Beato Carlo Acutis, que nació en 1991, creó un sitio web que cataloga los milagros eucarísticos de todo el mundo anteriores a su muerte, ocurrida en 2006. Él es conocido por decir que la Eucaristía era su “carretera al cielo”. (Foto Catholic News Service)

Pero al participar activamente en la Eucaristía, podemos dar un salto al cielo. Es una manera más fácil de llegar allá. Y supongo que ése es probablemente el motivo por el cual, generalmente, Dios llama a las personas más débiles a su Iglesia.

Por eso, los que formamos parte de la Iglesia nunca podemos estar demasiado orgullosos de nosotros mismos y nunca deberíamos considerarnos mejores que los demás. Dios llama a los débiles y los ayuda, los cubre con más dignidad y les da dones como la Eucaristía para ayudarlos a llegar al cielo.

¿Qué lugar debe ocupar la adoración eucarística en la vida de los católicos?

La adoración eucarística es una devoción muy importante. Es un gran consuelo y ha sido un gran descubrimiento dentro de la Iglesia. Ha sido uno de los tesoros de la espiritualidad surgidos desde el tiempo de la Reforma y del Concilio de Trento. Sus raíces se pueden encontrar mayormente en el siglo XIII cuando el Papa Urbano IV instituyó la fiesta de Corpus Christi y le pidió a Santo Tomás de Aquino que compusiera los textos litúrgicos para la nueva fiesta litúrgica.

Debemos recordar que la adoración es un tiempo para reflexionar sobre lo que recibimos durante la celebración de la Eucaristía. La adoración no puede sustituir a a la Eucaristía misma. La celebración es la fuente y la cumbre, y sí, podemos disfrutar del resplandor de la celebración eucarística. Pero, en último término, Cristo se hizo presente en la Eucaristía para que pudiéramos ser transformados y convertirnos en lo que comemos.

Convertirnos en lo que comemos significa hacernos semejantes a Cristo. Significa que podemos tener una nueva naturaleza, una nuevo modo de ser. Significa que podemos perdonar a nuestros enemigos y amar a los que nos persiguen. Podemos ser generosos. En situaciones en las que normalmente quisiéramos ser tacaños, podemos dar de nosotros mismos. Y podemos ayudar a otros a causa de nuestro encuentro con Cristo en la Eucaristía.

Dependiendo de a quién le pregunte uno hoy en día, escuchará que a la Eucaristía se le entiende en términos de una acción sacrificial, de un momento de acción de gracias comunitario o del Misterio Pascual, es decir, una acción de Dios que nos lleva de la muerte a la vida. ¿Son todos esos aspectos compatibles entre sí?

La respuesta tiene que ser afirmativa.

En primer lugar, la Eucaristía es algo tan grande que nunca podremos comprenderla completamente. Pero desde el principio existe en la Eucaristía —de manera muy definida, empezando en el Nuevo Testamento y definitivamente en la Iglesia primitiva— una dimensión sacrificial. Esta es la enseñanza católica y es algo que no puede cambiar.

Sin embargo, es cierto también que hay un aspecto de acción de gracias comunitario. Está también el Misterio Pascual. Pero todo esto son intentos insuficientes, en el sentido de que, si bien lo que dicen es cierto, no pueden abarcarlo todo. Aun así, todo el mundo tiene que aceptar estos aspectos. Uno puede tener una preferencia personal o teológica, o un énfasis preferido con respecto a un aspecto o a otro, pero ninguno de los enfoques puede negar al otro. Cuando empezamos a negar otros enfoques, entonces estamos en problemas.

Si te fijas en el Catecismo de la Iglesia Católica, verás que allí se aborda de manera muy profunda el tema de la Eucaristía. Luego está “Ecclesia de Eucharistia” (“La Iglesia vive de la Eucaristía”) del Papa San Juan Pablo II. Luego hay tantos documentos magisteriales de enseñanza, tantos libros excelentes que se han escrito sobre la Eucaristía. Nunca podremos abarcarlo todo, pero mientras mantengamos una visión de conjunto, todas estas interpretaciones son buenas.

En el Vaticano, el Papa Francisco sostiene en alto la custodia al momento de dar su bendición extraordinaria “urbi et orbi” el 27 de marzo de 2020. (Foto CNS / Vatican Media)

¿Qué es lo que cuesta más trabajo para lograr que la gente, inclusive sus estudiantes —entre quienes hay sacerdotes y seminaristas— aprecie el don de la Eucaristía?

Creo que existe el peligro de que la Eucaristía se pierda entre las muchas otras cosas buenas que hace la Iglesia. Hay que darle prioridad a la Eucaristía.

Si invertimos nuestro tiempo, energía, talento y dinero en la celebración de la Eucaristía, recibiremos más de ella.

Si vemos que hay menos personas que van a misa, no deberíamos decir simplemente: “Bueno, ellos deberían de ir a misa, es su responsabilidad, es su deber, deberían comprometerse con su parroquia local”. En cambio, deberíamos decir: “¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos hacer que nuestra liturgia sea más viva, más atractiva?”

Jesús está plenamente presente en la Eucaristía y si Jesús es infinito, entonces la Eucaristía es infinita. Sin embargo, la mayoría de nosotros vamos a misa y no somos transformados en una medida infinita. Como seres limitados que somos, nos acercamos a la Eucaristía tal vez no tan bien preparados como deberíamos.

Quizás la mayor inspiración que tuvieron el movimiento litúrgico del siglo XX y el Concilio Vaticano II es que si celebramos de mejor manera, nos beneficiamos más de la Eucaristía: si preparamos mejor a la gente; si, en lugar de repetir una y otra vez un pequeño porcentaje de la Escritura, tenemos un leccionario más abundante que cubre tres años, que abarca un porcentaje mucho más alto de la Biblia; si tenemos letreros que le hablan a la gente; si tenemos la liturgia en una lengua que la gente pueda realmente entender, si hacemos estos cambios, esto le puede ayudar a nuestro pueblo a recibir más.

A la iglesia, todos vienen tal como están. Alguien puede presentarse a la misa con resaca y puede estar cantando el coro de la Capilla Sixtina, podrías tener la predicación de un Fulton Sheen que hubiera resucitado, y no reciben nada.

Otra persona, dice la Madre Teresa, puede presentarse a una liturgia en la que todo está mal y ella puede salir totalmente transformada porque tiene una gran fe. Pero en general, si celebramos mejor e invertimos más en la celebración, entonces, en general, la gente obtendrá más de ella.