Hay una escena conmovedora en la serie The Chosen que, independientemente de cómo reaccionemos ante ella, exige reflexión.
La escena es la siguiente: justo antes de curar a la suegra de Pedro de una fiebre, Jesús tiene una conversación privada con la esposa de Pedro. Comienza diciéndole que sabe lo cercanos que son como marido y mujer, y luego expresa su compasión por el hecho de que su llamado ha sacado, en efecto, a Pedro de su casa. Luego, en un tono suave, le pregunta cómo se siente al respecto. Su respuesta le asegura que, aunque hay dolor, ella (al igual que su esposo) hará el sacrificio con gusto.
Entre otras cosas, esto arroja luz sobre el hecho de que cuando una persona (como Pedro) lo deja todo para seguir a Cristo, no es la única que paga el precio. Quienes lo rodean también lo hacen. ¿Qué les costó a las esposas de los apóstoles cuando Jesús llamó a sus maridos?
Además, este episodio (aunque expresado aquí de forma ficticia) aporta una luz necesaria sobre cómo Jesús no es indiferente a las crucifixiones emocionales que a veces sufrimos al responder a su llamado. Nos asegura que Jesús comprende y nos da permiso divino para no sentirnos culpables por el dolor que sentimos.
Sin duda, muchos cuestionarán el valor de esta escena de The Chosen, ya que no es histórica (hasta donde sabemos), sino una creación de ficción. ¿Tuvo el Jesús histórico alguna vez este tipo de conversación con la esposa de Pedro o con la esposa de alguno de sus apóstoles?
Sin embargo, si esta escena es o no histórica no es el punto aquí. El punto es que Jesús no habría sido insensible o indiferente al dolor de las esposas y otras personas que los apóstoles dejaron atrás para seguirlo.
La mayoría de las veces evitamos explorar esta pregunta porque tendemos a tomar demasiado literalmente algunas de las palabras de Jesús sobre dejar atrás padre, madre, esposa e hijos para seguirlo. Por ejemplo, en un momento Jesús dice: “Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14, 25–27).
Quizás aún más fría y cruel en su expresión literal es esta otra frase del Evangelio: “A otro le dijo: ‘Sígueme.’ Él respondió: ‘Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.’ Pero Jesús le respondió: ‘Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios.’ Otro dijo: ‘Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.’ Jesús le respondió: ‘El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es apto para el Reino de Dios’” (Lucas 9, 60–62).
Es fácil malinterpretar lo que Jesús dice aquí sobre no mirar atrás al seguirlo. Las imágenes que emplea son duras, frías y emocionalmente brutales. Pero se trata de imágenes, no de consejos espirituales literales. Las decisiones emocionales difíciles que a veces hay que tomar por fidelidad al Evangelio podrían llamarse, con justicia, crucifixión emocional. Al elegir a Jesús, también elegimos la cruz, y hay una muerte real implicada, y el dolor involucrado no puede suavizarse ni explicarse del todo.
Sin embargo —y esto es crucial entenderlo—, las decisiones que tomamos para renunciar a nosotros mismos y entregarnos en auténtico sacrificio no se hacen a nivel psicológico o emocional. Esas decisiones se toman a un nivel más profundo, un nivel moral, donde algo más allá de nuestras emociones y sentimientos rige y puede, por un significado y una felicidad más profundos, sobreponerse a lo emocional y lo psicológico.
Así, cuando Jesús dice: “Si alguno viene a mí y no pospone a su familia, no puede ser mi discípulo”, se dirige a nuestro centro moral más profundo, ese lugar dentro de nosotros donde finalmente elegimos entre el bien y el mal, entre el sentido y el vacío. No se está dirigiendo a nuestras emociones. No nos está desafiando a una estoicidad emocional insana.
Al desafiarnos a dejarlo todo para ser sus discípulos, Jesús no desprecia el dolor emocional y psicológico que esto nos puede causar. Cuando nos invita a tomar su cruz y seguirlo, comprende que esto será una crucifixión emocional. Pero al mismo tiempo que nos lanza el reto, nos da permiso para sentir —sin culpa— el dolor afectivo brutal que esa elección conlleva. No nos está pidiendo una frialdad estoica e inhumana, en la que por amor a Dios no debamos sentir el dolor de perder relaciones y libertades valiosas.
Como el Jesús de The Chosen, que con compasión se asegura de cómo se siente la esposa de Pedro ante lo que él les pide, Jesús nos lanza el desafío de la renuncia y al mismo tiempo se interesa en cómo lo estamos viviendo emocionalmente.