ROMA - Aunque todos sabían que era posible que Vladimir Putin ordenara una invasión total de Ucrania, la comunidad de la principal iglesia ucraniana de Roma no se había preparado para ello.

"Mi madre sigue en Ucrania, y se niega a abandonar la casa familiar", dijo Andryi, mientras ayudaba a coordinar a los voluntarios que recogían donaciones para su patria el sábado. "Mi hermana, sin embargo, tuvo que huir: Tiene tres hijos pequeños, y el cuarto nacerá en cualquier momento. Ahora está en Polonia, como refugiada. Lo tenía todo y ahora no tiene nada. Pronto quizá ni siquiera un marido: Mi cuñado tuvo que quedarse a luchar".

La colecta en la Basílica de Santa Sofía, sede de la Iglesia greco-católica ucraniana en Roma, comenzó casi de inmediato, con personas que llevaban alimentos, medicinas, ropa, pañales, productos de higiene femenina y otros elementos de primera necesidad.

"Si la gente lo necesita regularmente en su vida, los refugiados de la guerra también lo necesitan", dijo el padre Marco Semehen, rector de la iglesia.

El edificio, el sótano, el patio, se han convertido en un enorme almacén. Varios camiones ya han partido hacia tres ciudades del oeste de Ucrania, donde hay centros de distribución de Cáritas, desde donde intentarán llegar a varias ciudades asediadas.

"Necesitamos más camiones dispuestos a ir al menos hasta la frontera", dijo Andryi. "Estamos trabajando con camioneros ucranianos que ya estaban aquí cuando empezó la guerra. Pero no son suficientes para hacer frente a la generosidad de la que somos testigos. En realidad, no tienen que entrar en Ucrania: La ayuda se divide en furgonetas más pequeñas porque los rusos también están bombardeando la ayuda humanitaria".

La basílica es relativamente pequeña para los estándares romanos, sin embargo, como dice el refrán, la casa es pequeña, pero el corazón es grande. Y se nota: Por todo el predio se amontonan cajas y bolsas. Algunas personas trabajan catalogando y otras cargando camiones.

"Es imposible saber cuántos bienes hemos clasificado en la última semana", dice Tatiana, una ucraniana que colabora desde el 24 de febrero. Lleva un pañuelo ucraniano al cuello y se ha convertido en una especie de líder del sector "femenino".

"Las mujeres somos mejores para clasificar las cosas. Los hombres pueden hacer el trabajo pesado", dijo a Crux.

Y hay cosas pesadas que levantar: cajas llenas hasta el borde de latas de atún, botellas de aceite o arroz (Crux contó 84 kilos de arroz que entraban en una sola caja. Es un milagro que haya aguantado).

"Han sido días agotadores, no tiene sentido negarlo", dice otra mujer. A sus 70 años, dejó Ucrania hace una década, cuando perdió a su marido, siguiendo a sus hijos, que vivían en Roma.

Sus nietos nacieron en Roma, "pero son ucranianos", dijo, con una mezcla de tristeza y orgullo en sus ojos. El mayor partió el lunes para unirse al ejército.

"En el trayecto hasta aquí, un hombre cuestionó el que los jóvenes fueran -o se quedaran- a luchar contra los tanques rusos", dijo. "Pero cuando le pregunté qué haría él, se quedó callado. Al final me dijo: 'Me aseguraría de que mi mujer y mis hijos estuvieran a salvo, y moriría luchando por Italia. Luchando por la libertad'".

"Pues eso es lo que estamos haciendo los ‘locos ucranianos’", dijo, mientras llenaba otra caja con aceite de oliva.

"Estamos enviando ayuda a todos los que la necesitan. Puede ser un refugiado, puede ser un soldado, puede ser alguien que no pudo huir. En mi cabeza, estas botellas de aceite de oliva, y los tarros de Nutella, van a llegar donde este mi nieto", dijo.

Santa Sofía, en las afueras de Roma, es el centro de referencia de la comunidad ucraniana en Roma. Italia es el país de la Unión Europea con mayor número de inmigrantes procedentes de Ucrania, con unos 236.000, más de una cuarta parte del total, según datos de Eurostat de 2020.

Esto ha cambiado, por supuesto, ya que se calcula que 1,5 millones de ucranianos han huido de sus hogares tras la invasión rusa, y actualmente son acogidos por Polonia, Hungría y otras naciones vecinas.

Algunos de los voluntarios de Santa Sofía están preparando sus casas, porque saben que en algún momento la afluencia de refugiados llegará a Italia.

"Lo sé, sé que no hemos hecho lo suficiente por los que huyen de la violencia en África", dijo un hombre italiano que se hacía llamar Paco. "Y puede que sea racista, injusto y una larga lista de cosas. Pero aunque entonces no hicimos nada, al menos ahora estamos haciendo algo".

Entre los que han donado bienes -sobre todo medicinas- a Santa Sofía está el Papa Francisco. Esta semana, el Vaticano también está organizando una colecta entre sus empleados, y lo recogido se enviará a Ucrania a través de esta iglesia, que el pontífice visitó en 2019.

Entre los que ayudan el sábado está Borys, de 9 años. Nació en Roma de padres ucranianos, y desde entonces han vuelto a Kiev varias veces: sus abuelos han optado por quedarse.

"Estoy triste... No entiendo muy bien lo que está pasando. Sólo que no podemos volver por culpa de las bombas", dice, corriendo hacia la siguiente bolsa que necesita ser clasificada.

Su madre, Anna, se disculpa, como si hubiera hecho algo malo: "Le dijimos que veníamos a ayudar, no a hacer amigos... ¡Quizá se lo tomó demasiado en serio!"

Anna está entre los que temen que el objetivo final de Putin no sea Ucrania, porque "es un loco que quiere la guerra", y que seguirá adelante, "usando cualquier excusa que quiera para escalar aún más".

La preocupación de que, finalmente, la guerra llegue a Italia es algo que le ha quitado el sueño.

"Si lo hace, seremos nosotros los que luchemos, y alguien más empacará las donaciones, vendrán de más lejos", dijo Anna. "Sólo espero que, si llega el día, y la muerte me encuentra mientras lucho, Dios me recuerde en este lugar, y no combatiendo. Yo elijo estar aquí, ayudando. Nunca elegiría la guerra".