El 2 de julio de cada año la Iglesia conmemora a cuatro miembros de la Compañía de Jesús que, a pesar de haber vivido en circunstancias, lugares o tiempos distintos, tienen en común haberse santificado trabajando en las misiones populares rurales de Europa, entre los siglos XVI y XVIII. Ellos son San Bernardino Realino, San Francisco de Gerónimo, Beato Julián Maunoir y el Beato Antonio Baldinucci.

San Bernardino Realino nació en Carpi (Italia) en 1530, en el seno de una familia noble. De su madre aprendió una tierna devoción a la Virgen María que lo marcaría para el resto de su vida. Bernardino estudió medicina, pero luego la dejó por las leyes y la jurisprudencia, logrando el doctorado en Derecho canónico y civil.

Su profesión y estatus le permitió desempeñar cargos públicos importantes en diversos lugares de España. En todos ellos se desempeñó de manera correcta, exhibiendo una gran habilidad para la administración pública. Ya en esa etapa, Bernardino demostraba un elevado sentido de la justicia, que plasmaba en sus cargos procurando la paz y defendiendo a quienes eran más vulnerables.

Fue, precisamente, a través del ejercicio de su profesión como Bernardino llegó a conocer a un grupo de jesuitas recién arribados a Nápoles -donde vivía el Santo-; grupo que lo dejaría profundamente impresionado debido a la alegría, la paz y la disciplina que mostraban sus integrantes. Bernardino reconoció en aquella experiencia la voz del Señor que lo estaba invitando a entregarse a su santo servicio. Después de un periodo de maduración en la fe a través de la oración, el consejo espiritual y la meditación, decide ingresar a la Orden. Años más tarde sería ordenado sacerdote y nombrado maestro de novicios.

Con el tiempo, los superiores de la Orden enviaron a San Bernardino a la ciudad de Lecce, centro de una comarca rica en viñedos y olivares, donde los pobladores deseaban que los jesuitas abrieran un colegio. Una vez fundada la institución educativa, el P. Bernardino Realino se dedicó a la enseñanza y a la labor propia de todo sacerdote: ser otro Jesús en medio de la gente, especialmente administrando los sacramentos. En esas circunstancias se ganó la reputación de buen confesor. Al P. Realino le gustaba mucho estar siempre disponible para atender a quienes deseaban confesarse.

Se dice que cierto día el P. Realino estaba temblando de frío mientras confesaba y su superior lo mandó a descansar. El Santo obedeció y aprovechó el momento para meditar en torno al misterio de la Navidad. De pronto vio una luz que llenó con un inmenso resplandor la habitación. La Virgen se le apareció y con una ternura indescriptible alargó los brazos y le entregó al Niño Jesús para que lo cuidase. Por esta razón, San Bernardino Realino suele ser representado junto al Niño Dios.

Hacia el año 1616 la salud del Jesuita fue decayendo. En su lecho de muerte, el alcalde y los magistrados de la ciudad -conscientes de su santidad- le pidieron al P. Bernardino Realino que fuera el defensor y protector de Lecce en el Cielo, a lo que el Santo respondió con un paternal sí.

San Bernardino Realino partió a la Casa del Padre el 2 de julio de 1616, invocando el nombre de María Santísima. Fue canonizado en 1947 por el Papa Pío XII.

Hoy, 2 de julio, la Iglesia también celebra a estos sacerdotes jesuitas:

• San Francisco de Gerónimo. Nació en 1642 en Italia y murió el 11 de mayo de 1716. Fue canonizado por Gregorio XVI en 1839.

• Beato Julián Maunoir. Nació en 1606 en Francia y murió el 28 de enero de 1683. Fue beatificado por Pío XII en 1951.

• Beato Antonio Baldinucci. Nació en 1665 en Italia y murió el 7 de noviembre de 1717. Fue beatificado por León XIII en 1893.