Hoy, 3 de septiembre, la Iglesia Católica celebra a San Gregorio Magno (540-604), quien dijo alguna vez: “donde el amor existe se obran grandes cosas”. San Gregorio fue el sexagésimo cuarto Papa de la Iglesia católica; forma parte del grupo de los padres de la Iglesia latina y se le cuenta entre los doctores de la Iglesia. Finalmente, Gregorio Magno fue el primer monje que llegó a ocupar la sede de Pedro.

San Gregorio Magno nació en Roma en el año 540, en el seno de una antigua familia romana de la que ya habían salido dos Papas: Félix III (483-492), probablemente su bisabuelo; y Agapito I (535-536). Siendo joven, ingresó a la carrera administrativa, pero la abandonó para hacerse monje. Tras esto convirtió la casa familiar en el monasterio de San Andrés.

Más adelante, el Papa Pelagio lo nombró diácono y lo envió a Constantinopla como Nuncio Apostólico. Allí permaneció unos años hasta que fue llamado de regreso a Roma para ocupar el puesto de secretario pontificio. Años duros le tocaron vivir allí pues la Ciudad Eterna sufrió de desastres naturales, carestías y la peste. Esta última acabó con la vida del Papa Pelagio II.

En esas circunstancias, Gregorio sería elegido Obispo de Roma y Sumo Pontífice, gracias a la sintonía existente entre el clero, el pueblo romano y el senado en torno a sus cualidades. Una vez a cargo de la Sede de Pedro, se preocupó por la conversión de los pueblos alejados dentro del mundo conocido en aquella época, y de la nueva organización civil y política de Europa. Quería entablar relaciones de fraternidad con todos los reinos y gobiernos del mundo con el deseo de que la Iglesia anuncie el Evangelio.

El Papa Benedicto XVI, en su audiencia general del 28 de mayo del 2008, refiriéndose a San Gregorio Magno, dijo: “En un tiempo desastroso, más aún, desesperado, supo crear paz y dar esperanza. Este hombre de Dios nos muestra dónde están las verdaderas fuentes de la paz y de dónde viene la verdadera esperanza; así se convierte en guía también para nosotros hoy”.