Un fresco en la Sala Sixtina de la Biblioteca Vaticana representa el Primer Concilio de Nicea. (CNS/Carol Glatz)
Aunque luchaba con problemas de salud, el papa Francisco anunció el pasado noviembre su intención de visitar Nicea (hoy Iznik, Turquía) en 2025.
El papa León, poco después de su elección, expresó su deseo de cumplir ese plan de su predecesor.
¿Por qué ambos pontífices estaban tan decididos a peregrinar a una ciudad musulmana que no tiene una comunidad cristiana activa desde hace más de un siglo?
Porque allí, en el año 325, una Iglesia unida sentó las bases doctrinales que guiarían a los creyentes de todos los tiempos.
Iznik es noticia este año porque se cumplen 1,700 años del Concilio de Nicea. El papa Francisco hizo de este aniversario uno de los ejes del Jubileo de la Esperanza, y líderes eclesiales tienen grandes expectativas sobre lo que podría lograrse en 2025.
Una estatua de Gian Lorenzo Bernini representa al emperador Constantino en el pórtico de la Basílica de San Pedro durante una procesión en la clausura del Sínodo de los Obispos para África, el 25 de octubre de 2009. (CNS/Paul Haring)
En su momento histórico original, el Concilio de Nicea fue una ocasión de esperanza, especialmente para el emperador Constantino.
Trece años habían pasado desde que accedió al trono imperial en Roma. A los pocos meses, a inicios del año 313, emitió el Edicto de Milán, que legalizó el cristianismo tras siglos de persecución romana. Constantino esperaba que la libertad religiosa le ayudara a lograr unidad y paz en todo el imperio.
Aunque aún no se había bautizado, atribuyó sus victorias al Dios cristiano. Como gobernante de Occidente, se interesó activamente por los asuntos eclesiales. Le inquietaban las disputas entre cristianos y temía que causaran inestabilidad política.
Instó a los obispos a reunirse en concilios para resolver sus conflictos. En el norte de África, el cristianismo estaba dividido desde los tiempos de la persecución. Desde la distancia, Constantino convocó tres concilios en esa región.
También patrocinó concilios en Hispania y la Galia (actual Francia), y no escatimó recursos para fomentar la participación. Cada obispo recibió transporte gratuito —un carruaje lo suficientemente amplio para él y su comitiva.
Consideró exitosos esos concilios regionales y se alegró de ver a los obispos colaborar y alcanzar consensos.
Mientras tanto, su poder crecía. El imperio estaba concebido para ser gobernado por cuatro: un César y su delegado en Occidente, y otro par similar en Oriente. En el año 324, sin embargo, Constantino tomó control del Oriente y se proclamó único emperador. Estaba decidido a unir al mundo romano para defenderlo mejor de sus enemigos.
Se horrorizó, sin embargo, al encontrar que las Iglesias orientales vivían casi una guerra civil, divididas por la doctrina novedosa de un hombre llamado Arrio.
Arrio, presbítero de Alejandría en Egipto, predicaba que el Verbo divino (ver Juan 1,1) no era Dios en el mismo sentido en que lo es el Padre. Basado en pasajes dispersos de la Escritura, afirmaba que el Hijo de Dios no era coeterno ni consustancial con el Padre.
Negaba así la plena divinidad del Hijo, a quien describía como criatura, aunque la más excelsa de todas.
El papa León XIV saluda a los participantes de una conferencia sobre las implicaciones ecuménicas del 1,700º aniversario del Concilio de Nicea, el 7 de junio en la Sala Clementina del Palacio Apostólico. (CNS/Vatican Media)
Arrio tenía talento para predicar y resumía sus ideas en frases pegajosas que se difundían como un resfriado. Una copla popular decía: “Hubo cuando no fue”, es decir, hubo un tiempo en que el Hijo no existía.
El obispo de Alejandría, llamado Alejandro, condenó a Arrio por socavar los pilares más fundamentales de la fe cristiana: la Trinidad y la Encarnación. Estas verdades habían sido largamente proclamadas en la liturgia y atestiguadas por los Padres de la Iglesia.
Arrio fue desterrado. Pero eso le permitió viajar y formar alianzas con otros líderes eclesiales y políticos. Reunió apoyos, pero también generó oposición. Pronto, su doctrina dividía comunidades en muchos territorios. Surgieron disputas por bienes eclesiásticos. Obispos vecinos no coincidían en cómo abordar la crisis.
En este contexto, Constantino solía apoyarse en el consejo de un obispo español, Osio de Córdoba, quien había sufrido persecución por su fe y se mantuvo firme. Muchos historiadores creen que fue él quien primero persuadió al emperador de adherirse al cristianismo. Osio había organizado los concilios regionales tan valorados por Constantino.
Pero ahora el problema era más grave. Las afirmaciones de Arrio tocaban la doctrina misma de Dios. Y el conflicto era internacional, no regional.
Osio propuso un evento sin precedentes: un concilio universal de la Iglesia. Constantino aceptó y decidió celebrarlo cerca de su residencia veraniega, en la ciudad de Nicea, donde podía ejercer mayor influencia.
El concilio se abrió a mediados de mayo de 325 y concluyó un mes después. Las actas llenaban 40 volúmenes, aunque ninguno se conserva. Lo que sabemos proviene de dos testigos: Eusebio de Cesarea, simpatizante de Arrio, y Atanasio de Alejandría, entonces joven teólogo asesor del obispo Alejandro.
Ícono ortodoxo de San Atanasio. (Shutterstock)
Los obispos se reunieron con gran solemnidad. Atanasio asegura que eran 318. La mayoría procedía del Oriente, aunque el papa envió dos delegados, ya que era demasiado anciano para viajar.
El último en ingresar fue el propio Constantino, con vestiduras brillantes de oro y gemas. Se inclinó con humildad ante los ancianos obispos que aún portaban heridas de la persecución.
El emperador pronunció un discurso de apertura agradeciendo a Dios por hacer realidad su deseo: una reunión de los obispos de la Iglesia universal.
Luego cedió la palabra… y comenzó la gresca verbal. Según Eusebio: “Algunos comenzaron a acusar a sus vecinos, quienes se defendieron y replicaron. De este modo, surgieron innumerables afirmaciones de cada parte y se desató una violenta controversia desde el inicio”.
El caos de Nicea suele retratarse como una lucha entre la Tradición Apostólica y la herejía arriana. Pero no fue tan simple. Algunos obispos preferían usar solo lenguaje bíblico. Otros se oponían a Arrio, pero se sentían incómodos con las fórmulas propuestas para condenarlo. Otros estaban listos para usar cualquier argumento con tal de aplastar a Arrio.
Según Eusebio, Constantino escuchó con paciencia y, hábilmente —a lo largo de semanas— condujo la discusión hacia un consenso.
Fueron los propios testigos quienes aseguraron que fue el emperador quien propuso por primera vez el uso del término griego homoousios para describir la relación entre el Padre y el Hijo. Homoousios significa “consustancial”.
Varios obispos se resistieron, pero se hizo evidente que ningún otro término era tan preciso.
Al final, los Padres de Nicea formularon una profesión de fe afinada con precisión: Creemos… en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, engendrado del Padre… Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial con el Padre.
Arrio fue nuevamente desterrado.
Luego, los obispos abordaron rápidamente otros temas. El concilio emitió 20 cánones que normaban asuntos importantes y cotidianos.
Establecieron una fecha común para celebrar la Pascua. Fijaron un tiempo mínimo de preparación para el bautismo de adultos. Prohibieron que los sacerdotes convivieran con mujeres, salvo sus madres o hermanas. Estipularon que al menos tres obispos debían estar presentes en la ordenación episcopal.
Estas normas son importantes, pero quedan eclipsadas por el peso doctrinal del credo, que hasta hoy se proclama en muchas Misas dominicales.
El concilio resolvió un problema crucial de la Iglesia, logró consenso y restauró la unidad.
Eso no significa que halló una solución rápida. El arrianismo tardaría siglos en desaparecer.
Ícono ruso del siglo XVII que ilustra los artículos del credo. (Wikimedia Commons)
Hoy miramos a Nicea desde la comodidad y claridad de una teología más desarrollada sobre los concilios. Conocemos la autoridad conciliar y la respetamos.
Pero los Padres del concilio no contaban con siglos de reflexión para consultar. Ellos hicieron historia. Nicea fue el primero de los Concilios Generales (o Ecuménicos). Desde entonces, la Iglesia Católica ha celebrado 20 más.
Por eso es comprensible que los papas Francisco y León hayan querido peregrinar a Nicea. Y también se entiende que alberguen grandes esperanzas para este aniversario. Algunos problemas antiguos han resurgido —como el debate sobre la fecha de Pascua—. Pero también hemos sumado nuevos desafíos, que deben resolverse antes de alcanzar la comunión plena entre todos los cristianos.
La historia enseña esperanza. El papa León ha aprendido esa lección.
En mayo dijo:
“Mi elección ha tenido lugar durante el año del 1,700º aniversario del Primer Concilio Ecuménico de Nicea. Aquel concilio representa un hito en la formulación del Credo compartido por todas las Iglesias y Comunidades Eclesiales. Mientras avanzamos en el camino hacia la plena comunión entre todos los cristianos, reconocemos que esta unidad solo puede ser unidad en la fe. Como obispo de Roma, considero una de mis prioridades buscar el restablecimiento de la comunión plena y visible entre todos los que profesan la misma fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo”.
Esa es la fe de Nicea.