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“Todos somos maladesMi primo y padrino, Mike Smith, un Caballero de la Orden de Malta, pronunció estas palabras refiriéndose a la palabra francesa que se usa para nombrar a las personas que están enfermas. Sus palabras me persuadieron a que accediera a su invitación a unirme a la peregrinación a Lourdes.

Años atrás, después de haber analizado la solicitud para una peregrinación que él me había enviado, respondí que no. No estaba lo suficientemente enferma. No era lo suficientemente católica, me decía mi voz interior. Sentí que ese honor debería recaer en alguien que tuviera una enfermedad potencialmente mortal, no en una persona con una condición crónica, no en alguien que asistía a misa de manera esporádica, no en una persona que cuestionaba algunas de las enseñanzas de la Iglesia, no en una persona como yo.

No quería tomar el lugar de alguien más digno de ir, que yo.

Durante casi 30 años, he vivido con dolor intermitente y con otros síntomas, provocados por una variedad de afecciones autoinmunes.

Cuando mi nivel de dolor ha sido peor, me he sentido más cerca de Dios.

Cuando, en 2019, estuve en silla de ruedas durante cuatro meses y luchaba contra el dolor diariamente, Mike me llamó. “María me ha pedido que te pregunte de nuevo”, me dijo.

“Hagámoslo”, respondí. No me esperaba tener una segunda oportunidad para ir a un sitio de sanación y me sentí agradecida por ello.

Mi solicitud fue aceptada, pero la pandemia retrasó mi viaje por dos años más. En abril de 2022, aterricé en Lourdes con la Orden de Malta y con mi cuidadora, Dori Wagner O'Donnell, una querida amiga de mis días en Mayfield Senior School, en Pasadena.

Como soy una persona que se fatiga con facilidad, me preocupaba el exigente horario. En un solo día asistí a misa, me rebautizaron, fui al sacramento de la reconciliación, me lavaron los pies y recibí una medalla en una ceremonia especial, entre otras actividades. Pero la amabilidad y la energía positiva de los Caballeros, las Damas, los sacerdotes, las monjas, los cuidadores, los voluntarios y mis compañeros enfermos, y el lugar en sí, me llenaron de energía.

A pesar de que yo era uno de los malades que viajaban en un carro azul, conocí a Caballeros, Damas, sacerdotes y monjas que alguna vez habían sido “malades” o que eran ahora cuidadores. Como dijo Mike, todos somos malades, o lo seremos.

Estando en Lourdes, sucedió algo inesperado. Mi nivel de dolor aumentó. Éste era un lugar de

sanación, así que ¿por qué tenía yo tanto dolor? Tal vez los cambios de presión barométrica durante el vuelo y el clima tormentoso de Francia despertaron una inflamación en mi cuerpo. Los tendones de mis muñecas me ardían, provondome un dolor que se disparó desde mis brazos, llegando hasta los nervios de mi cuello. El Dr. Joe Pachorek, miembro del equipo médico de la Orden de Malta, entró en acción y compró un medicamento para tratar mis síntomas, y los atenuó.

Pero no me sentía en forma. No me sentía de acuerdo a esa versión de mí misma que quería encontrar en Lourdes.

Un Caballero convertido en malade me compartió una frase que se me grabó: “Cuando en 1858, la joven Bernadette vio a María en la gruta, ésta había sido un basurero, no un lugar sagrado”. Él nos animó a dejar nuestra basura allí. Yo había considerado la gruta con su caja de intenciones como un lugar para pedirle a María lo que quería, no como un lugar para tirar ahí lo que ya no deseaba llevarme conmigo.

Sus palabras me inspiraron a hacer dos listas: Lo que quiero y Aquello de lo que me quiero liberar. En una tarde soleada, acudí sola a la gruta, que es un lugar de paz. Me arrodillé y oré frente a la estatua de María, ahora rodeada de rosas rosadas que fueron colocadas ahí recientemente.

Entre los muchos elementos que quería estaban la paciencia, orientación para el libro que estaba escribiendo y un trabajo adecuado para un ser querido que estaba desempleado. Para mi sorpresa, mi lista de basura era más larga: dolor, autocompasión, resentimiento y egocentrismo, entre otros. Las lágrimas inundaron mis ojos. Coloqué mi lista de intenciones en la caja que está al lado del agua curativa, luego arrugué mi lista de liberación y la tiré en un bote de basura que estaba al lado del río Gave de Pau.

Ahora, unos meses más tarde, todo lo que estaba en mi lista de intenciones se ha materializado y varios de los elementos de mi lista de liberación han empezado a disiparse.

Desearía poder decir que todo mi dolor físico se ha ido. No es así, pero está bien. Estoy buscando nuevos tratamientos y me siento esperanzada. Y estoy también practicando la paciencia.

El viaje a Lourdes me restableció emocional y espiritualmente y aprendí que podemos sentirnos abatidos y plenos al mismo tiempo. Todos somos malades, y todos somos dignos de ser ayudados.

Jenny Gorman Patton creció en Pasadena y ahora enseña escritura en la Universidad Estatal de Ohio en Columbus, Ohio.