El hombre recordó aquel momento en el que la enfermedad y la muerte ensombrecieron por primera vez su vida. Fue lo que menos esperaba: un dolor de muelas. Y él estaba llamando a su madre. Se angustió cuando ella no acudió.

“Eso fue porque ella también estaba enferma, y lo raro era que había varios médicos en su habitación, se escuchaban voces y ruido de gente que iba y venía por toda la casa y puertas que se cerraban y se abrían”, escribió, años más tarde, el gran autor cristiano C.S. Lewis. “Y entonces mi padre entró llorando en mi habitación y empezó a tratar de comunicarle a mi mente aterrorizada cosas que nunca antes había considerado. Era, de hecho, un cáncer y siguió el curso que le es habitual”.

La muerte de la madre de Lewis hizo que él perdiera la poca fe que tenía. Sus oraciones no habían tenido éxito, así que no se preocupó por Dios durante dos décadas más. Él era nieto de un ministro anglicano y tataranieto de un obispo de la Iglesia de Irlanda, pero nada de eso le importaba.

Más adelante, Lewis recordaba (con gran vergüenza) que había hecho su primera Comunión (en la Iglesia de Irlanda) sin ninguna fe en Jesús. Se sentía consternado por su anterior falta de fe después de haber encontrado a Dios, o más bien, después de que Dios lo hubiera encontrado a él.

El joven sirvió en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial y fue la excepción al viejo adagio de que no existen ateos en las trincheras. Después de la guerra fue un estudiante brillante en Oxford y allí Dios le dio un grupo de amigos, entre ellos el novelista y erudito J.R.R. Tolkien, que lo ayudó a aceptar la fe cristiana (pero sin lograr convertirlo nunca al catolicismo).

Llegó a ser profesor de Cambridge y autor de más de 30 libros, entre ellos, las famosas obras “Las crónicas de Narnia”, “Cartas del diablo a su sobrino”, “Mero Cristianismo” y otros clásicos de la apologética moderna. Durante la Segunda Guerra Mundial, transmitió por radio inspiradores sermones cristianos en la BBC. Aquel niño solitario y decepcionado que vivía el duelo de su madre, llegó a ser uno de los mejores escritores cristianos del siglo XX.

Es una historia de conversión que sirve como base para una nueva película, “The Most Reluctant Convert,” (“El converso más reacio”), que empezó a proyectarse en cines selectos en el mes noviembre. La película servirá tanto de introducción para aquellos que nunca lo han leído, como de agradable pausa literaria para aquellos que conocen y disfrutan sus escritos.

La película se originó a partir de una obra de realización individual escrita e interpretada por Max McClean, quien interpreta en la película a C.S. Lewis, cuando éste era de mayor edad. La voz y el comportamiento de McClean transmiten la riqueza de los escritos de Lewis con sobriedad y dignidad. Él enuncia lo que parecen ser citas reales de las obras, pero de una manera bastante natural. Lewis nos narra la historia de su conversión.

Cambiar de una obra de teatro unipersonal a una película con más actores requirió algo de ingenio, y la producción es extremadamente brillante. Un Lewis más joven, interpretado por Nicholas Ralph, y su yo de más edad, da testimonio de acontecimientos clave de la historia de su conversión. Me recordó a Scrooge, viendo a su yo más joven con el fantasma de su pasado en “A Christmas Carol” (Un villancico de Navidad). Es como si nos hubieran invitado a acompañar a Lewis a un encuentro con la historia de su propia alma, y podemos ver sus reacciones de asombro al ver la distancia que ha recorrido.

El escritor C.S. Lewis en un retrato de 1955 realizado por Walter Stoneman. (Foto CNS/cortesía de la National Portrait Gallery, Londres)

El guión es sutil, y cuanto más se sepa sobre Lewis, más se podrá disfrutar de las referencias a libros y autores como G.K. Chesterton. Sin embargo, por fortuna no es necesario comprender su legado intelectual para apreciar una producción que involucra al espectador —tanto a nivel emocional como personal— en las luchas que sostuvo el joven Lewis con respecto a la fe.

Durante un tiempo Lewis fue, como él decía, un materialista, que negaba la existencia de Dios y defendía una explicación puramente mecánico-química del comportamiento humano. Sus amigos le hacían notar que, si nuestras vidas fueran solamente una cuestión de reacciones químicas, entonces no habría nobleza, ni valores espirituales, ni significados reales.

Me acordé de un hombre que estaba viviendo un programa del Quinto Paso en Alcohólicos Anónimos de mi parroquia y que decía que no creía en ningún poder superior (algo realmente imposible en AA). Somos el accidente de moléculas que se unen, decía él. Sin embargo, me había hablado de su hijo; del ansia que sentía de obtener la custodia del niño, y de que criar a su hijo era el objetivo más importante de su vida.

“¿Y se trata solamente de moléculas?”, le pregunté. Las diferentes personas viven diferentes experiencias religiosas que apuntan a lo trascendente durante el curso de las circunstancias particulares de sus vidas. El amor de este hombre por su hijo fue una experiencia de ese tipo, incluso si él no lo sabía. Lewis fue convencido por sus amigos gracias a los valores estéticos e idealistas y entonces él se convirtió en un teísta, como decía él. Había un Dios Creador, pero no había manera de que pudiéramos tener una relación con él.

Él dijo que admiraba a Jesús como maestro y Tolkien y otro amigo le hicieron notar que o bien creemos la palabra de Jesús o bien la rechazamos. O bien él era el Hijo de Dios y la fuente de la salvación, como afirmaba serlo para todos, o bien estaba loco. Jesús exigía todo o nada.

McClean narra la escena de la conversión de Lewis en Oxford, citándolo para la espléndida autobiografía parcial del escritor, “Surprised by Joy” (“Cautivado por la alegría”): “Imagíname noche tras noche, yo solo en aquella habitación de Magdalen, experimentando —cada vez que mi mente se desprendía incluso por un segundo de mi trabajo— ese constante e implacable acercamiento de Aquel con quien tan intensamente deseaba no encontrarme. Lo que tanto temía me había finalmente ocurrido. En el Trinity Term de 1929 cedí y admití que Dios era Dios y me arrodillé y oré, siendo esa noche quizás el converso más abatido y reacio de Inglaterra”.

Hay muchos jóvenes que se creen ateos hoy en día. Mi asesoramiento a drogadictos y alcohólicos me lleva a creer que algunos son meramente agnósticos y que la mayoría tienen problemas con Dios porque son presa de resentimientos y de un gran dolor emocional. Espero que algunos de ellos tengan la oportunidad de ver “El convertido más reacio”.

El último capítulo de “Cautivado por la alegría” se titula "Jaque mate". Que nuestras oraciones apoyen a todos aquellos que están tratando de disuadirse a sí mismos de la fe, para que permitan que Dios los venza.

Mons. Richard Antall es párroco de la Iglesia Holy Name en Cleveland, Ohio, y autor de varios libros. Su última novela, “The X-mas Files” (Atmosphere Press, $ 17,99), ya está a la venta.