Los últimos meses han sido un tiempo difícil para un italiano que vive lejos de su casa. Italia fue el primer país, después de China, más golpeado por la pandemia del coronavirus.

Mientras el número de víctimas crecía, yo estaba pendiente de las noticias, de los mensajes de texto y de las llamadas telefónicas de la gente de mi país.

Mi padre, un médico en Roma, estaba trabajando con pacientes en una residencia de ancianos, algunos de los cuales contrajeron el coronavirus. Su situación, y pensar en amigos y familiares que estaban lidiando con el impacto del virus, a menudo me mantenía despierto durante la noche aquí en Los Ángeles.

Una mañana me desperté con un mensaje de texto de mi hermana. Un amigo cercano, Giovanni de Cerce, se había enfermado gravemente con el coronavirus y estaba en el hospital.

Giovani, o ”Gianni”, como todos nosotros le conocíamos, era, de hecho, más que un amigo. Mi hermana y yo  pertenecemos al camino Neocatecumenal, un itinerario de iniciación cristiana post-bautismal, en el que Gianni y su mujer nos habían guiado durante muchos años como catequistas.

Padre de cuatro hijos, él acompañó a nuestro grupo de jóvenes a tres Jornadas Mundiales de la Juventud y estuvo ahí para ayudarme en tiempos de sufrimiento personal y de desesperanza. En pocas palabras, el ha sido fundamental para mi permanencia en la Iglesia Católica hasta hoy.

Me sentí aliviado cuando escuché que Gianni se recuperó del coronavirus después de más de un mes en el hospital. Pero aún más me sorprendió saber que el Papa Francisco le había invitado para asistir a un servicio de oración especial: una recitación del Rosario el 30 de mayo en los jardines del Vaticano, marcando el final del mes de mayo dedicado a la virgen María. El evento unía a santuarios marianos de todo el mundo para rezar simultáneamente  por el final de la pandemia.

Los invitados del Papa fueron elegidos para representar a la gente afectada por el virus: dos doctores, una enfermera, un capellán de hospital y un periodista, estaban entre los invitados para representar a sus compañeros de trabajo. Gianni y una monja italiana, la hermana Zelia Andrighetti, superiora general de las Hijas de San Camilo, estuvieron allí para representar a los supervivientes del coronavirus, y cada uno dirigió  un misterio del Rosario durante el rezo.

Yo contacte a Gianni por teléfono y hablamos sobre sus pensamientos ante su cercanía a la muerte, el poder de la oración y qué pasa después de superar el coronavirus.

¿Cuál fue tu reacción cuando recibiste la invitación para rezar con el Papa?

Me sentí increíblemente agradecido y me pregunté por qué yo, entre tanta gente, había tenido el COVID-19. Pero entonces me di cuenta de que yo estaba siendo elegido como representante de todos los que habían padecido esta enfermedad. Cuando recibí la llamada telefónica con la invitación del Papa, lo primero que hice fue llamar al hombre con el que compartí habitación en el hospital y le dije:” yo te llevo conmigo. No se por que me han elegido pero ahora sé que tú vienes conmigo”. Él estaba contentísimo de escuchar esto.

¿Nos puedes contar un poco sobre tu experiencia con el COVID-19?

Yo llegué al hospital después de un episodio traumático. Yo había empezado a sentirme un poco enfermo, pero no pensé que pudiera ser coronavirus. 

Una mañana estaba sentado en la cocina, me caí al suelo con una crisis respiratoria y pérdida de consciencia. Como todos estábamos en el confinamiento, toda mi familia estaba allí en ese momento y mi hija me hizo la reanimación cardiopulmonar.

La primera imagen que yo vi cuando abrí los ojos fue mi hija, sus lágrimas caían por su rostro. Ella estaba llorando porque había conseguido reanimarme. Cuando entré en la ambulancia, dije adiós a mis hijos y a mi mujer sin saber si les volvería a ver de nuevo. 

De Cerce, second from left, with youth from Rome at St. Peter's Church in Capernaum, during a pilgrimage to the Holy Land in 2009. (Giovanni De Cerce)

¿Como fue el tiempo que estuviste en el hospital? ¿Cuál fue la parte más difícil?

Desde el punto de vista físico, la parte más difícil fue el constante sentimiento de sofoco y la falta de respiración. Pero para mí, el mayor sufrimiento no fue el dolor físico sino el no saber si sobreviviría. Algunas noches yo tuve que luchar una batalla dura contra los pensamientos del demonio. El demonio seguía diciéndome: 

‘Si tienes que morir, no  podría ser al menos más sencillo?. Por que una muerte tan horrible?.”

Este fue mi tercer encuentro cercano con la muerte. Yo sobreviví un melanoma en el año 2000 y un fuerte ataque de corazón en 2014. 

Mi otra lucha fue con mi  sentimiento de no estar preparado, de aferrarme a esta tierra. Dios tenía que enseñarme mucho de humildad y mostrarme que yo no vivo solo de mis palabras. Muchas veces, en mi actividad como catequista, yo anunciaba el  deseo de ir al cielo y de estar con Dios. Pero en aquellas noches, supliqué al señor que me dejara en esta tierra. Esto me hizo muy humilde, me hizo ver que yo soy muy débil, a pesar de lo que he predicado. 

Yo tuve una experiencia similar a la de San Pedro, un hombre que pensó que estaba preparado para dar su vida por Cristo, pero que se dió cuenta que no era capaz de hacerlo.

Que te ayudó en aquellos momentos?

Rezar el rosario me ayudó mucho.A veces estaba tan cansado y confundido que no tenía fuerzas ni siquiera para rezar. Yo solo escuchaba el rosario que se rezaba. Y después tenía momentos cuando estaba en silencio escuchando a Dios. Cada mañana yo escuchaba la misa diaria del Papa Francisco, y me conmovió inmensamente su oración del 27 de marzo.

Pero sobre todo, yo sentí la fuerza de las oraciones que se decían por mí. Yo experimente miedo muchas veces pero nunca estuve totalmente deprimido o perdido. Me consolaba una cita de Nelson Mandela, que decía que el coraje no es la falta de miedo, sino que es el triunfo de uno sobre el miedo.

Esto es esencialmente una frase cristiana, una perfecta descripción de Cristo resucitado que triunfa sobre nuestros miedos. Yo no me considero a mí mismo un hombre valiente pero tengo que decir que Dios me dió coraje y esto no fue por mi fe o mi fuerza, sino gracias a la oración de todos los que rezaron por mí.

Una de las cosas que más asustaron de esta enfermedad es que los pacientes eran dejados solos en los hospitales, incapaces de ver a sus familiares y seres queridos y a menudo morían solos. Parece que no te sentiste solo ni incluso en tu aislamiento en el hospital.

Yo no, pero estaba profundamente impresionado por la experiencia de soledad de los que me rodeaban y esto me hizo sentirme privilegiado de estar en la Iglesia.

La experiencia real de la Iglesia es algo que hace una gran diferencia. Hay una relación diferente con los demás, ellos se convierten en hermanos y hermanas. Unidos por lazos que, simplemente, son imposibles de encontrar en otro lugar. Hubo gente que se levantó para rezar por mí en mitad de la noche. Haciendo turnos para que cada noche hubiera uno o dos o tres hermanos despiertos rezando por mí. 

Mis hijos también recibieron la ayuda de sus comunidades, la comunión es la cosa más grande que nos ha sido dada en la Iglesia. Y esto es algo que nosotros experimentamos en un modo particular en el Camino Neocatecumenal.

El “Camino” nos ha dado muchos regalos: la capacidad de entender la Palabra de Dios en conexión con los hechos de nuestra vida, una liturgia viva, pero nada es más grande que el regalo de este cuerpo de hermanos y hermanas. A veces es un cuerpo desastroso, sin duda, un cuerpo de gente que discute y se enfada, pero en este cuerpo aparece el amor del uno por el otro, que no se puede encontrar en ningún sitio (fuera de la Iglesia). Para aquellos que no han tenido esta oportunidad, el famoso dicho de Sartre se convierte en realidad: El infierno es el otro.

Gianni De Cerce (between Pope Francis and man in orange jumpsuit) with fellow invitees to the pope's May 30 prayer service in the Vatican Gardens. (Vatican Media)

El Papa Francisco recientemente dijo que “de una crisis como esta no vamos a salir igual que antes. Nosotros saldremos mejor o peor”. Piensas que esto describe tu experiencia.

Sí. El domingo de Pascua fue cuando yo di negativo del virus por primera vez. Esta noticia me cogió como el anuncio de la tumba vacía, de la resurrección de Cristo. E inmediatamente me di cuenta de que Dios me estaba llamando para algo nuevo. Después de la resurrección, Jesús invita a los discípulos a ir a Galilea, la  tierra de los gentiles. El les invita a evangelizar. 

Yo estoy muy agradecido al Señor, no porque me dejó en esta tierra sino porque él ha venido a visitarme tres veces a través de enfermedades graves y  lo ha hecho para llamarme a seguir sus huellas. El me ha dado una misión.

Ojalá pudiéramos todos entender que la cruz, que los acontecimientos de sufrimiento en nuestras vidas son el camino de Dios para hacernos misioneros! Entonces, no nos detendriamos a mirar simplemente nuestro sufrimiento. Yo siento que la misión que se me ha dado es visitar a la gente en su angustia, para llevar una solución a estas angustias, un nuevo sentido. Cómo sucederá esto en la práctica, no lo sé.

Kiko Argüello (co- iniciador del Camino Neocatecumenal) dijo una vez que el regalo más grande de Dios para el hombre es la oportunidad de participar en la redención de la humanidad.Nosotros pensamos que la felicidad consiste en tener dinero, un buen trabajo y una casa bonita.Pero la felicidad más grande es sacar a la gente de su infierno personal.

Piensas que la pandemia hará a la gente más receptiva al anuncio de la Buena Noticia?

No lo dudo. La pandemia ha ayudado a la gente a ser más consciente de su propio miedo a la muerte. Este reconocimiento es un requisito fundamental para el anuncio del Evangelio: darse cuenta de que por el miedo a la muerte el demonio nos mantiene esclavos y nos fuerza a hacer su voluntad.

No tiene sentido anunciar a Cristo resucitado si nosotros no nos enfrentamos a la verdad y la verdad es que somos esclavos. Nosotros hacemos la voluntad de otro, estamos esclavizados a alguien que quiere que suframos, que nos quiere mantener en el infierno.

Ser consciente de esto prepara el camino al anuncio de la Resurrección y estoy seguro de que este tiempo de miedo ha ayudado tanto a cristianos como a no cristianos a ser conscientes de nuestra condición. Y si este reconocimiento está presente, entonces el anuncio del Evangelio encontrará una tierra fértil.