“Agustiniano” es la palabra que más se usa para describir la forma de pensar del Papa León XIV. Él mismo la utilizó en su primera bendición papal, el 8 de mayo: “Soy agustino, hijo de San Agustín.”
Este término tiene dos sentidos, y él cumple ambos.
En un primer sentido, significa que es miembro de la Orden de San Agustín (OSA), los agustinos.
En un segundo sentido, sin embargo, “agustiniano” denota un enfoque particular de la espiritualidad y la teología. Significa que el pontífice vive según los principios de San Agustín de Hipona, un norteafricano que vivió entre los siglos IV y V. Más de mil quinientos años después de su muerte, sigue siendo uno de los pensadores más influyentes de toda la historia de la humanidad.
A juzgar por sus declaraciones públicas —antes y después de asumir el papado— León es claramente agustino en ambos sentidos.
Como Robert Prevost, profesó sus primeros votos en la orden agustina en 1978 y sus votos solemnes en 1981.
Como Leo, citó a Agustín en su primer discurso público, y tomó una frase de él como lema: la clave para entender su pontificado.
Para entender al pontífice, entonces, debemos mirar primero la vida y el pensamiento de su antiguo patrono.
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Agustín nació en el año 354 en un pequeño pueblo del África romana (la actual Argelia). Su madre, Mónica, era cristiana, y su padre, Patricio, era pagano, aunque no especialmente religioso. La familia valoraba mucho la educación, y Patricio pidió prestado dinero para brindarle oportunidades a su primogénito.
El joven era intelectualmente dotado, pero también rebelde. En sus memorias, “Las Confesiones”, recuerda cómo se metía en travesuras con sus amigos —robando peras del árbol de un vecino solo para luego tirarlas.
A los 17 años viajó a Cartago para estudiar retórica. Allí vivió una vida libertina como estudiante universitario. Se mudó con su novia y pronto ella quedó embarazada. Comenzó a interesarse por religiones exóticas e incluso se identificó (aunque débilmente) con los maniqueos, un culto persa que era una mezcla de cristianismo, budismo y zoroastrismo.
Pero su verdadera religión era Agustín mismo. Reconocía su propio potencial para ser el mejor en su campo, y sus ambiciones lo llevaron primero a Roma y luego a Milán, entonces capital administrativa del Imperio Romano. A los 30 años obtuvo el cargo más prestigioso de su especialidad: la cátedra de retórica en la corte imperial.
Había alcanzado sus metas mundanas, pero las encontró vacías. No lo satisfacían. Tampoco lo hacía la religión maniquea, que no resistía su escrutinio. Comenzó a buscar significado en otros lugares.
Agustín entabló amistad con filósofos neoplatónicos en Milán, algunos de ellos cristianos. También comenzó a asistir a las predicaciones del obispo de la ciudad, Ambrosio, cuyo currículum secular era tan impresionante como el de Agustín.
Cada vez más pensaba como cristiano, pero no lograba dejar atrás su fuerte apego a los pecados sexuales. Un día —en circunstancias extraordinarias— recibió la gracia de Dios para vencer. Se bautizó y regresó a África con sus amigos.
Una capacidad poco destacada de Agustín es su don para la amistad. Los compañeros de su juventud desenfrenada lo siguieron a Cartago, luego a Roma, después a Milán, y finalmente de regreso a África.
Al parecer, no podían imaginar una vida sin él. Espiritualmente, crecieron todos juntos. En África, Agustín fue ordenado sacerdote y luego obispo, y varios de sus amigos siguieron sus pasos hacia el clero y el episcopado.
Algunos incluso vivieron con él en una casa monástica que seguía una “Regla” centrada en el estudio, la oración y el amor mutuo en la caridad.
En esa época, un obispo dedicaba sus días a resolver disputas entre su gente. El tribunal episcopal era una alternativa al tribunal civil. Sin embargo, Agustín encontraba tiempo para escribir y produjo más de cien obras, muchas de las cuales siguen siendo textos obligatorios en campos especializados: teología trinitaria, moral, teología de la historia, interpretación bíblica y catequesis, por nombrar algunos. Es el Padre de la Iglesia que nos ha dejado la mayor cantidad de obras, ocupando 46 voluminosos tomos en su última traducción al inglés.
Su genio fue reconocido por sus contemporáneos. El Papa Celestino I, que reinaba cuando Agustín murió, advirtió a los católicos que no hablaran en contra del hombre ni de su doctrina. El Papa León Magno, quien asumió el papado poco después, se formó intelectualmente con la teología de Agustín.

San Agustín es representado como obispo de la diócesis norteafricana de Hipona. Vivió entre los años 354 y 430 y se le considera padre de la Iglesia y doctor de la Iglesia. (Foto de archivo de OSV News)
Y su influencia nunca ha disminuido. Agustín es el autor (fuera de la Sagrada Escritura) más citado por Santo Tomás de Aquino en su “Suma Teológica” del siglo XIII. También es el autor más citado (fuera de la Biblia) en el “Catecismo de la Iglesia Católica”, publicado en 1992.
Tal fue el genio de Agustín que su pensamiento se convirtió —sin exagerar— en la espiritualidad más fundamental de la Iglesia occidental. Es el modo predeterminado del cristianismo latino.
¿Qué es lo que distingue al espíritu agustiniano?
Tiene un carácter de interioridad. Sus “Confesiones” son citadas a menudo como el primer ejemplo del género autobiográfico. En sus “Soliloquios” profundiza en esta autoindagación, buscando conocerse a sí mismo en relación con Dios.
Resalta la comunidad. Agustín es introspectivo, pero no introvertido. Vivir con otros le ofrecía ocasiones para ejercitar la caridad y la ayuda mutua. Sus compañeros lo ayudaban a ver sus defectos y corregirlos.
Valora la creación. Agustín creía que Dios creó el mundo para servir y deleitar al ser humano. Nuestro deseo de bienes terrenales debe llevarnos a Dios, quien es el único que satisface nuestro anhelo más profundo. Cuando preferimos bienes menores por encima de Dios, pecamos.
Es bíblico y eclesial. Ningún antiguo articuló los principios de la lectura bíblica con tanta claridad como Agustín. Sin embargo, enfatizaba que la Iglesia precede al Nuevo Testamento y autoriza la Escritura al establecer el canon. Para él, la autoridad permanente en la tierra reside en los obispos en comunión con el papa.
Concibe la vida como un camino, un proceso de conversión, ya sea hacia Dios o alejándose de Él.
Después de citar a Agustín en su primera bendición, León reunió muchos de estos temas al decir: “En este sentido, todos podemos caminar juntos hacia la patria que Dios ha preparado para nosotros.”
¿De dónde vienen los agustinos?
En el siglo XIII, hubo un movimiento para reunir monasterios independientes en órdenes religiosas. Los “Ermitas de San Agustín” fueron uno de estos grupos, formados a partir de eremitas italianos que ya seguían la “Regla de San Agustín”. Fueron aprobados por el Papa Alejandro IV en 1256. Eventualmente, dejaron de usar el término “ermitano”, ya que su trabajo era tanto activo como contemplativo.
A lo largo de los siglos, los agustinos han tenido una profunda influencia en el desarrollo de la espiritualidad.
Entre sus miembros se encuentran el español Luis de León (siglo XVI), quien promovió la publicación de teología en lenguas vernáculas, y Pierre de Bérulle (siglos XVI y XVII), fundador de la llamada “escuela francesa” de espiritualidad, cuyos discípulos incluyeron a San Vicente de Paúl y San Francisco de Sales. Entre los santos y beatos de la orden están la beata Ana Catalina Emmerick, Santa Rita de Casia y San Tomás de Villanueva (patrono de la universidad homónima en Filadelfia).