El beato Bartolo Longo, nacido en 1841, en un cuadro sin fecha. (CNS/Cortesía del Santuario Pontificio de la Beata Virgen del Rosario de Pompeya)
Bartolo Longo fue un hombre entregado a la ciencia y las ideas nuevas. También fue sacerdote de Satanás y adepto a supersticiones antiquísimas.
Si hoy estas dos cosas parecen contradictorias, hace 200 años no lo eran tanto. Esa verdad histórica, sin embargo, a menudo se pierde entre las etiquetas de los historiadores.
La llamada "Edad de la Ilustración" es el nombre que los libros de texto dan al período de revoluciones filosóficas y sociales que florecieron primero en el siglo XVIII. En América y Francia, los pueblos se alzaron contra sus reyes, disolvieron las iglesias nacionales y proclamaron un nuevo tipo de nacionalismo basado no en la costumbre ni la religión, sino en la ciencia empírica y la razón.
En las décadas siguientes, ese mismo espíritu revolucionario se extendió por toda Europa, culminando en 1848, conocido como el Año de las Revoluciones. Hubo levantamientos en más de 50 países, desde Irlanda hasta Polonia, que pusieron en jaque el orden establecido.
El Santuario de la Virgen del Rosario en Pompeya, que Bartolo Longo ayudó a fundar a finales del siglo XIX. (Pablo Kay)
Ese año, Longo tenía 7 años, y en la península itálica el movimiento revolucionario ganaba impulso. El Risorgimento (resurgimiento) era liderado por un general carismático y apasionado, Giuseppe Garibaldi, cuya meta era la “liberación” de Italia y la unificación de sus múltiples regiones en una sola república. Su lema: "Libres desde los Alpes hasta el Adriático".
La familia Longo era acomodada y profundamente católica. Cuando Longo tenía 10 años murió su padre, y su madre se casó con un abogado. Al crecer, Bartolo se dejó llevar por el espíritu del Risorgimento.
El gran obstáculo del movimiento era el papado. Los papas, que siempre habían resistido las ideas revolucionarias, gobernaban una vasta porción de Italia, los Estados Pontificios, con Roma como capital. Por su historia como centro de un imperio mundial, Roma tenía un valor simbólico enorme para Garibaldi. Su programa se volvió cada vez más anticatólico y anticlerical, y su objetivo final fue erradicar la propia institución del papado.
En 1861, Longo se inscribió en la Universidad de Nápoles para estudiar Derecho. Allí conoció a otros estudiantes entusiasmados con las ideas revolucionarias.
Años después recordaría que de joven “llegué a odiar a los monjes, a los sacerdotes y al Papa, y en particular a los dominicos, los más formidables y furiosos opositores de aquellos grandes profesores modernos, proclamados por la universidad como los hijos del progreso, defensores de la ciencia y campeones de toda forma de libertad”.
Pero descubrió que el proyecto ilustrado no se reducía a ciencia, razón y política. En Italia, como en otros lugares, las ideas revolucionarias iban muchas veces unidas a prácticas ocultistas como la masonería, el espiritismo, la magia y la adoración al diablo. Longo comenzó a asistir a sesiones de espiritismo y se unió a un culto satánico. Su pertenencia no fue superficial: fue consagrado sacerdote del satanismo y dirigió rituales durante casi una década. Experimentó fenómenos sobrenaturales, como visiones del demonio, que confirmaban su creencia en el poder del ocultismo.
Pero con el paso del tiempo cayó en una profunda depresión, ansiedad y confusión. Su salud física empezó a deteriorarse.
Un profesor universitario católico, Vincenzo Pepe, notó el estado de Longo y lo enfrentó, advirtiéndole que ese camino lo llevaría a la locura en esta vida y a la condenación en la otra.
Longo se mudó con Pepe y se dedicó a servir a los pobres y a los enfermos incurables, sin dejar de ejercer el Derecho. Poco a poco, su salud física y mental mejoró. Pero en lo espiritual, seguía atormentado por el recuerdo de su propia blasfemia. Temía seguir perteneciendo a Satanás y estar más allá de toda redención.
Hasta que un día recordó las palabras que, según la tradición, la Virgen María le dijo a santo Domingo: “Quien propague mi rosario se salvará”.
Entonces comenzó a difundir esta oración. Fundó el Santuario de la Virgen del Rosario en Pompeya.
Los restos del beato Bartolo Longo, dentro del Santuario de la Virgen del Rosario de Pompeya, en Italia. (Wikimedia Commons)
Encontró la paz, y empezó a promover el rosario como instrumento de paz, tanto personal como social. Veía que el nacionalismo romántico de la Ilustración estaba empujando a los gobiernos europeos hacia una guerra de consecuencias catastróficas.
Trabajó incansablemente por la paz y fue nominado al Premio Nobel. Pero el comité, que favorecía los valores ilustrados, lo rechazó por su vinculación con la religión. Fue nominado nuevamente por su labor humanitaria, y nuevamente ignorado.
En 1885, por indicación del Papa León XIII, Bartolo Longo se casó con la condesa Mariana di Fusco, aunque ambos eligieron vivir en celibato. Juntos dedicaron su vida al rosario y al servicio de los pobres. Longo murió en 1926 a los 85 años.
Su devoción a Nuestra Señora de Pompeya se extendió por el mundo, con parroquias dedicadas a ella desde Yoogali (Australia), hasta Marsaxlokk (Malta) y Bridgeport (Connecticut).
En 2002, san Juan Pablo II lo dio a conocer ampliamente al proponer los cinco “Misterios Luminosos” para la oración del rosario, sumándolos a los tres tradicionales: Gozosos, Dolorosos y Gloriosos.
El 19 de octubre de 2025, Bartolo Longo será canonizado por otro Papa León. Ha recorrido el camino más largo que se pueda imaginar: del satanismo… a la santidad.