Quinto de una serie sobre el Libro de los Salmos.
En la secuencia de los salmos, algunos lectores encuentran un movimiento gradual del predicamento a la alabanza.
Después de dos breves salmos introductorios, las primeras partes del "Salterio" tienden a presentar oraciones de liberación de las circunstancias extremas. Los salmos posteriores, sin embargo, son casi exclusivamente cantos de alabanza. De hecho, "cantos de alabanza" es una forma literal de traducir las palabras que a menudo se traducen como "Salmos del Aleluya". De estos, los últimos salmos del "Salterio", se deriva la palabra "Aleluya", que en hebreo significa "¡Alabado sea el Señor!".
El título hebreo del "Salterio" podría confirmar aún más este movimiento dramático. ¿Por qué llamar al libro "Sefer Tehillim", el "Libro de las Alabanzas", si la mayor parte de las alabanzas están cargadas al final? Tiene sentido, dicen algunos lectores, sólo si la alabanza es el objetivo de todo el libro, si la alabanza es el fruto incluso de las primeras dificultades del salmista.
Otros ven en el "Salterio" una historia en primera persona del ascenso y la caída de la casa real de David y la entronización final de Dios como único rey de Israel. El libro comienza con cánticos de confianza sobre la realeza davídica, pero luego procede a lamentarse por el pecado personal del monarca y el mal que este pecado ha provocado en él y en su reino. Finalmente, las tribus se rebelan y el reino se divide. Debilitadas, las tierras de Israel son invadidas por ejércitos gentiles y el pueblo es llevado al exilio. Sin embargo, al final, estas circunstancias aparentemente trágicas les enseñan a confiar en el Señor Dios como el único rey que puede triunfar sobre todas las adversidades. Así, en esta lectura, el "Salterio" termina con una alabanza a la realeza de Yahvé sobre Israel.
Otros ven el "Salterio" como una alegoría de la vida moral. San Gregorio de Nisa (siglo IV) discernió en los cinco libros de Salmos el crecimiento del alma a través de cinco etapas de la virtud, desde la conversión inicial hasta la bendición final. El salmista establece el programa, decía San Gregorio, con las primeras líneas del primer salmo:
"Dichoso el hombre que (1) no sigue el consejo de los malvados, (2) ni se pone en el camino de los pecadores, (3) ni se sienta en la silla de los burlones, sino que (4) se deleita en la ley del Señor, y (5) en su ley medita día y noche".
San Gregorio traza el progreso del alma, primero al alejarse del pecado, luego al desprenderse de las pasiones y de los apegos terrenales, y finalmente al volverse completamente a Dios en la contemplación.
Esta bienaventuranza final -la beatitud- es una vida iniciada en la tierra que alcanzará su perfección en el cielo.
Pero todavía hay otra posible trama en el Libro de los Salmos, y hablaremos de ella la próxima vez.