El 2020 fue un año marcado por enfermedades, muertes, disturbios, aislamiento y dificultades económicas, un año que ha sido un desafío para la fe de muchos.
Entonces, uno podría preguntarse: ¿Cuál bien podría salir de un año como éste?
Entonces, para nuestra última publicación de 2020, Angelus invitó a un grupo de escritores, algunos de los cuales son colaboradores habituales, y a otros, que son invitados, a reflexionar sobre la manera en la que han visto actuar a la providencia de Dios en sus propias vidas durante este difícil año. Sus reflexiones se publicarán en AngelusNews.com del 21 al 24 de diciembre.
La portada de la edición del 14 de diciembre de la revista TIME describió el año 2020 como “el peor año de la historia” y, honestamente, yo puedo comprender esa percepción. Éste ha sido, sin lugar a dudas, un año de sufrimiento y de angustia a gran escala. Pero eso no significa que Dios no haya derramado en él sus bendiciones, e incluso sus milagros.
En febrero de 2020, me diagnosticaron una forma agresiva de cáncer conocida como Linfoma de Burkitt. A la mañana siguiente de que fui admitido en el Centro Médico Ronald Reagan de UCLA, mi médico me dijo que, si yo hubiera llegado unas horas más tarde, mi afección no habría podido haber sido corregida.
Después de 2 1/2 rondas de quimioterapia, mi médico me explicó que, aunque la quimioterapia había reducido mis indicadores de cáncer, no los mantenía bajos: las cifras aumentaban cada vez que volvía a casa para recuperarme y disponerme para la siguiente ronda.
Mi médico tuvo una difícil y franca conversación conmigo y decidimos suspender la quimioterapia. Después, me remitieron con un trabajador de cuidados paliativos. Para decirlo en pocas palabras, se me estaba enviando a casa para morir.
Era ya hora de prepararme para “encontrarme con mi Creador”. Empecé a despedirme, a empacar, a poner en orden mis asuntos y a orar mucho.
Había, sin embargo, un último recurso dentro de las estrategias de mi oncólogo: un tratamiento de inmunoterapia experimental que podría al menos agregarle unos cuantos días extra a mi vida.
Lo que sucedió a continuación asombró incluso al oncólogo. La inmunoterapia redujo mis indicadores de cáncer y, de manera increíble, los mantuvo bajos. Esto, como fruto de un tratamiento que no tenía antecedentes en el tratamiento del linfoma de Burkitt.
Hoy, mi cáncer está en remisión y yo continúo con la inmunoterapia, una vez al mes.
A lo largo de todo esto, yo nunca cuestioné la voluntad de Dios para mí. Me ayudó a estar totalmente abierto a cualquier cosa que él tuviera en mente para mí. A lo largo de mi vida, me he hecho el propósito de darle las gracias a Dios cada día, al despertar, poniendo mi vida en sus manos. No había ninguna razón para dejar de hacer esto durante mi enfermedad.
Tengo una larga lista de gente a quien le debo gratitud, personas a quienes cuento entre las bendiciones de 2020.
Durante este tiempo, las oraciones de mis feligreses, del personal médico, de mi familia, amigos, hermanos sacerdotes y obispos y de tantos otros a quienes nunca conoceré, sin duda salvaron mi vida y me ayudaron a vivir con fe esta prueba. Estoy agradecido con ellos y con mi oncólogo, el Dr. John Glaspy, el hacedor de milagros de Dios para mí y sin duda que también para muchos otros.
Desde el día de mi diagnóstico, me ha sostenido la intercesión de nuestra Santísima Madre, que me ha mantenido cerca de ella. Seguiré rezando su rosario y el Memorare todos los días, por el resto de mi vida.
Le doy gracias también a la Sierva de Dios, la Hermana Ida Peterfy, cuya intercesión invoqué, junto con mi grupo de apoyo sacerdotal, para la obtención de un milagro.
Después de 46 años de sacerdote, me estoy preparando para la jubilación, en junio del año próximo. Por ahora, parece que Dios ha elegido concederme más días. No sé cuántos más, pero me comprometo a hacer el mejor uso posible de cada uno de ellos, teniendo presentes las palabras que se convirtieron en mi mantra este año: “¡Todo en el tiempo de Dios y a la manera de Dios!”