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Cuatro claves para un buen matrimonio cristiano

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Ninguna predicación moldea tanto el alma como ver a alguien viviendo con honestidad. Si eso es cierto —y lo es—, entonces ningún curso sobre el matrimonio es tan poderoso como el testimonio de un buen matrimonio.

Lo entendí en carne propia hace algunos años, cuando asistí al 50 aniversario de bodas de unos tíos. Su matrimonio era bueno: armonía, hospitalidad, familia y fe.

Sin embargo —y solo ellos sabían el precio—, eso no siempre fue fácil. Pasaron los primeros años de casados sin mucho dinero ni lujos, criando una familia numerosa. Su primer trabajo, como dependiente en una tienda, le pagaba una miseria. Ella no podía encontrar empleo, ya que en el pequeño pueblo donde vivían, las mujeres no eran muy requeridas en el mercado laboral de entonces.

Como en todas las familias, hubo innumerables desafíos y, en su caso, incontables horas dedicadas —además de sus responsabilidades familiares— al servicio de la Iglesia y la comunidad.

Más de 200 personas, entre familiares y amigos, nos reunimos para brindar por ellos y bromear con cariño. Al final del banquete, mi tío se levantó para agradecer a todos y concluyó con estas palabras:

“Cuando nos casamos hace 50 años, no teníamos mucho, pero confiábamos inconscientemente en que si vivíamos según los Diez Mandamientos y las leyes de la Iglesia, todo saldría bien. Y creo que así fue.”

¡Qué forma de minimizarlo! Salió mucho mejor que bien.

Creo que un buen matrimonio puede describirse mejor con cuatro imágenes, y el de ellos es el ejemplo perfecto de cada una:

Un buen matrimonio es una chimenea encendida.
El amor entre los esposos genera un lugar cálido. Pero ese calor no solo abriga a la pareja, también calienta a todos los que se acercan: hijos, vecinos, comunidad, y cualquiera que los conozca.

Un buen matrimonio es una gran mesa, repleta de comida y bebida.
Cuando dos personas se aman de verdad, su amor se convierte en hospitalidad, una mesa donde los demás son alimentados —literal y figuradamente—. En un buen matrimonio, el amor alimenta no solo a la pareja, sino también a todos los que los rodean. Eso es lo que lo hace sacramento.

Un buen matrimonio es un recipiente que contiene sufrimiento.
Un viejo axioma dice: “Todo se puede soportar si se puede compartir”. Y es cierto. Quien tiene la bendición de un verdadero compañero de vida puede sobrellevar mucho. En un buen matrimonio, por su profunda afinidad moral, el esposo y la esposa no solo cargan sus propios dolores, sino que también ayudan a otros a llevar los suyos.

Finalmente, un buen matrimonio es el Cuerpo de Cristo, carne que es “alimento para la vida del mundo.”
Cristo nos dejó su cuerpo para alimentar al mundo. Un buen matrimonio hace precisamente eso: nutre a todos y a todo lo que lo rodea. Eso, más que nada, es lo que lo convierte en un sacramento.

Muchos de nosotros hemos experimentado esto en matrimonios que hemos conocido. Tener a personas así en nuestras vidas es una fuente constante de alimento moral, psicológico y espiritual.

El matrimonio de mis tíos puede describirse con estas imágenes. Su relación fue una chimenea donde muchos, incluyéndome, encontramos calor. Fue una mesa: sus casas siempre tenían mesas grandes, refrigeradores llenos, y puertas abiertas que ofrecían hospitalidad, comida y bebida a todo el que cruzara el umbral.

Su relación también fue un recipiente de sufrimiento. Con el paso de los años, gracias al amor que se tenían, supieron sobrellevar con fe, dignidad, ternura y una caridad cada vez más profunda, todo el dolor, tragedia y sufrimiento que enfrentaron, ayudando además a otros a cargar con los suyos.

Y finalmente, su relación fue, en carne viva, el Cuerpo de Cristo, alimento para la vida del mundo. Prácticamente toda persona que los conoció recibió en algún momento consuelo, apoyo, y vitaminas para el alma.

En una época que ya no entiende lo que es un sacramento, tal vez debamos mirar un matrimonio como este para comprenderlo mejor.

A veces, las respuestas que buscamos no están en un libro, sino en la casa de enfrente; a veces, la gracia divina llega cuando alguien nos abre la puerta con una sonrisa; a veces, el consuelo que necesitamos lo da un amigo que entiende nuestro dolor; y a veces, el sacramento que ansía nuestra alma se encuentra en una sala cálida, en una mesa bien servida, en las bromas que cruzan la mesa… y en una pareja felizmente casada.

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Father Ronald Rolheiser, OMI

Tags: Matrimonio