Maryanne Wolf, renombrada por su beca sobre la dislexia, descubrió su llamado a ayudar a la gente a leer cuando realizaba un servicio misionero católico entre los hijos de trabajadores agrícolas analfabetos.

Su comprensión de la neurociencia de la lectura, lo cual incluye la manera en la cual la lectura capacita al cerebro para la empatía, tuvo como consecuencia su reciente nombramiento en la Pontificia Academia de Ciencias del Vaticano. Ella es directora del Centro para Dislexia, para los Estudiantes Diversos y para la Justicia Social en UCLA.

“La alfabetización es un derecho humano básico”, dijo ella. “Sin ella, no puede haber una trayectoria de desarrollo saludable”

Su amor por la lectura y por la justicia social le viene desde su infancia que pasó en una zona rural de Illinois y en donde asistió a una escuela católica que contaba con dos salones, con cuatro grados por clase.

“Para cuando estaba en segundo grado, yo ya sabía lo que sabían los estudiantes de cuarto grado y era una alborotadora. “Hablaba y hablaba y hablaba”, recuerda Wolf. “La hermana Rose Margaret les dijo a mis padres que yo era un problema”.

La solución que encontraron fue la donación de una pequeña biblioteca por parte de sus padres, que abarcaba desde obras científicas y literarias, hasta vidas de santos. Todos los estudiantes tenían acceso a ésta y ella podía leer cuando terminaba sus tareas.

“Eso me convirtió en una lectora desde el principio”, dijo. “Me dio la oportunidad de dejar mi pueblecito y de poder ser cualquier persona, en cualquier lugar y en cualquier momento”.

Se matriculó en St. Mary's College-Notre Dame para estudiar literatura. Creció espiritualmente bajo la tutela teológica del padre John Dunne, quien siguió siendo su mentor hasta su muerte, acaecida en 2013.

En 1970-71 ella hizo un año de misiones en una región de Hawai que los turistas rara vez ven, dándoles clases a los hijos de los trabajadores de las plantaciones.

“Yo había erróneamente asumido que mi amor por la literatura sería suficiente para enseñarles a leer”, dijo. “El gran amor que le tenía a los niños, combinado con mi incapacidad de enseñarles a leer a la mayoría de ellos, fue algo devastador. Y esto me hizo comprender que, si no se alfabetizaban, ellos mismos se volverían como sus padres analfabetos, que básicamente estaban obligados a trabajar en la plantación. Eso cambió mi vida”.

Y la llevó a obtener un doctorado en neurociencia de la lectura en Harvard.

Pasó la mayor parte de su carrera en la Universidad de Tufts. Cuando terminó de escribir “Proust and the Squid” (“Proust y el calamar” (HarperCollins, $ 16,99) sobre la manera en la que el cerebro lee, se dio cuenta de que las pantallas estaban convirtiendo a los lectores en espectadores. Los lectores de pantalla estaban haciendo que se perdieran los circuitos cerebrales necesarios para cultivar la comprensión, la imaginación, el análisis y la empatía.

Como ella trabajaba en línea, probó personalmente su hipótesis. Wolf se asignó a sí misma la tarea de releer sistemáticamente una novela favorita de Hermann Hesse en forma de libro, asumiendo que eso sería un diario y placentero descanso. En cambio, lo detestó. Luchó por seguir la densa prosa que una vez la había deleitado.

Ella todavía trabaja en línea y apoya un limitado papel para el aprendizaje digital. Pero su último libro, “Reader, Come Home” (“Lector, vuelve a casa”) (HarperCollins, $ 24,99), es un llamado a que los padres les lean libros de cuentos impresos a los niños y les proporcionen una introducción lenta y metódica a la lectura digital.

“Realmente estamos poniendo en peligro a nuestros niños pequeños al usar el enfoque de utilizar la pantalla como niñera”, dijo. “Los padres no saben lo importante que es el papel que desempeñan al simplemente leerles a sus hijos”.

Ella se mudó a UCLA hace dos años. Su nombramiento en el Pontificio Consejo de Ciencias es parte del Pacto Global sobre Educación del Papa Francisco. Ella se alegra por la oportunidad de considerar libremente las dimensiones espirituales de la lectura.

“Es nuestra escalera para ir más allá de nosotros mismos. Es nuestra forma de vislumbrar lo trascendente”, dijo.

Ella ha encontrado sanación literaria al empezar y terminar cada día, absorta en la página impresa. A los católicos, les recomienda la “lectio divina”, es decir, leer en oración las Escrituras y actuar de acuerdo a ellas.

“Intenta leer algo que te saque de ti mismo”, dice ella. Ya sea que termines el día con la Escritura o con una novela, “te traerá paz y consuelo. Puedes encontrar un refugio dentro de un libro”.