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Taylor Swift y su problema con el lenguaje vulgar

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Últimamente he estado viendo And So It Goes, el documental de HBO sobre Billy Joel. Joel es toda una institución estadounidense: mi madre y yo lo vimos en concierto cuando éramos universitarias, con unos 25 años de diferencia.

En un panorama de entretenimiento tan fragmentado, Joel es uno de los últimos nombres verdaderamente familiares que trascienden generaciones. En ese panteón solo quedan unas pocas luminarias como Tom Cruise, LeBron James y Taylor Swift, quien ya va por la segunda mitad de su cuarta década.

Ella acaba de lanzar un nuevo álbum, The Life of a Showgirl. Aun con todo su brillo y lentejuelas, diría que tiene bastante en común con Joel como compositora e intérprete.

Ambos han tenido etapas artísticas bien definidas: así como Swift pasó de su debut country inocente a su era rebelde de Reputation, Joel tuvo su icónica etapa doo-wop en los años 80 y luego su confuso período noventero con River of Dreams. Como ella, es un músico talentoso que se disfraza de creador de éxitos populares. Tanto sus presentaciones en el Madison Square Garden como la gira Eras Tour de Swift fueron espectáculos intergeneracionales donde padres e hijos cantaban juntos cada palabra.

Pero mientras no me avergüenza cantar canciones de Joel con mi mamá, hubo momentos incómodos viendo la película del Eras Tour junto a mis hijas pequeñas.

Como católica, madre y amante de un buen momento de canto, tengo que preguntar: ¿qué pasa con tantas palabrotas, Tay?

Estudiantes animan y toman fotos con sus celulares mientras Taylor Swift actúa en la preparatoria Bishop Ireton en Alexandria, Virginia, en 2009. (CNS/Jonathan Tramontana)

Swift empezó a incluir malas palabras en sus letras con su álbum de 2017, Reputation. Había crecido bajo el escrutinio público, con cada una de sus relaciones y disputas analizadas al detalle. El disco, lanzado cuando tenía 27 años, parecía una declaración de madurez artística.

El año pasado, su álbum The Tortured Poets Department incluyó siete canciones explícitas. Y en su nuevo álbum, ocho de las doce pistas llevan una “E” por contenido explícito.

No puedo evitar pensar que es innecesario. Después de haber pasado casi toda su adultez como celebridad —mientras el resto de nosotros conseguíamos empleo y aportábamos a nuestro fondo de retiro para no ser una carga en la vejez—, que una multimillonaria de 35 años publique un disco donde tres cuartas partes de las canciones son explícitas parece un caso de madurez estancada. Decir malas palabras es lo que un niño de 11 años cree que hace a un adulto.

Sé que solo soy tres años mayor que Swift, pero me pondré el sombrero de mamá. ¿De verdad alguien que se considera una maestra del lenguaje tiene un vocabulario tan limitado que necesita usar tantas groserías?

Estudiantes animan y toman fotos con sus celulares mientras Taylor Swift actúa en la preparatoria Bishop Ireton en Alexandria, Virginia, en 2009. (CNS/Jonathan Tramontana)

¡Eres Taylor ****ing Swift! Eres un éxito rotundo en lo financiero y en lo creativo. Estás comprometida con un jugador de la NFL que tiene tres anillos de Super Bowl. Eres hermosa. De acuerdo, a veces te acosa un fanático o te ves envuelta indirectamente en los problemas legales de Blake Lively, y algunos aficionados de los Chiefs te odian como si fueras Yoko Ono. Cualquiera de esas cosas justificaría una palabrota ocasional.

Pero ¿ocho de doce canciones? Es como si después de 16 años de matrimonio y tres hijos yo intentara sorprender a mis padres anunciando que soy sexualmente activa. ¡Entendimos, Taylor, ya eres adulta!

Mi verdadero problema con el giro “rudo” de Swift es su falta de autenticidad. Basta ver sus fotos de compromiso: aunque quizás lo sea en privado (lo dudo), el papel de “mujer sabia y malhablada” simplemente no le queda.

Un artículo de 2020 en Book Riot sobre los títulos con palabrotas en libros de autoayuda explica por qué su música explícita me parece tan forzada: una de las autoras se describía como “descaradamente rica”, y el texto comentaba que “usar groserías es una manera de convencer al público de que eres ‘como ellos’. En realidad, estas personas tienen poco en común con quienes compran sus libros, que buscan soluciones y acaban sintiéndose peor consigo mismos”.

Esa es una buena pregunta que deberíamos hacernos al consumir cualquier obra: ¿nos hace sentir peor con nosotros mismos? No me refiero a si nos impulsa al arrepentimiento, sino a si nos deja menos capaces de vernos —a nosotros y a los demás— como hijos amados de Dios.

Cuando llena sus canciones de groserías, Swift no solo decepciona a las legiones de niñas que la admiran por sus trajes brillantes. Es una forma de condescendencia. Da la impresión de rebajarse, quizá porque, consciente o no, así percibe a la gente común.

Joel, en cambio, tenía cierta autenticidad ganada: al menos al principio podía cantar sobre los trabajadores con credibilidad. Pero hay que admitir que una balada marinera sobre la vida dura suena algo ridícula viniendo del exesposo de Christie Brinkley. Aun así, puedo cantar Downeaster Alexa con toda mi familia.

El arte no necesita ser siempre edificante para ser bueno, pero sí debe ser verdadero. Escucharé The Life of a Showgirl. Si dejo que mis hijas la oigan, será la versión limpia. Aunque, pensándolo bien, no sé si les interese: mi hija de secundaria dice que sus amigas ya están un poco cansadas de Taylor Swift. Los niños saben detectar la falsedad. ¿Y los adultos?

Maggie Phillips
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Maggie Phillips

Tags: taylor swift