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En el clásico western Shane, el héroe le dice al niño que lo idolatra que el revólver que lleva en la cintura es como cualquier otra herramienta. Es tan bueno o malo como la persona que lo usa. Siento lo mismo sobre la versión del siglo XXI de esa arma: la inteligencia artificial. Aún no sabemos si el bien que traerá superará el mal.

La IA ya forma parte de la vida cotidiana. En este momento la estoy usando cada vez que mis torpes dedos presionan la tecla equivocada en mi computadora portátil y la función de “autocorrección” subraya mi error y ofrece una corrección.

Me avergüenza admitirlo, pero también he usado una forma más directa de IA. En mi trabajo diario a veces tengo que escribir textos cargados de datos y poco inspiradores. Entonces recurro a ChatGPT, le pido 300 palabras sobre el Tema X, y en segundos aparecen en mi pantalla. A veces reordeno algunas frases, descarto otras, agrego las mías, pero al final, una tarea que podría haberme tomado una hora y media, se completa en cinco minutos.

¿Y qué pasa con la escritura realmente importante? La que requieren estudiantes de Derecho o de Medicina. ¿Están pidiéndole a ChatGPT: “Dame 5,000 palabras sobre el caso Marbury vs. Madison” o “Explícame el protocolo ante un caso agudo de apendicitis”? Aprobar un examen o sacar una buena nota no convierte a alguien en el próximo Clarence Darrow ni en otro Jonas Salk. Disciplinas como el Derecho y la Medicina requieren el uso activo del cerebro y la interacción con profesores y mentores. Cuanto más dependan los estudiantes de la IA, más se debilita ese vínculo maestro-alumno, y no estoy seguro de querer a ese abogado o doctor cerca de mí.

Vale la pena señalar que una de las primeras declaraciones formales del papa León XIV fue advertirnos sobre las amenazas que la IA representa. El Santo Padre ve esta tecnología innovadora como un peligro real para la dignidad humana, de un modo muy similar al que el anterior papa León advirtió sobre lo que podría ocurrir con la dignidad humana con la llegada —o, en algunos casos, el embate— de la era industrial.

La razón de su preocupación se hizo aún más evidente poco después de que se secara la tinta digital de la advertencia papal sobre la IA: un video viral generado por inteligencia artificial dio la vuelta al mundo. El video parecía el Papa. Sonaba como el Papa.

Pero no era el Papa.

Literalmente le ponía en la boca palabras de elogio para un líder de una junta militar en África, dándole una entusiasta aprobación. También han circulado otros videos donde la IA hace que el “papa” apoye o critique a distintas figuras políticas o políticas públicas.

Aunque estos ejemplos de deepfake fueron desmentidos a tiempo, se están volviendo cada vez más sofisticados y difíciles de detectar, ya que la tecnología avanza a pasos agigantados. Puede llegar un momento no muy lejano en el que no podamos distinguir entre los mensajes verdaderos y los generados por IA. Y cuando se trata del Sumo Pontífice de la Iglesia, no poder confiar en lo que oímos o leemos es motivo de insomnio.

En lugar de buscar la solución en el futuro, tal vez debamos mirar hacia el pasado. Las cartas papales y la sabiduría de san Agustín —alguien claramente cercano al papa León XIV— están disponibles en dos monumentales obras escritas. Tal vez nos haga ir más despacio, tener que leer de verdad una página impresa, pero es un modo de comunicación que ha demostrado ser eficaz para los grandes pensadores católicos, sin mencionar a los cuatro evangelistas.

Todavía estamos en la parte oscura del bosque tecnológico con respecto a la IA, pero como con todo en nuestra fe, sabemos que Dios está al mando, sin importar cuán oscura parezca la noche. Aun así, así como atendimos la advertencia del papa Benedicto sobre la “dictadura del relativismo”, ahora debemos tomar en serio la advertencia del papa León, para no convertirnos en esclavos de un “totalitarismo tecnológico”.

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Robert Brennan