Un hombre reza al atardecer, en medio del conflicto entre Israel y el grupo palestino Hamás, en Ashkelon, Israel, el 8 de enero de 2024. (Foto de OSV News/Amir Cohen, Reuters)
¿Qué tipo de solución puede resolver el problema entre Israel y Palestina?
La comunidad internacional no parece estar más cerca de encontrar una respuesta que en 2014, cuando la extraordinaria novela The Book of Disappearance (El libro de la desaparición, Syracuse University Press, traducción, $19.95), de la autora palestina Ibtisam Azem, fue publicada por primera vez en árabe.
Once años después, mientras la región (y el resto del mundo) se ha visto sacudida por la guerra entre Israel y Hamás y sus consecuencias, la nueva traducción al inglés del libro fue preseleccionada para el Premio Internacional Booker. Sigue siendo una lectura imprescindible, a menos que uno desee ignorar la extraordinaria crisis ética que representa Palestina para el mundo.
En la novela, Azem imagina una situación en la que todos los palestinos en Israel desaparecen de la noche a la mañana. Su libro se lee como una sátira de Jonathan Swift, contada por alguien que conoce a Kafka pero que también ha leído la serie Left Behind sobre la Tierra después del rapto.
La antigua ciudad de Jaffa, donde Azem sitúa su historia, perdió cerca de 100.000 habitantes tras la guerra árabe-israelí de 1948, provocada por la creación del Estado judío después de la Segunda Guerra Mundial. Tel Aviv, construida por inmigrantes judíos, creció junto a Jaffa, y el contraste entre ambas domina la reflexión de la autora sobre su lugar de nacimiento.
Alaa Azaf, un palestino que trabaja como camarógrafo, y Ariel Levy, un periodista judío israelí que escribe una columna para un periódico estadounidense, son los personajes principales. Su “amistad”, una relación simbiótica y extraña, es el hilo conductor que permite a Azem presentar tanto el punto de vista israelí como el contrapunto palestino.
Al principio, los israelíes piensan que se trata de algún tipo de huelga. Pero incluso los prisioneros palestinos han desaparecido, y no hay evidencia en las cámaras de una migración masiva. De repente, sólo hay judíos en Israel. Ariel, un israelí liberal, está confundido y lleno de dudas sobre la desaparición. Al descubrir el diario de Alaa, los capítulos alternan entre ese diario y los recorridos de Ariel por Tel Aviv en busca de respuestas a un rompecabezas que el gobierno no puede resolver.
Muchos israelíes temen una invasión por parte de países árabes; otros están convencidos de que el ejército israelí logró una solución casi mágica al conflicto perpetuo entre árabes y judíos, y aún otros creen que ha habido una intervención divina.
Los medios resuenan con satisfacción ante la nueva situación. Un personaje dice: “Seamos honestos. Lo que está ocurriendo resuelve todos nuestros problemas”.
La extraña desaparición se entrelaza con los relatos del diario sobre cómo, en la fundación de Israel, los árabes se fueron y los inmigrantes judíos ocuparon sus tierras. Una anciana de Jaffa tuvo que abandonar su hogar como muchos otros árabes, y su ciudad se convirtió en una especie de espectro del pasado. Los nombres de las calles se cambiaron del árabe al hebreo, los nombres árabes fueron sustituidos por judíos.
La novela de Azem me recordó a otros dos libros. Uno es una obra israelí poco conocida, Khirbet Khizeh (Farrar, Straus and Giroux, traducción, $17), de S. Yizhar, un relato desgarrador de un grupo de soldados israelíes que en 1948 expulsan a los habitantes de una aldea árabe por sospechas de rebelión contra el Estado de Israel. El narrador dice que lo ocurrido con la gente de esa aldea “lo ha perseguido desde entonces”.
Cuando los soldados disparan contra algunos hombres que salían de los campos alrededor del pueblo, Yizhar pone en boca del narrador lo siguiente: “Nos estábamos emocionando. El ansia de caza que acecha en todo hombre se había apoderado de nosotros”.
En un diálogo escalofriante, un soldado dice a los demás: “Al diablo con ellos. Qué lugares tan hermosos tienen”.
“Tenían”, responde otro. “Ya son nuestros”.
El narrador se siente atormentado por su conciencia y dice: “Quería descubrir si entre todas estas personas había un solo Jeremías llorando y ardiendo, forjando una boca de furia en su corazón, clamando en voz ahogada al viejo Dios del cielo, desde lo alto de los camiones del exilio”.
La otra novela es Dawn (El alba, Hill and Wang, $13), de Elie Wiesel. Escrita después de sus memorias sobre el Holocausto, Night (La noche), Dawn se sitúa en la Palestina ocupada por los británicos. Un sobreviviente judío de Buchenwald, Elisha, se ha unido a una organización clandestina sionista cuyo objetivo es “expulsar a los ingleses” por medio de “intimidación, terror y muerte súbita”. El libro narra la larga noche en la que Elisha espera matar a un oficial británico secuestrado en represalia por la ejecución de un sionista por actividades terroristas.
La ironía de Wiesel es demoledora. El sobreviviente del campo se convierte en asesino. Los fantasmas de sus padres, su maestro jasídico, un amigo de la infancia e incluso su yo infantil llenan la habitación mientras contempla cómo matará al prisionero. El silencio del mundo mientras los nazis mataban a tantos judíos es la razón por la cual Elisha debe matar ahora a un hombre: “Sólo podemos contar con nosotros mismos. Si nos volvemos más injustos e inhumanos que quienes han sido injustos e inhumanos con nosotros, entonces así será”.
Wiesel fue un genio espiritual, además de un escritor de enorme sutileza y habilidad. En la contraportada de mi copia del libro, una reseña afirma que Dawn trata sobre “la angustia y la pérdida del judío moral que se ha puesto del otro lado del arma”.
Las tres novelas representan un golpe emocional al estómago, con una escritura hermosa, un dominio excepcional de la psicología humana en conflicto y un sentido de fatalidad intelectual.
A la luz de los acontecimientos recientes en Irán, Líbano y Arabia Saudita, el panorama geopolítico actual en Medio Oriente luce algo diferente de cuando se escribieron los libros. Pero el problema sigue siendo el mismo. El brillante escritor y activista por la paz israelí Amos Oz argumentaba que el conflicto entre israelíes y palestinos era sobre bienes raíces, no religión ni cultura. Me temo que hará falta una especie de geometría superior para resolver cómo dos realidades pueden compartir el mismo espacio.
Azem no menciona a Hamás en la novela. De hecho, en un momento, Alaa reflexiona: “Hay israelíes buenos y malos… Además, la víctima no debe perder su superioridad moral”. Algo en lo que Hamás, aparentemente, no pensó. Pero la persistencia del problema no se debe a la dolorosa violencia radical promovida por algunos. Es algo profundo que desafía tanto al intelecto como al espíritu. Recomiendo las tres novelas, pero The Book of Disappearance sigue pareciendo el libro del momento.
En Main Currents in American Thought (Harcourt, Brace, $68), Vernon Louis Parrington dijo sobre La cabaña del tío Tom (Bantam Classics, $6.99), de Harriet Beecher Stowe, que a pesar de sus “defectos”, es un gran documento humano que despojó a la institución sagrada [la esclavitud] de su atmósfera protectora y dejó al descubierto su injusticia elemental. “Hizo que el sistema llegara al sentimiento y la conciencia comunes”.
No puedo evitar sentir que The Book of Disappearance ha logrado algo muy parecido.