Read in English

Las películas pueden ser una combinación de arqueología y antropología. Nos dicen qué valoraba una cultura en un momento determinado y qué no. Una vez que una película está en la "lata" y sale al cine -o ahora, a la plataforma de streaming de su elección-, lo que quería decir sobre la vida, el amor, el bien y el mal queda para siempre encerrado en el tiempo, como un mosquito prehistórico atrapado en ámbar.

El cine y la televisión rara vez son historia fiable. Con personajes y líneas argumentales completamente ficticios, a menudo vienen acompañados de las preferencias y prejuicios culturales actuales de los artistas que hacen las películas. Las películas basadas en personajes y acontecimientos históricos tampoco son inmunes a este mismo fenómeno.

Eso no quiere decir que las licencias literarias no tengan cabida en la creación de entretenimiento, incluso cuando el tema trata de personas y acontecimientos reales. La épica película de Ridley Scott "Napoleón" ha irritado a algunos historiadores por tomarse libertades con los datos históricos. El cineasta situó a Bonaparte en las calles de París para que pudiera presenciar la ejecución de María Antonieta. Tal vez no sea buena historia, pero probablemente sea buen arte.

A veces, sin embargo, los cineastas van demasiado lejos y la licencia literaria se convierte en propaganda cultural. En la película de 1967 "Bonnie and Clyde", que sigue considerándose un hito en la historia del cine, dos asesinos a sangre fría de los años 30 se transformaron en héroes trágicos de espíritu libre, prototipos de la agitación cultural de la época.

La película de Christopher Nolan "Oppenheimer" debería ganar algún Oscar. Es una película excelente, pero lamentablemente contiene desnudos gratuitos, por lo que no es apta para ver en familia. Dejando a un lado el carácter innecesario y burdamente explotador, la película es una historia bastante buena... hasta que deja de serlo.

El verdadero Dr. Oppenheimer, el hombre responsable de dirigir el Proyecto Manhattan y la creación de la bomba atómica, era, según todas las investigaciones históricas, un alma compleja y contradictoria. Era un hombre de ciencia serio, pero también un autopromocionador. Pero en una película como ésta, cada personaje, ya sea el general a cargo del Proyecto Manhattan o la legión de científicos notables que llevaron el proyecto a buen puerto, puede ciertamente desdibujar las líneas que separan la realidad del artificio.

En general, la precisión histórica de la película parece bastante ajustada, y el hecho conocido de que Oppenheimer coqueteó con el comunismo y otras celebridades socialistas de la época es el eje sobre el que se centra la película. También es el punto focal donde la verdad se vuelve borrosa, especialmente en lo que se refiere a cómo se enmarca la Guerra Civil española. Es evidente que la película cree que el apoyo a las llamadas fuerzas republicanas en aquel conflicto fue el lado correcto de la historia. Los que no piensan así son retratados en la película como demasiado conservadores o, peor aún, reaccionarios.

Hollywood lleva mucho tiempo encaprichado con la Guerra Civil española. Desde el clásico "Casablanca", una película que el Vaticano tiene en gran estima, ese terrible conflicto de los años 30 se ha utilizado como una especie de prueba de fuego. Antes de que el Rick de Humphrey Bogart acabe en un "antro" del Marruecos francés, su buena fe para ser uno de los buenos queda establecida por su participación en aquel conflicto en el bando que perdió.

El apoyo al bando comunista fue aún más manifiesto en ejemplos como la adaptación cinematográfica de "Por quién doblan las campanas" de Hemmingway.

Un historiador bromeó una vez diciendo que la Guerra Civil española era la única guerra en la que los perdedores escribían la historia, y la larga romantización de esa guerra por parte de Hollywood es una prueba de esa hipótesis. También es un buen recordatorio de que los "ganadores" escriben la mayor parte de la historia y controlan los relatos. Por eso los españoles siempre fueron los "malos", con siniestros inquisidores al acecho en las películas de capa y espada de aquella época dorada, mientras que los piratas ingleses eran vistos como patriotas y heroicos baluartes de la libertad y la justicia.

Siempre que veamos películas con o sin premisas históricas, debemos verlas primero como un entretenimiento y nunca tomar lo que se presenta como un hecho demostrable. La Historia nunca es tan sencilla ni exacta. Esto es especialmente cierto cuando una película tiene algo que ver con la Iglesia y su historia, donde las tergiversaciones, las medias verdades y las mentiras objetivas merecen su propia categoría en los Premios de la Academia.

Lo mejor sería ver cualquier película que presente algo como la "verdad" con generosas dosis de escepticismo. En caso de duda, yo sugeriría seguir el consejo de una persona de la vida real que solía protagonizar películas durante la época dorada de la industria y que llegó a tener más que un mínimo de éxito en el mundo de la política: "Confía pero verifica".