Mi lectura espiritual para la Cuaresma de este año fue un libro de un santo español que propuso una idea novedosa: que deberíamos de estar tan involucrados y comprometidos al leer los Evangelios que lleguemos a convertirnos en participantes virtuales de ellos.
Al explicarle esta iniciativa a mis feligreses durante mi homilía del Domingo de Ramos, una de mis aplicaciones de esto fue que, al ser insertados en la narración, nos relacionamos con los demás actores del drama de nuestra salvación. Eso, para mí, incluye a Barrabás, dije, porque tenemos algo en común con él.
Barrabás era culpable y sin embargo fue puesto en libertad, mientras que Jesús era inocente y a pesar de eso fue condenado a morir. De igual modo, nosotros somos los culpables y Jesús, el inocente, tuvo que morir por nosotros.
Al ir predicando, hice memoria de un antiguo drama televisivo especial de Hallmark sobre Barrabás que me fascinó cuando era niño. Una mujer me dijo después de la misa que también hubo una película sobre Barrabás, basada en un libro que, según su parecer, era mucho mejor. Ella no podía recordar el nombre del libro, sólo que era de un autor escandinavo.
Esa pista fue suficiente para llevarme a encontrar el libro en línea, y luego pude descargarlo de mi biblioteca local. “Barrabás” es una novela muy corta del escritor sueco Pär Lagerkvist, publicada en 1950. Me sorprendió enterarme de que él había ganado del Premio Nobel de Literatura y que se profesaba incrédulo, a pesar de haber sido criado como un luterano devoto.
Pero Lagerkvist no era un incrédulo hostil. La novela en sí parece ser una especie de lucha libre entre la fe en Jesús y la duda. Barrabás, quien fue interpretado por Anthony Quinn en la versión cinematográfica, es descrito como un individuo rudo, un hombre violento, con una cicatriz en el rostro, la cual es revelada como un extraño símbolo de la tragedia de su vida.
Los Evangelios no dicen nada sobre Barrabás después de que fue liberado por Pilato, pero Lagerkvist imagina que el ex prisionero es conducido por un impulso a seguir a la multitud hasta el Gólgota.
Él se queda a una distancia estudiando a Jesús en la cruz, y interpreta que la tristeza de la Santísima Madre es porque ella piensa de que su Hijo fue responsable por su propio destino, una ironía del autor que hace eco de la escritura de Juan 10:17-18: Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar.
Testigo oculto de la crucifixión, Barrabás experimenta la famosa oscuridad que ocurrió al mediodía y luego realiza una vigilia secreta en la tumba, lo cual tiene lugar después de una borrachera con una amante, y de un enigmático encuentro con San Pedro.
La novela narra cómo Barrabás se pierde, de algún modo, el momento de la Resurrección, pero ve la tumba vacía y escucha la historia de ésta, narrada por una mujer que sólo es identificada por ser poseedora de un labio leporino. Su relación entre Barrabás y ella es revelada cuando ésta es lapidada por hereje por el hecho de dar testimonio de la resurrección de Jesús.
El criminal liberado está confundido por lo que pasó a él y a Jesús, y, casi sin desearlo, llega a involucrarse con los primeros cristianos. Lagerkvist imagina los pensamientos del hombre acerca de ellos y su versión es llamativa:
“Ellos le hablaron de cómo él había muerto por ellos. Eso podría ser. Pero realmente había muerto por Barrabás, ¡eso nadie podía negarlo! De hecho, él estaba más cerca de él que ellos, más cerca que nadie, estaba ligado a él de otra manera. Aunque ellos no querían tener nada que ver con él, él fue elegido, podría decirse, para escapar del sufrimiento, para ser liberado. Él era el verdadero elegido, absuelto en lugar del Hijo de Dios mismo, por designio de él, porque él así lo quiso”.
Barrabás se siente atraído por la naciente comunidad cristiana debido a su propia y extraña “relación” con el Crucificado, pero le repugna la muerte de Jesús. No puede entender por qué alguien querría sufrir, y mucho menos el por qué adorar a alguien que lo quiso. Su ambivalencia le hace decidir rechazar a los cristianos un día y volver a ellos al día siguiente.
La novela tiene poder imaginativo. El bandido salvado de la crucifixión y liberado vuelve a la delincuencia. Sus compañeros malhechores le tienen miedo y notan que ha cambiado desde que estuvo cautivo en Jerusalén.
Sus viajes lo llevan a varios lugares diferentes antes de terminar como esclavo en las minas de Chipre, en donde es encadenado a un hombre que ha oído hablar de Jesucristo y le dirige sus oraciones. Barrabás le dice al prisionero, Sahak, que él fue testigo tanto de la crucifixión como de la resurrección, pero no menciona que fue puesto en libertad a cambio de Jesús.
El vínculo entre ellos los lleva a su liberación del cautiverio, pero Sahak es finalmente descubierto como cristiano y condenado a muerte. Barrabás, quien le dice al gobernador que sólo quería creer en Jesús, pero no podía, se salva. Entonces, el gobernador, al jubilarse, se lo lleva consigo a Roma, en donde Barrabás se entera de las reuniones cristianas clandestinas e incluso intenta asistir a una Eucaristía en las catacumbas.
Cuando Nerón incendia Roma, Barrabás se ve envuelto en los disturbios y piensa que los cristianos están quemando la ciudad porque Jesús ha regresado. Es capturado y encarcelado con los cristianos, entre ellos, San Pedro, quien lo reconoce por el antiguo encuentro que tuvieron en Jerusalén.
Los otros prisioneros están horrorizados de que Barrabás le haya dicho al juez que su violencia era una expresión de su fe en Jesucristo y, aunque San Pedro le habla amablemente, los demás en la cárcel rehúyen de él. Está aislado de los demás hasta el final, incluso cuando es crucificado, es colocado a una distancia de los otros.
La fe todavía se le niega y él no puede entender al Dios de amor del que los cristianos le hablan y al que le rezan hasta el último momento. André Gide, que escribió el prólogo de la edición del libro que leí, encontró el final del libro particularmente conmovedor.
“La frase final del libro sigue siendo (sin duda deliberadamente) ambigua: ‘Cuando él sintió que se aproximaba su muerte, aquello a lo que siempre le había tenido tanto miedo, pronunció en la oscuridad, como si le estuviera hablando: Te Entrego mi alma’. Esas palabras ‘como si’ (le estuviera hablando) me dejan preguntándome si él, sin darse cuenta de ello, se estaba en realidad dirigiendo a Cristo, y si el galileo no lo ‘atrapó’al final. Vicisti Galileus [“Venciste, galileo”], como dijo Juliano el Apóstata”.
Suena como mi idea de un final feliz: Dios gana.
Y así, un comentario casual durante mi homilía del Domingo de Ramos hizo que pasara la Semana Santa de este año con Barrabás. Él es un hombre en el que vale la pena pensar. El famoso maestro cristiano Orígenes pensaba que el hombre liberado en lugar de Nuestro Señor podía haberse llamado Jesús Barrabás. Él consideró el apellido como una referencia aramea a “bar” (“hijo”) y “abba” (“padre”). Así que un Hijo del Padre fue la razón por la que otro fue puesto en libertad.
La aparentemente infinita ironía sobre la figura de Barrabás nos da algo en qué meditar. La novela-parábola fue un “vademécum” (“manual”) espiritual para mí este año. El enigmático final puede interpretarse como la redención del moribundo. El Barrabás de Lagerkvist dio el salto de la fe al dejar este mundo. Se convirtió en un testigo más de la Resurrección, un testigo difícil, como les gustaría decir a los abogados y, también, un testigo torturado.
Y para mí, debo agregar, un testigo muy convincente, porque muchos de nosotros luchamos al igual que él.