James Baldwin durante una conferencia en Ámsterdam en 1984. (Wikimedia Commons/Sjakkeliem Vollebregt)
Las evaluaciones recientes del gran novelista y ensayista estadounidense James Baldwin —incluida una nueva biografía de Nicholas Boggs titulada James Baldwin: A Love Story— tienden a enfatizar su estilo de vida poco convencional y a presentarlo como una especie de ícono “woke”.
Ese énfasis pasa por alto la poderosa crítica de Baldwin al aborto como algo que los ricos quieren imponer a los pobres.
The Devil Finds Work (El diablo encuentra trabajo), de 1976, es un ensayo extenso sobre el cine estadounidense que combina la experiencia personal de Baldwin como espectador con una brillante crítica de la cultura cinematográfica de las décadas de 1930 a 1970, vista a través de la sensibilidad afroamericana.
El ensayo analiza varias películas cargadas de simbolismo, pero la lectura que Baldwin hace del filme de 1935 Historia de dos ciudades, de MGM —basado en la novela homónima de Charles Dickens— fue la que más me impactó.
Baldwin recuerda que el final de esa película, ambientada en los años previos y durante la Revolución Francesa, incluye un texto bíblico: “Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí no morirá jamás”.
El escritor confiesa: “Había vivido con este texto toda mi vida, lo cual hizo que encontrarlo en la pantalla del Teatro Lincoln fuera absolutamente asombroso”.
En la película, el doctor Alexandre Manette, prisionero en la Bastilla, escribe un documento sobre el asesinato impune de un niño por parte de un aristócrata francés cuya carreta atraviesa el pueblo a toda velocidad.
Baldwin cita a Dickens, quien en su novela hace decir a Manette: “Nos robaron y cazaron tanto, y nos hicieron tan pobres, que nuestro padre nos dijo que era algo terrible traer un hijo a este mundo, y que lo que más debíamos pedir era que nuestras mujeres fueran estériles y nuestra miserable raza desapareciera”.
Aquí Baldwin discrepa de Dickens.
“Los desdichados de la tierra no deciden extinguirse; al contrario, deciden multiplicarse: la vida es su única arma contra la vida, la vida es todo lo que tienen”, escribe.
Continúa: “Por eso los desposeídos y hambrientos nunca serán convencidos (aunque algunos puedan ser coaccionados) por los programas de control de población de los civilizados. He visto a los desposeídos y hambrientos trabajar en los campos que pertenecen a otros, con sus radios portátiles al oído todo el día: así aprenden, por ejemplo, junto con otros asuntos igual de importantes, que el Papa, uno de los jefes del mundo civilizado, prohíbe a los civilizados el aborto que a ellos, los miserables, se les impone literalmente”.
Al hablar de los “civilizados” promotores de la destrucción de la vida en el vientre —antes de que gobiernos como el nuestro empezaran a impulsar una agenda abortista en el mundo en desarrollo—, Baldwin dice: “Estas personas no deben ser tomadas en serio cuando hablan de la ‘santidad’ de la vida humana… Hay una ‘santidad’ involucrada en traer un niño a este mundo: es mejor que bombardearlo fuera de él.
“En verdad es terrible ver a un niño hambriento, pero la respuesta a eso no es impedir su llegada, sino restructurar el mundo para que ese niño pueda vivir en él: para que el ‘interés vital’ del mundo sea nada menos que la vida del niño”.
El aborto ya era legal en Estados Unidos cuando Baldwin escribió esas palabras. Su observación sobre la resistencia de los pobres ante el aborto aplica hoy especialmente a los países de África, donde la vida en el vientre está menos amenazada que en Estados Unidos. Lo que Baldwin vio como el intento de las “élites civilizadas” por coaccionar a los pobres para abortar no ha cesado, aunque los métodos hayan cambiado. Es un problema particularmente grave para algunas minorías en el país, sobre las que la cultura dominante ejerce presión en torno al aborto.
Según estadísticas del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), los afroamericanos representan el 11.6% de la población, pero el 41.5% de los abortos en 2021. Los hispanos, que son el 19% de la población, representaron el 21.8% de los abortos del país.
En otras palabras, de cada mil mujeres negras, 23.8 han tenido un aborto; de cada mil hispanas, 11.7; y de cada mil mujeres blancas, 6.6.
Me sorprendió encontrar un tema como el aborto en un volumen de crítica cinematográfica de los años 70, especialmente uno escrito por James Baldwin. Cincuenta años después, el tema sigue vigente, incluso tras la revocación de Roe vs. Wade. Si pretendemos reverenciar la vida humana en todas sus etapas, no podemos ser indiferentes a las hecatombes de niños abortados. Sigue siendo la tragedia y el pecado de Estados Unidos. Trágicamente, Baldwin fue demasiado optimista al predecir que los pobres resistirían el mensaje de los “civilizados”.
Recientemente leí el desgarrador poema de Gwendolyn Brooks, poeta afroamericana ganadora del Premio Pulitzer y nombrada Poeta Laureada de Estados Unidos.
Titulado the mother (la madre), comienza así: “Los abortos no te dejan olvidar / Recuerdas a los hijos que tuviste y no tuviste… He escuchado en las voces del viento las voces de mis hijos apagados”.
Baldwin fue un ensayista genial, aunque su obra fue mucho más coherente que su vida, marcada por la lucha y el sufrimiento. Los artistas creativos son seres complejos, incluso contradictorios. Ahora que su figura vuelve a estar de moda, casi 40 años después de su muerte, su nueva biografía probablemente realzará su reputación como rebelde contra los valores tradicionales.
Pero incluso a través de ventanas agrietadas, a veces se obtiene una vista reveladora e importante. Puede ser difícil sostener la afirmación de Percy Bysshe Shelley de que “los poetas son los legisladores no reconocidos del mundo”, pero a veces son su conciencia. Baldwin y Brooks nos recuerdan que nuestra complacencia ante el aborto es una derrota para la verdad y una victoria para la inhumanidad.