¿Quién sigue leyendo poesía? En una era digital y en un tiempo donde lo empírico ha reemplazado en gran parte a lo espiritual, ¿qué valor tiene la poesía? ¿Qué aporta?
Uno de los gigantes intelectuales de nuestra generación, Charles Taylor, responde a esa pregunta en su reciente libro Cosmic Connections, Poetry in the Age of Disenchantment (Conexiones cósmicas. La poesía en la era del desencanto, Belknap Press, $29.95). Según él, la poesía está destinada a reencantarnos, a ayudarnos a ver más allá del tedio de lo cotidiano, a volver a percibir las conexiones profundas e innatas entre todas las cosas.
Para Taylor, cuando somos niños estamos naturalmente en contacto con esa conexión profunda entre todas las cosas; sin embargo, nuestro crecimiento y desarrollo normales tienden a disolver ese sentido original e inexpresado del orden cósmico. Pero percibimos esa pérdida y sentimos un anhelo difuso por recuperar esa sensación de plenitud.
Y ahí es donde la buena poesía puede ayudarnos.
Cuando experimentamos algo, no simplemente lo recibimos como una cámara que toma una foto, sino que ayudamos a definir su significado. En palabras de Taylor: “No solo registramos las cosas; recreamos el significado de las cosas”. Así, como toda buena obra de arte, la función de la poesía es transfigurar una escena de modo que el orden profundo de las cosas se vuelva visible y brille. El poeta francés Stéphane Mallarmé sugiere que el arte no consiste en pintar algo, sino en pintar el efecto que está destinado a provocar.
Para Taylor, un buen poema puede lograr eso. ¿Cómo? Ayudándonos a ver las cosas desde una perspectiva más amplia.
Absorbidos por nuestras propias vidas, estamos demasiado cerca de lo que vivimos como para poder nombrarlo adecuadamente. “La poesía le da estructura, historia, y esto de un modo que le otorga forma dramática. Podemos entonces ver nuestra vida como una historia, un drama, una lucha, con la dignidad y el significado profundo que tiene. Por ejemplo, al expresar poéticamente una emoción dolorosa, la poesía nos permite tomar cierta distancia. La tarea del poeta es hacer poesía a partir del material crudo de lo no poético. Como dijo William Wordsworth, la poesía es ‘emoción recordada en tranquilidad’”.
Y para hacer eso, el poeta necesita emplear un lenguaje distinto.

Charles Taylor. (Wikimedia Commons)
Así lo expresa Taylor: “La poesía es la ‘traducción’ de la intuición a lenguajes más sutiles. Lo que no puede ser comprendido adecuadamente en lenguaje instrumental —el valor, la moral, la ética, el amor, el arte— requiere exploraciones que solo pueden realizarse con otros vocabularios. El lenguaje del empirismo es esencialmente un instrumento mediante el cual podemos construir una visión responsable y confiable del mundo tal como se nos presenta, pero ese mundo ya no se ve como el lugar del espíritu y las fuerzas mágicas. Más bien, el universo se comprende ahora en términos de leyes definidas únicamente por causalidad eficiente”.
Y continúa: “Así, surge una distinción crucial entre el lenguaje ordinario, plano, instrumental, que designa objetos y combina esas designaciones en retratos precisos de cosas y eventos —todo lo cual sirve para controlar y manipular—… y, por otro lado, el discurso verdaderamente iluminador [el buen arte], que revela la verdadera naturaleza de las cosas y restablece el contacto con ellas. El lenguaje poético nos da la sensación de que somos llamados, de que recibimos una llamada. Hay alguien o algo ahí afuera”.
La poesía es paralela a la música como práctica paralingüística. Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la espiritualidad, y más aún con la espiritualidad cristiana? ¿No son la poesía y el arte meramente subjetivos y, por ende, a menudo amorales? Taylor discrepa enérgicamente, al menos en lo que respecta a la buena poesía y el buen arte. Según él, el buen arte no es simplemente una cuestión “de gustos cambiantes”.
Taylor sostiene que los significados que experimentamos en la buena poesía y el buen arte tienen su lugar junto a las exigencias morales y éticas. ¿Por qué? Porque, para él, en la buena poesía y el buen arte, “la experiencia es de gozo y no solo de placer”. ¿La diferencia? “Experimentas gozo cuando aprendes o se te recuerda algo positivo con un fuerte significado ético o espiritual, mientras que el placer intenso tiende a encerrarte aún más en ti mismo”. Para Taylor, el gozo despierta una “intuición sentida” que no es meramente subjetiva. Es una apertura a lo ontológico, a Dios.
Finalmente, citando a Baudelaire, Taylor nos deja esta intuición: “Es tanto por la poesía como a través de ella, por y a través de la música, que el alma vislumbra el esplendor más allá de la tumba; y cuando un poema exquisito lleva las lágrimas al borde de los ojos, esas lágrimas no son prueba de un exceso de goce, sino testimonio de una melancolía irritada, de una postulación de los nervios de una naturaleza exiliada en lo imperfecto y que desearía aprehender de inmediato, en esta tierra, un paraíso revelado”.
Entonces, ¿qué tiene que ver la poesía con la espiritualidad?
Parafraseando a san Agustín: Nos hiciste, Señor, para ti, y cuando la poesía y la música agitan nuestro corazón con melancolía irritada, reconocemos que en última instancia nuestro descanso está solo en ti.