“Actualmente, es incuestionable el hecho de que vivimos en un espacio global alimentado por información que proviene de todos lados al mismo tiempo”, señaló el “Informe sobre el proyecto para comprender los nuevos medios de comunicación”, un ambicioso análisis de casi 300 páginas sobre el tema de los cambios en la comunicación. “Los medios electrónicos de comunicación”, continúa el informe, “exigen la máxima espontaneidad y capacidad de adaptación” por parte de sus usuarios.
Las generaciones más jóvenes son más hábiles y ágiles que sus padres y maestros en el uso de los nuevos medios. Tomando prestado el lenguaje y el espíritu del informe, los niños entienden la “gramática” y la “estructura” de los nuevos medios de comunicación. No son simplemente conocedores del tema; son expertos en él.
El informe completo ofrece una gran cantidad de conocimientos para educadores, administradores y padres. Tiene también más de 60 años y fue obra de un católico devoto llamado Marshall McLuhan.
McLuhan es un peculiar teórico de los medios, de la década de 1960, conocido ahora principalmente por sus declaraciones aforísticas (“la aldea global”, “el medio es el mensaje”), cuyos argumentos confiados y, a veces, enigmáticos, se han vuelto una realidad. A medida que las consecuencias de la revolución digital se vuelven más dolorosamente claras, él obtiene ahora, finalmente, el respeto que merece y, sin embargo, muchos de sus admiradores ignoran aún su catolicismo. La fe de McLuhan no era un mero adorno; fue, más bien, el ancla y la inspiración de sus teorías sobre los medios de comunicación.
McLuhan, que nació en 1911 en Edmonton, Canadá y fue criado en lo que su hijo llamaría más tarde “una especie de protestantismo relajado”, era culturalmente cristiano, pero no devoto. Todo eso cambió cuando él estudiaba para su doctorado en la Universidad de Cambridge, en donde se enamoró de la obra de escritores católicos tales como G.K. Chesterton y Gerard Manley Hopkins.
Para McLuhan, estos escritores fueron una prueba de cómo los artistas cristianos talentosos pueden ser profundamente intelectuales. Sus identidades católicas, en lugar de neutralizar su arte, los obligaron a buscar la complejidad moral. McLuhan se sintió cautivado por esto y en 1937 se convirtió.
En 1946, e inspirado por sus predecesores católicos, McLuhan escribió una carta donde decía: “Soy consciente de que hay un trabajo por hacer, un trabajo que yo puedo realizar y, sinceramente, no deseo dar ningún paso en esta línea que no esté en consonancia con la voluntad de Dios”.
McLuhan consideraba que su fe era una fuente de claridad y coherencia; él creía que “los
católicos pueden penetrar y dominar los cuestionamientos seculares, gracias a una economía emocional y espiritual de la que carecen las confundidas mentes seculares”. McLuhan comenzó una carrera en la cual fue examinando las diversas categorías de medios de comunicación, desde el teléfono hasta la radio y la televisión, centrándose en el modo en que esos medios cambiaban a sus usuarios. Su fe católica era un microscopio revelador que le permitía ver el mundo con claridad y él se esforzó por ayudar a otros a hacer lo mismo.
En 1959, la Asociación Nacional de Locutores Educativos le encargó a McLuhan que investigara y redactara el “Proyecto de Comprensión de los Medios de Comunicación”, cuyo objetivo era “desarrollar materiales y establecer la base para la instrucción sobre los significados y usos de los nuevos medios de televisión y radio (en el contexto de otros medios) en las escuelas primarias y secundarias estadounidenses”.
McLuhan pensó que ese proyecto era algo esencial. Argumentó que “durante siglos los educadores han vivido bajo la monarquía de la imprenta”, pero que con los nuevos medios de “fotografía, cine, telégrafo, teléfono, radio y televisión”, los educadores “se enfrentan ahora a estudiantes que, en términos del flujo de información que experimentan, pasan todas sus horas de vigilia en aulas sin paredes, por así decirlo”. Desde la perspectiva de McLuhan, si los maestros pudieran convertirse a pensar con y a través de los nuevos medios de comunicación, entonces los resultados populistas podrían ser significativos.
El proyecto de McLuhan no estaba dirigido a estudiantes de pregrado o doctorado; su objetivo era modificar la forma en la que se instruía a los estudiantes de secundaria. La escuela secundaria fue el gran experimento de la educación populista, en la que residían los usuarios y los consumidores masivos de estos medios. Las cosas siguen siendo así hoy en día.
Su informe final fue ambicioso y poco práctico para su época. Ahora, sin embargo, la visión de McLuhan se ha hecho una realidad, y su reconsideración radical de la educación y de los estudios de medios es exactamente lo que los maestros —yo, inclusive— necesitan para ayudar a los niños.
Por ejemplo, en su resumen de los objetivos para su proyecto de secundaria, McLuhan observó que “la obsesión por el ‘contenido’ parece oscurecer infaliblemente los cambios estructurales efectuados por los medios de comunicación”. Si sólo les enseñamos a los estudiantes a ser “mejores” al estar en línea, sin una mayor conciencia conceptual sobre el modo en que la vida digital crea un “entorno” o una experiencia que, en sí misma, cambia nuestra manera de pensar, corremos el riesgo de caer en la trampa de la obsesión por el contenido observada por McLuhan. Aunque puede que nos haga sentir mejor el gritarles a los niños que guarden sus teléfonos, debemos entender lo que ellos buscan en esos espacios digitales.
Una de las observaciones especialmente católicas de McLuhan fue su escepticismo sobre lo que llamó la “aldea global”. El concepto suena bastante bien —la idea de que una vez unidos por la comunicación instantánea, podemos sentirnos más cerca de la gente que se
encuentra al otro lado del mundo— pero McLuhan se dio cuenta de que nunca debemos malinterpretar la conexión con la comunidad.
Si bien es cierto que necesitamos conectarnos con los demás para formar comunidades físicas y digitales, debemos hacer esto de manera auténtica. Mucho antes de que se inventaran las redes sociales, McLuhan sabía que la falta de privacidad y contemplación podía generar antagonismo.
Aunque McLuhan se mostró escéptico ante la idea de un mundo cada vez más conectado, él vio en ello una oportunidad para que la presencia de Dios se percibiera en todo el mundo. Y obligó a todos los que quisieran escucharlo a que pensaran de manera creativa y crítica sobre lo que significa conectarse con otros a distancia. Incluso la televisión podía verse como una oportunidad para esto: en la era de McLuhan, una familia sentada alrededor de un televisor era una familia unida. Por medio de una mente abierta y centrada en Cristo, McLuhan fue capaz de encontrar lo bueno de los medios de comunicación.
Es divertido enseñar sobre McLuhan porque él se ve, actúa y habla como alguien que no debería haber estado “abordando eso” en la década de 1960, y parece aún más anticuado para los estudiantes contemporáneos. En la época de McLuhan, las generaciones más jóvenes lo apreciaban más. Los escépticos eran los mayores.
Más esencialmente, McLuhan nos obliga a recordar que, en Cristo, nosotros estamos unidos a partir de la encarnación. Esa verdad se revela digitalmente cuando reconocemos que estar en línea es más peligroso cuando estamos desencarnados (y actuamos como si nosotros, y aquellos con quienes nos encontramos en línea, no tuviéramos cuerpos ni almas). Aunque su informe original sobre los medios se topó con el escepticismo, McLuhan es precisamente el católico que todos —viejos y jóvenes— necesitamos para entender cómo vivir en línea con un propósito y fielmente.
Nick Ripatrazone es editor cultural de Image Journal y profesor de literatura de secundaria en Nueva Jersey. Él es el autor del nuevo libro, “Digital Communion: Marshall McLuhan’s Spiritual Vision for a Virtual Age” (“Comunión digital: la visión espiritual de Marshall McLuhan para una era virtual”) (Fortress Press, $ 26.99).