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Presto más atención a "Star Wars" que el cinéfilo medio. Soy el tipo de fan que, a los 23 años, aceptó un trabajo en mi cine local sólo para conseguir un pase anticipado del Episodio I, que llevaba esperando desde el estreno de "El retorno del Jedi" en 1983. Lo dejé una semana después. Lo siento, Cine 14.

Aunque muchas cosas han cambiado en "La guerra de las galaxias" a lo largo de las décadas, un cambio claro ha sido la creciente incomodidad con el concepto de un "lado luminoso" y un "lado oscuro" de la Fuerza. Esa incomodidad refleja la necesidad de nuestra cultura de verlo todo gris o moralmente complejo.

Algunas de las historias más populares de nuestra cultura consiguen hacer simpáticos a seres humanos que hacen cosas despreciables. Y a nosotros, el público, se nos empuja a ponernos de parte de esas personas. Desde "Joker" a "Breaking Bad", pasando por "El lobo de Wall Street", esta tendencia se ha vuelto predecible. Desde luego, ya no desafía los límites ni subvierte las expectativas.

Nuestra incomodidad cultural con las afirmaciones morales claras e inequívocas, llamando "bueno" a algo y "malo" a otra cosa, es preocupante. Nos incomoda especialmente decir que algo es malo siempre y en todas partes. Según la gente, estas opiniones simplistas pertenecen a una época más antigua, en la que la sumisión a la autoridad religiosa era lo que mandaba.

La mayoría de los cambios en este sentido parecen centrarse en la moral sexual. Sin embargo, la inmensa mayoría de la gente sigue considerando que algunas acciones morales, como el secuestro, el asesinato intencionado de inocentes y la violación, son profundamente perversas y están siempre y en todo lugar mal.

Esto sigue siendo cierto en el caso de las personas mayores. Cuando en una nueva encuesta de Harvard-Harris se preguntó a los encuestados mayores de 65 años si el asesinato y/o secuestro de miles de civiles inocentes por Hamás "puede justificarse por los agravios de los palestinos", sólo el 9% respondió afirmativamente. En el caso de las personas de 45 a 64 años, una minoría similar respondió afirmativamente.

Pero entre los 25 y 34 años, el porcentaje de los que respondieron afirmativamente aumentó al 44% y entre los 18 y 24 años, al 60%.

No lo olvidemos: 6 de cada 10 jóvenes piensan que secuestrar y matar a inocentes puede estar justificado por la razón correcta. Esto coincide con una tendencia igualmente preocupante de los jóvenes que miran hacia otro lado cuando se trata de la violencia sexual perpetrada por Hamás contra mujeres y niñas israelíes.

Un usuario de Twitter que compartió esta información habló en nombre de muchos, creo, al calificar la cifra del 60% de "estadística salvaje". Por un lado, ciertamente lo es. Si la próxima generación que viene no puede condenar estas acciones como siempre y en todas partes inadmisibles y malvadas, hay pocas esperanzas de que la cultura que lideren sea buena.

Pero, por otra parte, tal evolución es previsible, dado que son las opiniones morales que les han enseñado las que se manifiestan de forma más coherente y auténtica.

Si las normas morales sin excepciones son cosa del pasado -si las afirmaciones de que ciertas acciones son siempre malas proceden únicamente de una autoridad religiosa anticuada-, entonces tiene todo el sentido que una generación educada como utilitarista consecuencialista (que sólo se preocupa por obtener los resultados que desea y no por las preocupaciones morales sobre cómo llegar a ellos) se convierta en... utilitarista consecuencialista.

Permítanme ser absolutamente claro: no debemos restar importancia a las formas en que Israel se ha extralimitado o ha actuado de manera desproporcionada en formas que son moralmente grotescas en su historia. Tampoco debemos retroceder ante la auténtica complejidad y las zonas grises del discurso moral. Está claro que podemos y debemos hacer ambas cosas.

Pero ninguno de estos objetivos exige renunciar al concepto de normas morales sin excepciones o de actos intrínsecamente malos.

Al contrario, nuestro momento actual exige una defensa profunda y seria de estos mismos conceptos. Desgraciadamente, en la Iglesia católica hay en marcha un movimiento inquietante (incluso a niveles muy altos), que critica y descarta estos conceptos como un simplista "manual de fórmulas" para una vida moral que es mucho más compleja.

Pero las tendencias descritas demuestran que la enseñanza clara de la Iglesia sobre las normas morales sin excepción y los actos intrínsecamente malos es más necesaria que nunca. La gente necesita saber y reconocer lo que, por su naturaleza, es bueno y lo que es malo. La gente necesita claridad.

De hecho, cuando los católicos fieles hablan en una cultura que ha normalizado lo que está mal sin excepción -que cuenta historias predecibles diseñadas para hacernos alentar al malo- nuestra posición se vuelve subversiva. La nuestra se convierte en la que empuja los límites culturales. La nuestra es la que dice la verdad al poder desde los márgenes.

Recemos, especialmente por el poder de la gracia de Dios que se nos ofrece en este tiempo de Navidad -en el que Cristo nace de los márgenes-, por la valentía de hablar y actuar de forma que se socaven los cimientos de una cultura dominante que ha perdido la capacidad de llamar al mal por su nombre.