A pesar del sufrimiento y las contiendas de la Edad Media, Dante Alighieri creyó que la belleza podía salvar al mundo y utilizó su pluma para demostrarlo.
Al cumplirse 700 años de la muerte del poeta más célebre de Italia, es difícil imaginar que, en nuestra cultura actual, tan obsesionada con el lenguaje, pocos compartan la idea de Dante con respecto a la belleza de las palabras. Dante soñaba con estructurar un lenguaje para unificar e inspirar. ¿Qué opinaría él de nuestro uso violento de las palabras como medio de persuasión y sobre el constante cambio de significado de los vocablos?
Como la historia lo recuerda, “Dante” nació alrededor del año 1265, en Florencia, que en aquel entonces era una república. Fue hijo de una familia adinerada y vivió como lo hacía el creciente número de jóvenes acomodados de las ciudades mercantiles prósperas: su vida incluyó el servicio militar, la inscripción en gremios, la educación formal, el matrimonio y la política.
Su estatus le permitió seguir su pasión por la filosofía y la poesía, así que continuó sus estudios en la Universidad de Bolonia, en donde se unió a los poetas del “dulce estilo nuevo”, término acuñado por Dante para describir los poemas de amor cortesano escritos en versos de nuevo tipo, aderezados de magníficas alegorías y símbolos.
La idílica existencia de estos jóvenes artistas, absortos en el amor y en las letras, se enmarca en un telón de fondo de violencia e incertidumbre. Italia, que era un mosaico político de repúblicas, ducados y territorios reclamados por el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, se encontraba en un estado constante de conflictos armados.
El Papa Celestino V, quien constituía el lazo espiritual de Europa, había conmocionado a la cristiandad al renunciar después de tan solo unos meses, lo cual fue seguido por su muerte, que tuvo lugar en circunstancias sospechosas. Su sucesor, el Papa Bonifacio VIII, parecía más interesado en concentrar su influencia en los asuntos temporales que en pastorear a las almas.
La falta de unidad se vio agravada por el caos del lenguaje, por los diferentes dialectos que fueron surgiendo, de acuerdo a la realidad geopolítica de cada región, quedando el latín cada vez más reservado para los eruditos y para el clero.
Mientras tanto, Dante y su grupo de eruditos trovadores cantaban sobre el amor, por medio de sus cautivadores ritmos. Sin embargo, Dante sufrió una experiencia amarga cuando sus actividades diplomáticas lo pusieron en conflicto con la facción política opuesta de Florencia. Una vez que sus enemigos subieron al poder, apoderándose violentamente de la ciudad, se volvieron contra el ausente poeta y lo condenaron al exilio de por vida.
El desterrado bardo respondió a la injusticia, a la humillación y a la miseria creando una obra maestra destinada a trascender la política. Escrita durante su exilio, “La Divina Comedia” de Dante fue un relato épico para unir a Italia bajo un lenguaje común, para enlazar las raíces clásicas de la cristiandad con sus santos contemporáneos, uniendo, así, las almas, pasadas y presentes, en su común recorrido hacia el Señor.
Las palabras eran los ladrillos y el cemento de su obra. Los dialectos fragmentados, derivados del latín reflejaban las facciones y tribus que surgieron después de la caída del Imperio Romano. Los dialectos, sazonados de árabe en Sicilia y de griego en Venecia, formaban vallas verbales que limitaban la comunicación. Gracias a su amplia experiencia en la poesía de toda la península italiana, Dante pudo seleccionar las palabras perfectas para elaborar sus versos.
Su poesía pintaba cuadros y estimulaba los sentidos. Casi se puede escuchar el suspiro de los no bautizados en el limbo o sentir el frío del congelado Lago Cocito, en el que los traidores están encarcelados. Anticipándose a la composición de lugar de los ejercicios espirituales de San Ignacio, Dante despierta los sentidos durante su extraordinario viaje a través del infierno, el purgatorio y el cielo.
Sus imágenes literarias están unidas por la invención que Dante hizo de la “terza rima” (“tercera rima”), un sistema de rimas entrelazadas que hace avanzar la historia estrofa a estrofa. La epopeya de Dante tomó las palabras y, en lugar de usarlas para dividir y herir, las empleó como un medio de unificar a un pueblo dividido. El poema les ofreció a los lectores la oportunidad de deleitarse en el placer del lenguaje, lo cual es una rareza en el mundo actual, en el que el hecho de entrar en comunicación puede más bien asemejarse a entrar en un campo minado.
“La Divina Comedia” combinó hábilmente las referencias paganas con la teología cristiana más reciente, creando una mezcla de las mejores cosechas mediterráneas. El “Infierno”, se ve poblado de criaturas mitológicas, en tanto que el emperador Trajano ejemplifica la humildad en el “Purgatorio”. Virgilio, poeta augusto por excelencia, sirve de guía a Dante, aunque los pasos finales del “Paradiso” son dirigidos por San Bernardo.
Dante conocía bien las persecuciones asesinas infligidas por los antiguos romanos a los cristianos, sin embargo, en lugar de “cancelar” el pasado, él lo transformó. “La Divina Comedia” es una ilustración de la exhortación de San Pablo a los Filipenses, “todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser objeto de sus pensamientos”.
Fue necesario tomar lo mejor de la antigüedad, vaciarla de error y transformar su belleza para promover la verdad y el bien. Aunque los lectores disfrutan de “La Divina Comedia” y de sus viñetas de retribución, es también una historia de redención, que incluye una reconciliación entre la cristiandad y sus antepasados paganos.
En la época actual, tan pronta a sacrificar la filosofía, historia y literatura europeas en el altar de la corrección política, se hace cada vez más difícil que la gente comprenda y aprecie el arte de Dante, imbuido de pensamiento cristiano.
“La Divina Comedia” es una búsqueda intensamente personal, en la que Dante revela sus propios pecados y debilidades. Es, simultáneamente, una metáfora del viaje universal de la humanidad hacia su Creador, descrita en la última frase de la comedia como “el Amor que mueve el sol y las demás estrellas”. El amor es la fuerza que guía la obra, personificada en la bella Beatriz a quien Dante admiraba de lejos. Es ella quien envía a Virgilio a rescatar a Dante, perdido en el pecado, es ella quien lo guía a través del paraíso.
La epopeya de Dante está impregnada de amor. El “Inferno” está poblado de amantes —amantes del poder, del dinero, de sí mismos— el autor experimenta incluso un dejo de compasión por el amor adúltero que condenó a Paolo y a Francesca al abrumador tormento del infierno.
El purgatorio entrelaza la teología de amor del poeta, dividida en “mal amor”, “muy poco amor” y “amor inmoderado”, todo lo cual debe ser transformado en un amor puro, dirigido al Señor.
El mayor desafío moderno para comprender “La Divina Comedia” puede estar en la pérdida de comprensión de la palabra “amar”. La cultura contemporánea invoca el amor en todo momento, ya sea para lo superficial, para lo desordenado o como un arma contra los “que están llenos de odio” generalmente descritos como aquellos que tienen creencias diferentes. Los caminos divergentes de esta multiplicidad de “significados” del amor fomentan la división, dejando a muchos en la misma situación que Dante al principio de la epopeya, “perdido en un bosque oscuro”.
Vivir en una época con capacidades de comunicación magníficas conlleva responsabilidades. El Año de Dante ofrece una excelente oportunidad para pensar en el privilegio de la alfabetización, en el poder del lenguaje para bien o para mal y en la manera de devolverle la belleza a nuestro discurso cotidiano.