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Jesús les hizo esta famosa pregunta a sus oyentes (Lucas 11,11), y todavía nos la sigue haciendo a nosotros hoy, al explicarnos la amplitud y profundidad del cuidado providencial que Dios tiene de sus hijos. Para ayudarnos a comprender la importancia de la oración, él recurre a ese impulso universal que tienen los seres humanos de proteger y cuidar a sus hijos. Si ese impulso no estuviera integrado en nosotros, la raza humana se habría ciertamente extinguido hace mucho tiempo.

Cada vez que veo una pequeña mano sosteniendo un teléfono inteligente y ojos infantiles mirando hipnotizados a la pantalla, recuerdo esas palabras del Evangelio e imagino que el teléfono es una serpiente de cascabel.

El hecho es que, colectivamente, hemos entregado los teléfonos inteligentes a nuestros niños y adolescentes, y lo hemos hecho en la fase más crucial de su desarrollo moral, espiritual y personal. Justo cuando ellos están emergiendo del capullo familiar y tratando de aplicar las cosas buenas aprendidas allí a un mundo problemático, los hemos entregado a empresas y plataformas tecnológicas que sólo se preocupan por las columnas de sus hojas de cálculo.

El experimento ha durado lo suficiente y los resultados están ahí: la depresión, la soledad, la ansiedad, la ideación suicida se han disparado entre los adolescentes de los países desarrollados. También lo ha hecho la confusión sexual y la disforia de género, que ha hecho que casi el 40% de los jóvenes de 18 a 24 años se describan a sí mismos como no heterosexuales.

Basta con asomarse a las “stories” de jóvenes en Instagram, o con dedicar un breve tiempo a TikTok, y estos tristes números empiezan a cobrar sentido.

La gente joven vive una vida pública, presentada de manera muy cuidada en Instagram, documentando cada momento de una manera calculada para despertar la admiración y la envidia, o simplemente para excitar. La mentalidad de rebaño de esa aplicación en la que parece impensable desviarse de lo que está de moda en este momento genera superficialidad, envidia, una imagen corporal negativa y soledad, en un modo que es difícil de comprender para los adultos criados en tiempos más simples, en los que la adolescencia ya, de por sí, estaba llena de dificultades. Las conexiones en línea reemplazan y desplazan las relaciones reales, ese tipo de relaciones que en algún tiempo era lo que ayudaba a los adolescentes a sobrellevar las tormentas emocionales que son una parte inevitable del crecimiento.

TikTok es todavía peor, según se dice. La intención y diseño de esa plataforma de video es ofrecer un contenido cada vez más asqueroso a niños y adolescentes que inicialmente van allí para ver videos inofensivos de baile. Algunos periodistas investigadores de The Wall Street Journal, utilizando cuentas falsas de niños, documentaron el modo en que TikTok los atrajo a “madrigueras” de sexualidad grosera y consumo de drogas, a veces con tan solo unos cuantos clics.

Otra investigación del Journal demostró cómo esa aplicación “inunda a los adolescentes con videos de trastornos alimentarios”. Y a los traficantes les encanta TikTok por el fácil acceso que les brinda.

Aquellos que están preocupados por el rápido aumento de la disforia de género en las niñas adolescentes y preadolescentes no necesitan ir lejos, les basta con mirar los efectos de esta aplicación, que embellece y prepara a las niñas para que piensen que las alteraciones hormonales y quirúrgicas radicales resolverán su angustia.

Dejando a un lado las plataformas y aplicaciones específicas, piense en todas las cosas que los niños y los adolescentes no están haciendo cuando tienen la mirada fija en sus teléfonos: jugar, leer libros, explorar el bosque, ir en bicicleta a Dairy Queen en un día caluroso de verano, reírse con un amigo, tener alguna de esas conversaciones profundas que les cambian la vida para bien.

Podrían estar enamorándose de la hermosa personalidad de alguien, o de su sentido del humor, mucho antes de saber cómo se ve en traje de baño. Los economistas le llaman a esto “costo de oportunidad”. Y qué costo es ése.

No estoy predicando desde una posición inexpugnable. Yo también he cometido el error de seguir la corriente por lo que respecta a mis cinco hijos. Es difícil no hacerlo. Pero los padres pueden pedir la ayuda a los gobiernos estatales, ya que todavía hay mucho que puede hacerse para proteger a los niños y adolescentes estadounidenses de los peores excesos de la alta tecnología.

Las legislaturas estatales podrían, por ejemplo, aprobar leyes que requieran que los sitios que presentan contenido pornográfico adopten medidas de verificación de edad para mantener a los menores de 18 años fuera de su plataforma. También se debe exigir la verificación de la edad para evitar que los niños menores de 13 años puedan crear cuentas en las redes sociales (una ley que actualmente no se aplica).

Otra idea es aprobar leyes que exijan que las plataformas les den a los padres acceso y control total de las cuentas de sus hijos menores. La luz del sol es el mejor desinfectante. Otra idea, que en lo personal es mi favorita: los estados podrían aprobar leyes que requieran que las empresas de redes sociales desactiven el acceso a los menores durante las horas de acostarse. Ocho horas de sueño ayudarían a muchos adolescentes a sortear las tormentas emocionales de la escuela secundaria.

El instinto de protección es fuerte en todos los padres, como lo intuyó Jesús. Pero las empresas tecnológicas no son padres dedicados. Ellas están entregándoles, activamente, serpientes o escorpiones a nuestros hijos, y viendo felizmente crecer sus resultados y valoraciones. No hay absolutamente ninguna razón para seguir confiándoles a nuestros hijos, y todos debemos apoyar cualquier iniciativa que rompa el control férreo que las empresas tecnológicas tienen sobre ellos.