Félix y Elizabeth Leseur eran una pareja dispareja. Ella era una católica devota, él un ateo comprometido. Se casaron a principios de siglo en Francia y pasaron 25 años profundamente enamorados a pesar de sus diferencias. Elizabeth oraba todos los días por la conversión de su esposo y aunque no vivió para verla, fueron sus palabras y acciones las que llevaron a su esposo de vuelta a la fe, lo cual lo llevó a convertirse finalmente en un sacerdote dominico y a llevar la causa de la canonización de ella.

En “Sal y luz: El viaje espiritual de Elizabeth y Félix Leseur” (Ignatius Press, $17.95), Bernadette Chovelon profundiza en el matrimonio de ellos y en la fuerza de su amor.

Justo a tiempo para el Día de San Valentín, Kris McGregor habla con Mary Dudro sobre el libro de Chovelon, que fue la que tradujo el libro del francés al inglés.

Kris McGregor: ¿Cuáles son los antecedentes de Elizabeth y Félix Leseur? ¿Por qué son tan relevantes hoy en día?

Mary Dudro: Cuando Elizabeth y Félix se encuentran, es la década de 1880, que es el inicio de lo que se conoce como “La Belle Époque” (“La Bella Época”) en París. Es un torbellino de emoción, tanto en el mundo del arte, como en el de la política y de la tecnología. Muchos cambios emocionantes están teniendo lugar, pero todavía sigue vivo este antiguo espíritu europeo. El sentido del romance del viejo mundo agrega mucho encanto a su historia: ellos acuden a los bailes, pero también a la Exposición de París, de 1900.

Ellos se conocen a los 20 años, al ser presentados por un amigo común y realmente se despertó en ellos una inmediata simpatía. Tienen mucho en común y provienen de entornos familiares muy semejantes y sencillamente se entendieron muy bien. Cuando se casaron, sus primeros años de vida matrimonial fueron muy emocionantes: hubo muchos viajes y formaron parte de un círculo social muy intelectual y político de París. Y eso fue ocasión de encontrar la manera de lograr un equilibrio entre esto y su matrimonio, y sus responsabilidades y, en el caso de Elizabeth, su vida espiritual. Es una historia maravillosa de cómo ellos recorrieron su trayecto matrimonial, con todas las pruebas que éste conlleva.

McGregor: Bernadette Chovelon, la autora de este libro, es una doctora francesa en filosofía y letras, especializada en psicología y en la espiritualidad del matrimonio. ¿Qué hace del matrimonio de los Leseurs algo tan fabuloso?

Dudro: Su matrimonio eleva el nivel de comprensión del matrimonio sacramental y lo que se supone que éste debe lograr a lo largo del tiempo para cada individuo dentro del matrimonio. Hay en él un testimonio muy fuerte acerca del objetivo de trabajar por el alma del otro y de que el matrimonio ha de ser la gracia de salvación para ambos. Creo que es algo en lo que no se reflexiona con la suficiente frecuencia.

Algo que Chovelon destacó en su libro es el perdurable amor que Elizabeth y Félix tenían el uno por el otro, pero también destacó sencillamente su amistad. Ellos tenían una fuerte unión de pensamiento, compartían muchos intereses y confiaban el uno en el otro; realmente eran el mejor amigo el uno del otro.

El ejemplo de Elizabeth y Félix apunta a animarnos a vivir todo eso; donde hay amor, ahí está Dios y está también su gracia. A pesar de que ellos tuvieron esta profunda lucha por la religión, como realmente se amaban y nunca dejaron de servirse el uno al otro, de respetarse mutuamente y de hacer sacrificios, su relación se mantuvo firme.

McGregor: Esta historia se vivió hace más de un siglo, pero su experiencia toca la vida de muchos actualmente. Hay tanta gente que puede estar en matrimonios que no se parecen en nada al matrimonio sacramental típico, cuando comienzan. Tal vez uno de los cónyuges se siente desesperado por eso, deseando compartir la fe con su cónyuge. Esta historia nos dice: “No pierdas la esperanza. No dejes de orar. No dejes de amar, porque hay una fecundidad que tal vez no podamos anticipar en este momento presente, pero tal vez Dios esté realizando algo más grande”.

Dudro: Ése era, en gran medida, el enfoque de Elizabeth en su vida de oración: ella tenía plena confianza en el Señor, en que él tenía un plan, en que él tenía el control de todo. Él escucharía sus oraciones por la conversión de Félix y haría fructífero su matrimonio.

Ella realmente creía que su deber sagrado era orar y ofrecer sacrificios por la conversión de Félix, pero también entendía que su conversión no sería obra de ella, sino de Dios. Ella estaba desprendida de la idea del tiempo, o de una impresión de que esto tiene que suceder de determinada manera. Más bien, confiaba en Dios y en que, en su tiempo, Félix volvería a la Iglesia.

McGregor: Félix estaba muy comprometido con el mundo en ese momento.

Dudro: Ciertamente que sí. Él empezó como estudiante de medicina, por lo que estuvo involucrado en la vanguardia de lo que estaba sucediendo en la ciencia. Luego hizo la transición al periodismo político y se interesó mucho por las ambiciones coloniales de Francia. Él era muy optimista acerca del futuro, diría yo.

Eso es algo que podemos palpar hoy, en nuestra propia obsesión por el progreso. Este progreso va a suceder, y la humanidad mejorará por ello. Y la religión no tiene cabida aquí, porque la mejora humana no tiene nada que ver con la realidad espiritual.

El mundo, tal como lo veía Félix, era completamente material y científico. Creo que él habrá compartido ese tipo de ambición, de que la humanidad puede progresar desde una perspectiva tecnológica.

Félix y Elizabeth viajaron ampliamente por Europa. Experimentaron muchos de estos beneficios tecnológicos. Es interesante el hecho de que él estaba unido a alguien que disfrutaba y apreciaba todos estos avances, pero Elizabeth tenía también la perspectiva de que el cambio en sí mismo no es bueno si el corazón humano no cambia también.

McGregor: En el libro aparece claramente cuánto ama Félix a Elizabeth. Él se preocupa por ella. Y el entusiasmo y amor de ella por él es muy real. Pero en su matrimonio se les presenta un sufrimiento real e inesperado, a causa de la enfermedad de ella.

Dudro: Elizabeth tenía una enfermedad del hígado. Sufría de fases de enfermedad en las que quedaba postrada en cama durante semanas. Y posiblemente en relación a eso, casi al mismo tiempo, se enteró de que no podría tener hijos.

Creo que fue tres meses después de su boda cuando ella tuvo esta primera fase de enfermedad y su matrimonio quedó marcado por eso. Ella tenía graves limitaciones físicas.

Elizabeth se resigna a su sufrimiento a nivel espiritual y Félix la cuida de una muy bella manera durante todo su matrimonio. Él abandona el trabajo de sus sueños para que puedan vivir cerca de su familia; realmente la pone a ella en primer lugar.

McGregor: Félix es un gran ejemplo de por qué no hay que precipitarnos en juzgar. Como Elizabeth lo demuestra, existe una gran esperanza y confianza en que Dios hará el trabajo. Ella habla del “deber del silencio”.

Dudro: Elizabeth adopta ese enfoque con todos los que no son creyentes, situación en la que se encontraban muchos de sus amigos. Ella tiene la comprensión de que la conversión radica en el corazón, así que no trataba de evangelizar verbalmente ni con discusiones a la gente que formaba parte de su vida. Pensaba que simplemente el amarlos por lo que eran y el orar en secreto por ellos era la mejor manera de permitir que Dios actuara en sus corazones a través de ella.

Ella está muy desprendida de la necesidad de convertir a determinada persona. Más bien, confía plenamente en que es Dios quien tocará sus corazones a su debido tiempo y que ella sólo está ahí para amarlos y para ser un testigo del amor de Dios.

Cuando Félix leyó el diario de su esposa y sus otros escritos después de su muerte y se enteró de todos los sacrificios que ella había hecho por él con tan gran discreción, así como también de la enorme fe que había tenido en la bondad de él, se sintió muy humillado por eso. Y se quedó, en cierto modo, impactado por la cantidad de sufrimientos que ella ofreció por él.

Ese ejemplo de amor, además de su afecto por él y del hogar que ella creó para él, que le permitió conocer su vida interna y su amor interior por él, lo dejó asombrado.

McGregor: Es como el misterio de la misericordia divina. Tienes que seguir creyendo en esa misericordia, incluso después de la muerte. Tienes que confiar en la misericordia de Dios y en su gracia, y darte cuenta de lo que él está haciendo. De una manera muy real, Elizabeth hizo precisamente eso.

Dudro: Ella confiaba en que Dios tiene visión de la imagen completa, en tanto que nosotros sólo percibimos pequeños fragmentos de ella.

McGregor: La nota a pie de página de esta historia de amor es que, después de la muerte de Elizabeth, Félix se convirtió en sacerdote dominico y en promotor de su causa de santidad. Y ahora, Elizabeth es sierva de Dios. ¿Qué tal?

Dudro: Félix tuvo una vida muy plena como sacerdote. Pudo tomar lo que aprendió de Elizabeth y corresponder a ello a través de su ministerio, lo cual es un hermoso recordatorio de que nada se desperdicia. Aunque él no pudo compartir la fe con Elizabeth, pudo compartir la fe que ellos compartieron, después de su muerte, con toda esa otra gente.

¡Ellos son tan normales! Eso fue algo que realmente me conmovió, porque vi la normalidad de su vida y la naturaleza ordinaria de su matrimonio. Eran sólo personas comunes y corrientes, que tomaron su amor y lo percibieron dentro de esta imagen más grande. Espero que inspiren a otros para que vean que todos estamos llamados a esta santidad, en compañía de aquellos que comparten nuestra propia vida personal.