En 2014, más de 40 millones de personas vieron la transmisión de los Premios de la Academia en televisión. Desde entonces, la audiencia ha disminuido de manera constante, con algunos repuntes ocasionales, pero el resultado es que los menos de 20 millones de espectadores que sintonizaron la transmisión del año pasado se consideran un logro.
Hubo un tiempo en el que nunca me perdía los Óscar y en el que había visto la mayoría, si no todas, de las películas nominadas a mejor película. Esos días han quedado atrás, no solo para mí, sino, como lo indican las cifras decrecientes de audiencia, para muchas otras personas también.
La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (un nombre algo pomposo para una industria que vende palomitas de maíz) anunció sus nominaciones para los premios de este año más tarde de lo habitual, debido a los desastres provocados por los incendios forestales en el sur de California. Cuando miro las 10 películas que han sido nominadas, pienso que otro tipo de cataclismo podría avecinarse.
Ninguna de las películas nominadas es lo que alguien que cuenta los ingresos de taquilla llamaría un éxito rotundo. Es cierto que, en las últimas décadas, la Academia ha tendido a ignorar las películas que fueron demasiado populares entre el público y que no consideraba lo suficientemente “artísticas”. Aun así, las películas nominadas en años recientes eran, en su mayoría, producciones comerciales de los principales estudios. Siempre habría algunas películas abiertamente moralistas y tal vez una o dos producciones independientes dirigidas a un público específico. Pero, en su mayoría, las películas en competencia tenían potencial de éxito en taquilla.
Ahora está ocurriendo algo diferente. Tomemos como ejemplo la película I’m Still Here, que cuenta la historia de un activista de izquierda brasileño que es secuestrado y desaparecido por el gobierno de derecha, y de cómo su esposa enfrenta la lucha. Si nunca has oído hablar de ella, no estás solo. Hasta la fecha, la película ha recaudado apenas $150,000. Para poner ese número en perspectiva, la secuela de Disney Intensamente 2 (Inside Out 2) ha generado $1,000 millones a nivel mundial. Esto no significa que I’m Still Here no sea una película más artística que Inside Out 2, pero sí demuestra que muy pocas personas la han visto.
Otras películas en la lista de nominadas a Mejor Película de este año tampoco han sido vistas por muchas personas. Incluso las que han alcanzado un público más amplio están, en su mayoría, dominadas por mensajes explícitos de índole ideológica y de ingeniería social.
Los mensajes apenas disimulados en estas películas prueban, más allá de toda duda razonable, que las llamadas “guerras culturales” siguen librándose en muchos frentes. Muchas de estas películas adoptan plenamente posturas sobre ética y género que están en clara contradicción con lo que, como católicos, estamos obligados a afirmar.
La nominada a Mejor Película Wicked está impregnada de personajes LGBT, presentados con toda la sutileza de un martillo neumático. Es parte de una creciente lista de películas que dan un giro a las historias tradicionales, presentando a las personas “buenas” como las villanas y a los “malos” como héroes.
Y Wicked no es la excepción en la selección de este año. La película que está generando un gran revuelo en la industria —y por la que me atrevo a predecir desde ya que ganará más de un Óscar— es Emelia Pérez. Se ha descrito como una “comedia musical criminal”. Su trama gira en torno a un jefe de cartel que quiere cambiar de género, y el papel es interpretado por un actor que en la vida real ha intentado cambiar de género. Es un doble triunfo para los defensores de la ideología de género y desafía directamente las advertencias del papa Francisco sobre los daños que esta ideología puede causar.
Luego está la nominada Conclave, a la que Rotten Tomatoes solo le otorgó un 73% de calificación. La crítica de The New York Times también fue tibia. Pero aun así, la Academia la nominó a Mejor Película. Además de incluir todos los clichés habituales de la retórica anticatólica, la película culmina con un final “sorpresa” en el que el Colegio de Cardenales elige a una persona intersexual como el próximo papa, un desenlace que rezuma ideología. Parece casi como si hubiera un esfuerzo concertado por parte de los cineastas para resaltar, enfocarse y celebrar un solo estilo de vida por encima de todos los demás.
Esto no se trata de los méritos artísticos de ninguna de las películas en la lista. Lo que la selección de “las mejores” películas revela es la existencia de un sistema de creencias casi universal sobre género, ética e ideología que va en contra de nuestra fe católica y que ha sido injertado en el ADN de los cineastas de Hollywood.
Así que, cuando llegue la gran noche de los premios y se abra el sobre para Mejor Película, escucharemos: “Y el Óscar es para…” y probablemente podamos adivinar que el destino no será el cielo.