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Mayo es el mes de María y en este tiempo pascual nos alegramos con nuestra Santísima Madre y nos encomendamos nuevamente a su amor maternal, así como Jesús lo hizo.

Y en este mes quiero animarlos a renovar su amor por la oración de María, la hermosa oración del rosario.

Es una oración sencilla, que muchos de nosotros aprendimos cuando éramos niños. Y a medida que avanzamos en edad, el rosario madura con nosotros.

Me encanta el rosario y sé que muchos de ustedes comparten mi propia experiencia: la de que el rosario me trae algo nuevo cada vez que lo rezo. Con cada año que pasa, esta oración me conduce a diferentes lugares de mi corazón y a diversos aspectos de la contemplación de Jesús y sus misterios.

El rosario es la oración del discípulo para recorrer su trayecto, una oración del corazón que está hecha para orar en lo que vamos avanzando por el camino de la fe, por el camino del seguimiento de Jesucristo.

Ningún rosario que recemos es igual a otro, aun si estamos diciendo siempre las mismas palabras y del mismo modo. Es difícil para mí el describirlo, pero el rosario me parece una oración que se adapta maravillosamente a la naturaleza humana de nuestro corazón y nuestra mente.

Las Avemarías que repetimos con nuestros labios se convierten en una especie de escenario de fondo mientras somos elevados a la contemplación.

Al ir reflexionando sobre los misterios de la vida de Cristo, nuestra mente deambula también, con frecuencia, por las preocupaciones de nuestra propia vida —así nuestras preocupaciones se convierten en oraciones por nuestra familia y amigos, por nuestro trabajo y por nuestro mundo— para luego volver a enfocarnos en las escenas del Evangelio.

Nuestra oración parece algo tan natural como la respiración. Nos detenemos más tiempo en algunos pensamientos que en otros. El tiempo parece volverse más lento y llegar a formar parte del tranquilo ritmo de las Avemarías. En la oración, nuestro pensamiento se detiene en una sola palabra o en un grupo de palabras.

La repetición de las Avemarías del rosario es como una letanía de amor. Es algo que me recuerda aquella escena de Pascua en la que Jesús le pregunta tres veces a San Pedro: “¿Me amas?”.

Como todos sabemos, “te amo” no es algo que le decimos una sola vez a los que amamos.

Les expresamos a ellos nuestro amor una y otra vez, muchas veces y de muchas maneras cada día. Por eso, cada Ave María que repetimos en el rosario es como un “te amo” que le estamos diciendo a Jesús y a María, que es su madre y nuestra madre.

El rosario nos dice que podemos estar tan cerca de Jesús como lo está María y que podemos vivir para Jesús como ella lo hace.

Y en el rosario estamos aprendiendo a mirar a Jesús como lo miró María.

Las escenas que pasan ante nosotros en los misterios gozosos, dolorosos, luminosos y gloriosos son, todas ellas, escenas que María vio con sus propios ojos. Los Evangelios nos dicen que María “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.

Entonces la oración de María es una oración de recuerdo, en la que mantenemos presente y vivo el recuerdo de las palabras de Jesús y su ejemplo, meditando estos misterios hasta que lleguen a llenar y moldear nuestros propios corazones.

A través de los misterios gozosos de Él, aprendemos sobre su humildad. A través de sus misterios luminosos, compartimos su celo por llevar la luz de Dios al mundo. A través de sus misterios dolorosos, aprendemos que el amor requiere sacrificio. A través de sus misterios gloriosos, crece nuestra confiada esperanza en el cielo.

Al igual que el Padre Nuestro, el rosario es una oración contemplativa que conduce a la acción. En el centro del rosario se encuentran las palabras que María pronunció en las bodas de Caná: “Hagan lo que él les diga”. Y encontramos este mismo espíritu como núcleo del Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad”.

Al rezar el rosario como hijos de Dios, vamos aprendiendo a ver que nuestra vida no es sobre nosotros mismos. El sentido de nuestra vida es que sea vivida para Dios y para los demás, para nuestra familia y amigos, para la gente de nuestra sociedad, especialmente los pobres y vulnerables. Se trata de hacer la voluntad de Dios y no la nuestra.

Al ir rezando el rosario día tras día, aprendemos a tener la actitud de María, aprendemos a abrirle nuestro corazón a Jesús, a reflexionar sobre sus palabras y su vida.

El rosario nos enseña a poner nuestra vida en las manos de Jesús, a seguirlo y buscar su voluntad y a servirlo en todo lo que hacemos. Nos enseña a decir, con María: “Hágase en mí según tu palabra”.

Oren por y yo oraré por ustedes.

Y en este mes de María, pidámosle a nuestra Santísima Madre que ella nos ayude a rezar el rosario con un nuevo espíritu de fe y de amor, a orar por amor, y para obtener el valor de amar. Y que lo oremos para llevar el amor de Dios a la gente de nuestro tiempo.