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Cada nuevo año marca un nuevo comienzo, una oportunidad para empezar de nuevo. Este es un pensamiento esperanzador y muy “católico”.

Nuestra vida de fe es siempre una obra que requiere volver a empezar siempre de nuevo.

El hecho de seguir a Jesús, de llegar a ser aquellos que Dios quiso que fuéramos, es el proyecto de toda una vida y lo llevamos a cabo en nuestra lucha diaria contra el egoísmo y contra la debilidad. Nosotros cometemos errores, perdemos de vista lo esencial y tomamos caminos equivocados, pero siempre empezamos de nuevo.

Lo que hace posible todo esto es el gran amor que Dios nos tiene.

Reflexioné mucho sobre esto durante la temporada navideña. Pensé especialmente en cómo nosotros, como católicos, pertenecemos a una gran historia de amor, a esa historia de la salvación que es lo que les da sentido y propósito a nuestras vidas.

A grandes rasgos, la historia trata de esto:

En un determinado momento de la historia de la humanidad, el Dios vivo, el Creador de la vida, descendió a su creación para vivir entre nosotros en Jesús, que es una persona plenamente divina y plenamente humana. Dios vino como un bebé y reveló su verdadero rostro de Padre que ama a cada persona como a su propio hijo o hija.

Por medio de su vida, de su muerte y resurrección de entre los muertos, Jesús nos mostró las profundidades del amor del Padre, revelándonos el destino de nuestra vida humana, haciéndonos saber que fuimos creados para compartir la propia vida divina de Dios, así como Él compartió nuestra vida humana.

Por medio de sus enseñanzas, Jesús trazó el camino que debemos de seguir como hijos de Dios, y nuestras vidas son ahora un recorrido de amor dentro de su Iglesia, recorrido que nos lleva más allá de la muerte, hacia la vida eterna que viviremos con el Padre en el cielo.

Esta es la hermosa historia que hemos heredado como católicos, y hemos pasado a formar parte de ella por medio de nuestro bautismo.

Esta historia nos hace saber quiénes somos, para qué estamos aquí y cómo debemos vivir. Nos dice de dónde venimos y hacia dónde vamos, nos enseña lo que debemos valorar y lo que verdaderamente importa.

Nuestra historia católica les proporciona a nuestras vidas las “raíces” que nos hacen pertenecer a la familia espiritual que llamamos la Iglesia. Es la fuente de nuestras oraciones y de nuestro culto divino, de nuestras enseñanzas y de todo lo que conocemos como nuestra tradición y cultura católicas.

Estamos viviendo un tiempo en el que se está rechazando la historia católica y la historia judeocristiana más amplia que estableció las bases de la civilización occidental. Son muchas las razones de esto, pero podemos ver sus consecuencias en la crisis de falta de significado de la vida, que se está extendiendo a través de toda la sociedad.

Esto es también un desafío para nosotros como católicos, ya que nos dificulta el poder hablar de nuestra historia y vivir de acuerdo con nuestras creencias.

Por eso creo que es importante que ahora que empezamos el nuevo año, recordemos nuestra historia católica y reflexionemos sobre ella, para ser renovados con su verdad y sus promesas.

La historia que hemos heredado es una historia de amor maravillosa y personal.

Dios no desea nada “de nosotros” más que nuestro amor. Él creó a cada uno de nosotros para el bien personal de cada uno, simplemente porque nos ama; es como si no pudiera imaginar el mundo sin nosotros.

Dios no quiere controlarnos ni “tratarnos con prepotencia”. Él sencillamente quiere vivir con nosotros y ser nuestro amigo.

La promesa que Dios nos hace es ésta: si nosotros aceptamos y creemos en su amor, si amamos a Dios como Él nos ama a nosotros y si amamos a los demás como Él los ama, podemos entonces llegar a ser como Él. Y si seguimos su camino de amor, Él nos promete que podremos conocer esa alegría que Jesús llamó tener vida en abundancia.

En este año que comienza, pidamos la gracia de profundizar en la fe que tenemos en la solidez de nuestra historia católica, en la verdad de Jesucristo y en su amor por nosotros.

Y podemos revitalizar de una manera práctica esta historia en nosotros mismos a través de una devoción cada vez más profunda a la Eucaristía.

En cada celebración de la Eucaristía, nosotros oramos con las oraciones de nuestros antepasados, escuchamos sus historias, tomadas de las Escrituras y escuchamos las palabras de Jesús. Cada plegaria eucarística vuelve a narrarnos la historia de su sacrificio de amor, el cual ahí se nos comunica.

Así que, este año, propongámonos nuevamente hacer de la celebración de la santa Misa y del encuentro con el Dios vivo que tenemos en el pan y en el vino, el centro de nuestra vida.

Oren por mí y yo oraré por ustedes.

Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que ella nos ayude a transmitir a los demás —muy especialmente a nuestros jóvenes— la historia de su Hijo con una nueva alegría, confianza y valentía.