El 7 de septiembre, el Arzobispo Gómez celebró la Misa anual “Una Madre y Muchos Pueblos” en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. A continuación, es una adaptación de su homilía.
Hoy nos alegramos como familia de Dios, como una Iglesia, constituida por muchos pueblos, que tienen una sola Madre, que es la Madre de Dios, la Madre de Jesús y Madre de todos los que creemos en el santo nombre de Él.
En este día recordamos también cómo esta gran ciudad de Los Ángeles fue fundada y nombrada en honor de nuestra madre, llegándose a llamar la Ciudad de Nuestra Señora de los Ángeles.
Así que hoy alabamos al Señor por sus muchas bendiciones y le damos gracias por el testimonio de San Junípero Serra y de los misioneros franciscanos que trajeron a Jesucristo y su Evangelio a este Nuevo Mundo.
Fue un grupo valiente y fiel de colonizadores, misioneros y nativos el que avanzó en procesión desde la Misión de San Gabriel hasta lo que es ahora la primera Iglesia de La Placita, con el fin de fundar esta ciudad el 4 de septiembre de 1781, es decir, esta semana, hace 234 años.
Las primeras familias de Los Ángeles estaban integradas por nativos americanos, africanos, europeos y asiáticos provenientes de las islas del Pacífico.
Esa maravillosa diversidad de aquellas familias fundadoras se encuentra reflejada en las familias que están reunidas aquí en este día.
La familia de Dios en Los Ángeles está formada por un encuentro de culturas y pueblos, que hace una realidad la promesa de la Iglesia primitiva de Jerusalén, a la Iglesia de Pentecostés, que tuvo lugar cuando el Espíritu Santo descendió sobre hombres y mujeres provenientes de todos los rincones de la tierra.
Ése es el significado de la palabra “católico”; significa universal, internacional; y esto hace alusión a una familia constituida por todas las razas, lenguas, tribus y pueblos provenientes de los todos los rincones de la tierra. En esto consiste el sueño que Dios tiene para su pueblo. Nosotros somos el sueño de Dios para la humanidad.
En Los Ángeles y en todo este gran país, tenemos que renovar hoy nuestro compromiso con este maravilloso sueño de Dios, tenemos que defender y rendir homenaje a esta imponente diversidad de pueblos que consideran esta tierra como su hogar.
Cada uno de nosotros es hermano o hermana de todos los demás. Somos una sola familia, en la que todos estamos unidos. Estamos integrados por muchos pueblos y tenemos una Madre común.
¡Tenemos como Madre a la Reina del Cielo y nuestro Padre es Dios Todopoderoso, el Creador del cielo y de la tierra! ¡Nuestro Hermano y Salvador es Jesucristo, que gobierna a las naciones desde donde sale el sol hasta su ocaso, ahora y por todos los siglos!
Cuando el ángel le dice a María en el Evangelio de hoy: “No temas”, se está también dirigiendo a ustedes y a mí.
Vivimos en tiempos difíciles e inciertos, pero nada debe asustarnos ni perturbarnos porque somos hijos de María. ¡Somos hijos e hijas del Dios Altísimo!
¡Y Jesús sufrió, murió y resucitó de entre los muertos por cada uno de nosotros! ¡Por ustedes y por mí! ¡Así de grande es el valor que tienen para él! ¡Nunca debemos olvidarlo!
¡Jesús sufrió, murió y resucitó de entre los muertos por cada uno de nosotros! ¡Así de preciosos son para él! ¡Nunca podremos olvidarlo!
Esto es lo que somos, ésta es nuestra verdadera identidad. No importa de dónde provengamos, ¡somos hijos de Dios! Jesús nos ama, y su madre nos ama, con un amor que va más allá de todo lo que nos podamos imaginar.
María, nuestra Madre, le dijo al Ángel: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”.
Estas son palabras de fe, palabras de misión, son una promesa hecha a Dios.
María no sabía con exactitud lo que implicaría su promesa. Lo único que sabía era que ella quería hacer la voluntad de Dios, que quería seguir el plan de él para su vida, no el suyo propio. Que no se haga mi voluntad sino la tuya.
María es nuestra madre celestial y, como a nuestras madres terrenales, hemos de permitirle que sea nuestra maestra.
Nuestra Madre nos muestra el camino a seguir, la manera de vivir. María nos conduce siempre a su Hijo y a la Palabra de él, a su proyecto para nuestra vida: «Cúmplase en mí lo que me has dicho»
Jesús es, pues, para nosotros el único camino, la única manera de vivir.
Y como le sucedió a María, ninguno de nosotros sabe lo que Dios nos puede llegar a pedir. Pero sí sabemos que, si caminamos con Jesús, no tenemos nada que temer. ¡Nada será imposible para nosotros porque todo lo podemos con la fuerza que Él nos da!
¡Pidámosle, pues, a nuestra Madre que ella nos mantenga siempre cerca de Jesús!
¡Y pidámosle también que nos ayude a asumir un compromiso cada vez más profundo de amar a nuestros hermanos y hermanas y de hacer que todos los pueblos de la tierra lo conozcan y lo amen a él!