El 25 de julio, víspera de la fiesta de los Santos Joaquín y Ana, celebramos el primer Día Mundial de los Abuelos y Personas Mayores, establecido por el Papa Francisco.
Con esta nueva celebración, nuestro Santo Padre nos ha regalado un hermoso recordatorio de la importancia de la familia y de la vocación esencial que los padres de familia tienen dentro del plan de Dios para la humanidad.
Jesucristo nació de la Virgen María, y fue criado por María y José, su esposo, y formó parte de un amplio círculo familiar que incluía primos, tías, tíos y sus abuelos, San Joaquín y Santa Ana, los padres de María.
De esto aprendemos que Dios les da a los padres el don de los hijos y les confía a ellos la responsabilidad de hacer de sus hogares un lugar en el que los hijos se encuentren con Dios y aprendan a orar y a vivir de acuerdo al camino de él.
Transmitir la fe es uno de los desafíos más importantes que enfrentamos en la Iglesia de hoy, ya que nos damos cuenta de que una mayor cantidad de jóvenes se está alejando de la Iglesia después de la confirmación y parece que hay menos jóvenes que estén volviendo a la Iglesia para casarse y bautizar a sus hijos.
Éste es uno de los motivos por los que estoy leyendo un excelente nuevo libro de Christian Smith y Amy Adamczyk, “Handing Down the Faith: How Parents Pass Their Religion on to the Next Generation” (“Transmitiendo la fe: cómo los padres transmiten su religión a la siguiente generación”) (Oxford University Press, $29.95).
Durante los últimos 20 años Smith, un sociólogo de la Universidad de Notre Dame, ha estado estudiando, la vida religiosa y espiritual de los jóvenes estadounidenses, o “adultos emergentes”, como a él le gusta llamarlos.
Su investigación confirma la fuerte influencia que tienen sobre ellos el secularismo, el individualismo, el consumismo y el relativismo, y la manera en la que nuestra forma de vida merma la identidad religiosa de los jóvenes y su capacidad para emitir juicios morales.
Smith concluye que, independientemente de la fe en la que se hayan criado, los jóvenes de hoy no tienden a pensar en términos de creencias antiguas o de verdades inmutables. En lugar de ello, consideran a Dios como un creador bondadoso que no juzga, sino que solo quiere que la gente sea feliz y se sienta bien consigo misma; su “Dios” solo pide que no seamos malos con las demás personas.
Los hallazgos de Smith son aleccionadores y confirman los patrones que vemos en nuestras escuelas, parroquias y ministerios.
Pero, aunque reconozco que los jóvenes enfrentan profundos desafíos en esta cultura, percibo una imagen mucho más esperanzadora cuando echo una mirada en torno a la Arquidiócesis de Los Ángeles.
Este sábado 7 de agosto celebraremos nuestra sexta conferencia anual de adolescentes “Ciudad de los santos”.
“Ciudad de los Santos” me parece inspiradora, porque siempre conozco ahí a jóvenes que están haciendo cosas maravillosas y que creen que Jesucristo es el Señor y el camino y la verdad para nuestras vidas.
Su amor por Jesús es un testimonio, no solo de la fe de sus padres, sino también de la dedicación de párrocos, catequistas y maestros que están realizando el vital trabajo de la formación religiosa en nuestras parroquias y en nuestras escuelas.
Aun así, no hay duda de que todos nosotros, los que formamos parte de la Iglesia debemos seguir trabajando arduamente para apoyar a los padres en su vocación esencial de transmitir nuestra fe católica a la siguiente generación.
Ésta es una de las razones por las que el Papa Francisco ha declarado este año como el “Año de la Familia”. Él nos está animando a todos los que formamos parte de la Iglesia a que reflexionemos nuevamente sobre la belleza de la familia, sobre eso que él llama “el amor generado por... el trabajo silencioso de la vida de la pareja, por ese compromiso diario y a veces fatigoso que es llevado a cabo por los esposos, por las madres, los padres y los hijos”.
Smith argumenta de manera convincente que los padres son la mayor influencia en la formación de la identidad, creencias y prácticas religiosas de sus hijos, una influencia mucho más importante que la de sus compañeros, maestros, grupos de jóvenes o incluso de la educación religiosa que reciben.
Según lo que él ha descubierto, los padres que tienen “éxito” son hombres y mujeres de oración que creen firmemente en su vocación de ser los primeros maestros en la fe de sus hijos. Para estos padres, hacer de la iglesia una prioridad y responsabilizarse de las prácticas religiosas y de los valores morales son simplemente hábitos normales de personas sanas.
Con base en los hallazgos de Smith, deberíamos compartir nuestra fe de manera natural, con calidez, alegría y confianza, escuchando siempre y abordando con honestidad las preguntas de nuestros jóvenes. Deberíamos de tratar de ayudarlos en todo a percibir que la perspectiva de la Iglesia para sus vidas es verdadera y que el seguir este camino los llevará a ser felices en esta vida y a la alegría en la eternidad.
Y como Smith lo señala, los niños aprenden por el ejemplo; con el testimonio más que con las palabras. Eso implica que nosotros tenemos que practicar lo que predicamos, no solo en nuestros hogares, sino en todas las áreas de la Iglesia. Todos nosotros, los que tenemos la responsabilidad de los jóvenes, debemos vivir lo que Cristo enseña y lo que la Iglesia cree.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes.
Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que vele por nuestros jóvenes y que los ayude a conservar la fe, a vivirla y a compartirla con alegría.