El 5 de abril, el Arzobispo Gomez condujo a más de 6000 católicos en la "Peregrinación de la Esperanza", en una procesión de siete millas que fue acompañada por las reliquias de casi dos docenas de santos de la Iglesia, partiendo de la Iglesia de Todos los Santos en la Alhambra y avanzando hasta llegar a la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, en donde él celebró la Santa Misa. Lo que sigue es una adaptación de su homilía:
Hoy tuvo lugar una magnífica celebración de la esperanza de la Iglesia, de la esperanza de toda la familia de Dios aquí, en Los Ángeles.
Como ustedes saben, hemos ido caminando acompañados por los santos, que están presentes entre nosotros por medio de sus reliquias, y están ahora frente a nosotros en este altar.
Es impresionante pensar en todos esos santos que hay en medio de nosotros, que formaron parte de la historia; desde los santos apóstoles que acompañaron al Señor, hasta San Junípero Serra, el santo misionero que cimentó la fe aquí en Los Ángeles.
Contamos también con la presencia de los santos más recientes de la Iglesia: el joven millennial Carlo Acutis, que será canonizado después de Pascua, y Pierre Frassati, cuya canonización será en agosto.
Hermanos y hermanas, en estos santos que nos han acompañado hoy en nuestro recorrido podemos apreciar ese llamado universal a la santidad que prevalece desde los inicios de la Iglesia y que perdura hasta nuestros días.
Y creo que es importante recordar que nosotros estamos llamados a esa misma santidad, a esa misma virtud heroica, a esa misma misión, pues nuestra vocación y nuestro destino es unirnos a ellos. Fuimos creados para ser santos y para vivir eternamente con Dios en ese amor que no tiene fin.
Ésta es nuestra esperanza como católicos.
En el Evangelio que acabamos de escuchar, vemos que la gente se siente cautivada por las enseñanzas de Jesús. Algunos dicen que Él es un profeta; otros, dicen que es el Mesías. “Nadie ha hablado nunca como ese hombre”, decían.
Nadie ha hablado nunca como Jesús, porque Él es el Dios vivo que ha venido a mostrarnos su rostro y a abrir su corazón para nosotros.
Cuando Jesús se encarna, nos hace ver lo que implica ser humano, lo que conlleva ser una persona humana. Nos permite darnos cuenta de lo que somos, del motivo por el cual fuimos creados y de la razón por la que estamos aquí.
La maravillosa realidad que nos revela Jesús es la de que Dios conoce nuestro nombre, que nos ha amado desde siempre y que nos seguirá amando hasta el fin. Por eso Jesús entregó su vida por nosotros en la cruz: porque nos ama más de lo que jamás pudiéramos imaginar.
¡Y Jesús salva nuestra vida por un buen motivo!
Él tiene una tarea pensada para cada uno de nosotros, para ustedes y para mí. Él quiere que cada uno de nosotros forme parte de su maravilloso proyecto de redención.
Un santo mencionó: “Fui creado para realizar algo específico o para llegar a ser algo para lo que ningún otro ha sido creado. Tengo una misión personal, que quizá nunca llegue a conocer en esta vida, pero que se me revelará en la vida futura”.
Esto es una verdad que se aplica a todos los miembros de la Iglesia; Jesús tiene planeada una misión para cada uno de nosotros.
En este Año Jubilar, es importante que reflexionemos sobre el modo en que Jesús nos está llamando a ser instrumentos suyos, ¡a ser héroes de la esperanza! Y esto, tanto en nuestras parroquias y escuelas, como en nuestras comunidades y hogares; todos estamos llamados a ser misioneros de la esperanza.
Y de ese modo es como vamos a realizar algo significativo, tanto en nuestras familias como en nuestra sociedad.
Así pues, Jesús nos envía al mundo para compartir esa esperanza que tenemos puesta en Él.
Nos llama también a mostrarle al mundo cómo se vive la esperanza, de manera práctica.
Es imprescindible que apoyemos a nuestro prójimo que se encuentra en necesidad: que le demos de comer a quien tiene hambre y que acojamos al extranjero. Es necesario que promovamos la paz y que alentemos a nuestras familias y comunidades. Necesitamos amar en todo a los demás, para que así ellos sepan que Dios los ama.
Eso es lo que quería compartir con ustedes en este día: que este llamado a la esperanza es algo personal, dirigido a cada uno de nosotros, ¡y ésta es una misión maravillosa!
Pidámosle, pues, hoy a María, nuestra Santísima Madre, que ella interceda por nosotros para que podamos ser héroes de la esperanza. Y hagamos ahora nuevamente el propósito de llegar a ser esos santos que Dios pretendió que fuéramos cuando nos creó.
Pidámosle a nuestra Santísima Madre, la Reina de los Ángeles y Estrella de la Esperanza, que nos guíe siempre a lo largo del camino que recorremos en pos su Hijo.