Ahora que el año 2020 está llegando a su fin, sabemos que, lamentablemente, las pruebas y los desafíos causados por la pandemia de coronavirus no están finalizando.

Para mí, y sé que para muchos de ustedes también, este largo año nos ha puesto cara a cara con hechos básicos: que la vida es frágil e incierta, que hay fuerzas que van más allá de nuestro control y que pueden interrumpir repentinamente nuestros planes y esperanzas, que la enfermedad y la muerte pueden llegar a nuestras vidas en cualquier momento.

Sin embargo, a la luz de la fe, este encuentro con nuestra debilidad se ha vuelto una oportunidad para que profundicemos en la conciencia de nuestra dependencia de Dios. Durante esta pandemia, recordamos la promesa de misericordia y eternidad que tenemos en Jesucristo, cuyo amor es más fuerte que la muerte.

Este desafiante año nos llama de nuevo recordar la verdad de que lo que importa es buscar la voluntad de Dios para nuestra vida, seguir sus mandamientos y fijar los deseos de nuestro corazón en el cielo al ir cumpliendo con nuestro deber de amar aquí en la tierra.

Entonces, este año nos acercamos a la Navidad con una renovada esperanza.

La Navidad es la fiesta del Dios vivo que viene a estar con nosotros. En su humildad y en su amor, Él asume nuestra carne humana, en toda su vulnerabilidad y debilidad.

Los santos nos recuerdan que Cristo nació para morir por nosotros, para librarnos de la muerte para siempre. El pesebre de Navidad da inicio a un camino que conduce a la cruz del Viernes Santo. Toda su vida, desde su encarnación hasta su resurrección, está unida al misterio único del amor personal de Dios por cada uno de nosotros.

Necesitamos recordar eso, especialmente en este año en el que hemos visto tantas pérdidas y tanto dolor. La venida de Jesús significa que la muerte ya no es una barrera, sino una puerta que se abre al reino de los cielos.

El Papa Francisco ha declarado que este próximo año, desde el 8 de diciembre de 2020 hasta el 8 de diciembre de 2021, será el “Año de San José”. Éste es un significativo gesto de parte de nuestro Santo Padre y yo los animo a todos a que lean su nueva y hermosa carta, “Patris Corde” (“Con corazón de un padre”).

Por muchos motivos podemos considerar a San José como “la persona de 2020”. Él puede enseñarnos la manera de vivir con valentía y confianza en Cristo en este año en el que nuestra fe y nuestra esperanza han sido verdaderamente probadas.

Como lo escuchamos en los Evangelios, la vida de José es una serie de expectativas frustradas, de planes y prioridades que se vio obligado a abandonar.

Él se encuentra con que su esposa está embarazada de un hijo que no es suyo. Se ve obligado, por un decreto del gobierno, a realizar un viaje largo y difícil en los últimos días del embarazo de ella. La noche en la que María está ya lista para dar a luz, no pueden encontrar ningún lugar para alojarse y el bebé nace en un lugar en el que se guardan los animales.

Después de eso, un rey tirano desata una persecución y José se ve obligado a llevar a su familia al exilio y a iniciar una nueva vida como refugiados, en una tierra extranjera.

José conoció el miedo, la ansiedad y el peligro. Soportó sus sufrimientos sin quejarse, sin ceder a la tristeza ni al desánimo.

Él oró y escuchó la voz de Dios y se dejó guiar por los ángeles.

Como María, él quería en todas las circunstancias conocer y hacer la voluntad de Dios.

José permanece en silencio en los Evangelios, ni una sola palabra de él ha llegado hasta nosotros. Tan solo escuchamos sus hechos: “José... hizo lo que el ángel del Señor le había mandado”.

Con su testimonio, él nos enseña a aceptar las realidades difíciles de nuestra propia vida con la obediencia de la fe y confiando en que, en todas las cosas, Dios está actuando para bien de quienes lo aman.

José y María no eran privilegiados ni poderosos. Y nosotros tampoco lo somos. Sin embargo, cada uno de nosotros está aquí porque Dios lo quiere.

Él nos llama, a cada uno de nosotros, a poner nuestra vida al servicio de su plan de salvación. Y nosotros hacemos eso, tal y como lo hicieron José y María, al poner a Jesucristo en el centro de nuestra vida y de nuestra familia.

Como José y María, nosotros servimos a Dios cuando cumplimos fielmente con las exigencias y deberes del amor al desempeñar nuestros papeles de hijos y de padres de familia, de hermanos y de hermanas, de amigos y vecinos, de compañeros de trabajo.

Existe una antigua oración a José que incluye esta hermosa línea que hace memoria del silencio de la Navidad: “Nunca me canso de contemplarlos a ti y a Jesús, dormido entre tus brazos. No me atrevo a acercarme mientras él descansa cerca de tu corazón”.

Éste era el secreto de José. Él mantuvo a Jesús siempre cerca de su corazón. Hagamos nosotros lo mismo.

Ahora que este largo año de plaga se extiende hasta el nuevo, oren por mí y yo oraré por ustedes.

Pidámosle a María y a José que ellos nos ayuden a recordar que, con Dios, todo es posible. Él siempre nos fortalecerá si nos mantenemos fieles, si permanecemos cerca de Él. VN