El 5 de junio, ordenaré a ocho hombres excelentes para que sean nuevos sacerdotes para la familia de Dios en la Arquidiócesis de Los Ángeles.
Esta es la segunda generación de sacerdotes ordenados durante la pandemia. Estos nuevos sacerdotes serán también llamados a desempeñarse como misioneros para una generación que ha visto interrumpidas sus certezas y seguridades por una epidemia mortal.
Creo que la historia mirará hacia atrás y verá que la pandemia no tuvo tanto el efecto de transformar las cosas como el de acelerar las tendencias y direcciones que ya estaban funcionando en la Iglesia y en la sociedad. Los cambios que podrían haber tardado décadas en realizarse avanzarán más rápidamente a raíz de esta enfermedad.
Antes de la pandemia, veíamos cambios demográficos y de otro tipo en la Iglesia, lo cual daba como resultado que menos personas asistieran a Misa y se casaran por la Iglesia, que hubiera menos bautismos y menos jóvenes que recibieran la primera Comunión y la confirmación.
Al menos durante algunos años, la pandemia probablemente intensificará estas tendencias, así como también otros desafíos planteados por la postura de la Iglesia dentro de una sociedad agresivamente secular. Eso incluye el fenómeno de aquellos “que no se identifican con ninguna religión”, es decir, ese creciente número de jóvenes que optan por no afiliarse a la Iglesia ni a ninguna religión organizada.
La Iglesia tendrá también que hacer frente a la marcada disminución del número de niños que nacen. Esta tendencia también se ha visto acelerada por la pandemia y algunos investigadores hablan ahora de un “declive Covid de bebés”.
Durante los próximos años los desafíos que enfrentamos nos obligarán a reflexionar profundamente acerca de nuestras parroquias y escuelas, acerca de nuestras estructuras y finanzas diocesanas y acerca de la estructura de nuestra misión.
Pero cuando miro hacia el futuro, solo veo motivos de esperanza.
Una hermosa tendencia que era visible en la Iglesia antes de la pandemia es lo que yo llamo el “giro misionero” entre los católicos: esa creciente concientización de que cada uno de los que formamos parte de la Iglesia está bautizado y llamado a ser santo y discípulo misionero de Nuestro Señor Jesucristo.
Las vocaciones de nuestros nuevos sacerdotes brotan de este nuevo despertar misionero de la Iglesia. Nuestros nuevos sacerdotes son hombres formados para la misión; cada uno de ellos ha escuchado y respondido al llamado personal de Cristo de amar a Jesús y proclamar su Evangelio con su vida.
Jesucristo sigue siendo la única respuesta, el significado de nuestra vida y Aquel para el cual vivimos. El amor a Dios y la obediencia a él serán siempre el único camino de la Iglesia y el único sendero de nuestra vida.
Nuestros nuevos sacerdotes lo saben. Ellos están comprometidos con una profunda evangelización de nuestra cultura, que comienza con una nueva llamada a los bautizados para que intensifiquen su devoción y sus compromisos de fe.
La evangelización en estos años posteriores a la pandemia debe empezar de nuevo en nuestros hogares y parroquias. Nuestros nuevos sacerdotes saben que nuestra primera tarea es fortalecer a los fieles y llamarlos de vuelta a la Iglesia. Necesitamos establecer en todas partes, pequeños “ecosistemas de fe”, nuevos entornos en los que la fe pueda ser acogida, vivida, cuidada, alimentada y transmitida.
Si tenemos ojos para ver, podemos ver que esto ya se está iniciando, de manera silenciosa, entre innumerables católicos comunes y corrientes, que se están esforzando por ser santos de la vida cotidiana y que están dando testimonio de Dios entre sus amistades, familias y en sus compromisos dentro la sociedad.
La tarea de la Iglesia es buscar maneras de apoyar estos hermosos movimientos del Espíritu que ya se están manifestando. Tenemos que ayudar a las familias jóvenes que están tratando de criar a sus hijos para que conozcan especialmente a Jesús. Hemos de proclamarle la fe a nuestros jóvenes como un modo de vida, y hemos de ayudar a que todos conozcan y vivan su fe con celo y alegría.
Necesitaremos una nueva espiritualidad para esta era post pandémica. Podemos ver que esto, también, ya está empezando. Lo vemos en la nueva sed de santidad que hay entre nuestro pueblo, en su hambre de conocer la palabra de Dios y en su deseo, cada vez más profundo, de la Eucaristía como la presencia del Dios vivo entre nosotros y como el pan del cual hemos de vivir.
Del desastre del coronavirus, que expuso la fragilidad de la vida y la cercanía de la muerte, vendrá un nuevo despertar de la fe entre nuestro pueblo católico y un renacimiento religioso de nuestra sociedad. Estoy convencido de esto.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes. Y oremos por nuestros nuevos sacerdotes, que son los misioneros llamados a preparar el camino para un nuevo despertar de la fe en nuestros corazones y en nuestra sociedad.
Y pidámosle a María, Madre de la Iglesia, que nos dé muchas más vocaciones al sacerdocio y que nos inspire un nuevo deseo de amar a Dios y de vivir sólo para él.