Éste ha sido un verano difícil debido a la implementación de las iniciativas federales dirigidas a nuestras comunidades inmigrantes.
Aunque las iniciativas más extremas han sido suspendidas temporalmente por una orden judicial, todavía prevalece un clima de miedo e incertidumbre en nuestras parroquias y en nuestros vecindarios.
El 23 de julio, anunciamos un nuevo programa arquidiocesano destinado a apoyar a nuestros vecinos inmigrantes que están atravesando dificultades económicas.
Lo anunciamos en una conferencia de prensa que se llevó a cabo en la iglesia de San Patricio, cerca del centro de Los Ángeles.
La iglesia de San Patricio fue fundada a principios del siglo pasado con el fin de atender a las familias que venían de Alemania y de Irlanda. Y actualmente es el hogar espiritual de familias que provienen principalmente de México y de otros países de Latinoamérica.
Así que la historia de esta pequeña iglesia refleja, en muchos sentidos, lo que ha sido la historia de Los Ángeles, es decir: una ciudad de inmigrantes desde su comienzo.
Fueron misioneros católicos quienes fundaron la ciudad de Los Ángeles en 1781, y entre las primeras familias de Los Ángeles había americanos nativos, africanos, europeos y asiáticos provenientes de las islas del Pacífico.
En los 250 años que han transcurrido desde entonces, Los Ángeles ha sido siempre una ciudad acogedora, que abre generosamente sus puertas tanto a migrantes como a refugiados provenientes de todo el mundo. Esta diversidad de culturas, tradiciones, experiencias e idiomas es lo que le confiere a esta ciudad su carácter único y su energía creativa.
Las iglesias católicas, como la de San Patricio, son el corazón vivo, la sede de la hospitalidad de la ciudad para los angelinos recién llegados.
Nuestras iglesias apoyan a los inmigrantes de muchas maneras. Hacemos todo lo posible por brindarles la ayuda que necesitan para establecer un nuevo hogar para sus familias y para contribuir con sus habilidades y talentos al desarrollo de esta maravillosa nación.
Esta historia es importante porque las redadas de inmigración que el gobierno federal ha estado realizando durante este verano están poniendo a prueba la identidad histórica de nuestra ciudad y la misión religiosa de la Iglesia.
Muchos de los que están siendo atacados son amigos y familiares nuestros, son nuestros vecinos y nuestros feligreses.
Son hombres y mujeres buenos y trabajadores, personas de fe, que, por mucho tiempo, han estado viviendo en este país y que están haciendo contribuciones importantes a nuestra economía. Y ahora tienen miedo de salir a trabajar o de ser vistos en público por temor a ser arrestados y deportados.
Ya lo he dicho antes: esta situación no es digna de una nación tan eminente como ésta.
Hemos estado trabajando con la alcaldesa Karen Bass y con los funcionarios municipales para tratar de encontrar una solución práctica y pacífica a esta situación ante las autoridades federales. Y estamos exhortando a nuestros funcionarios electos en Washington a que reparen este sistema de inmigración deficiente que hay en nuestro país. Continuaremos esforzándonos para lograr esto.
Pero necesitamos también ayudar a nuestros hermanos y hermanas en estos momentos difíciles que están atravesando.
Así que, con el apoyo de algunos miembros generosos de nuestra comunidad católica, hemos creado nuestro nuevo Programa de Asistencia Familiar.
Este programa tiene como objetivo el apoyar los múltiples ministerios de apoyo activo a los necesitados que ya existen en nuestras parroquias y que les ofrecen a las familias necesitadas comidas preparadas, despensas y otros artículos esenciales.
Si usted o alguien que conoce necesita ayuda, lo animo a que se ponga en contacto con la parroquia de su localidad y a que pregunte por este programa. Invito también a aquellos que lo puedan hacer, a que contribuyan con este programa, lo cual es una hermosa prueba de nuestra solidaridad como esa única familia de Dios que somos.
Pero debo destacar nuevamente el hecho de que lo que definitivamente necesitamos en estos momentos es una reforma migratoria a nivel federal.
El Congreso y la Casa Blanca deben trabajar juntos, llegar a acuerdos y perfeccionar este sistema deficiente, que está causando tanto dolor y sufrimiento a la gente común.
Existen varias propuestas alentadoras para esto, tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. Estas propuestas podrían servir como un comienzo para ese nuevo diálogo acerca de la inmigración que necesitamos en nuestro país.
Como he dicho anteriormente, considero que la reforma migratoria debe iniciar haciendo distinciones básicas entre quienes se encuentran en este país sin la debida autorización.
En Los Ángeles y en todo el país, muchos de nuestros hermanos y hermanas indocumentados han estado viviendo aquí por una década o más, y están trabajando arduamente para criar a sus familias. Justo como lo hicieron las generaciones de inmigrantes anteriores, ellos se están sacrificando para que sus hijos puedan tener una vida mejor.
Hay muchos otros que fueron traídos a este país cuando eran bebés o niños y, a causa de que sus padres son indocumentados, se les niega el acceso a las oportunidades que les permitirían de llevar una vida normal.
Cualquier reforma justa de nuestro sistema de inmigración debe encontrar la manera de normalizar e, idealmente, de legalizar la situación de estas categorías de inmigrantes. Debería dárseles la oportunidad de convertirse en miembros activos de nuestra sociedad.
Oren por mí y yo oraré por ustedes.
Y pidámosle a María, nuestra Santísima Madre que nos dé corazones generosos y valientes para mantenernos unidos con nuestros hermanos y hermanas inmigrantes y para renovar a la ciudad de Los Ángeles, de manera que vuelva a ser una ciudad acogedora.