Este año, la Cuaresma llega pronto. De hecho, el Miércoles de Ceniza cae el día 14 de febrero y ese día da inicio la Cuaresma.
La Iglesia nos ofrece cada año este tiempo de gracia como un momento privilegiado para concentrarnos en nuestra vida espiritual y para trabajar seriamente en realizar progresos en nuestra continua conversión a Cristo.
Un santo dijo: “Estoy decidido a que no pase este tiempo de Cuaresma como pasa el agua sobre las piedras, sin dejar rastro. Me dejaré empapar, transformar; me convertiré, me dirigiré de nuevo al Señor, queriéndole como Él desea ser querido”.
Una actitud como ésta es la que necesitamos ahora que vamos a entrar en esta temporada santa.
¡No perdamos esta hermosa oportunidad que se nos da para crecer en nuestra relación con Jesús, de mejorar, de trabajar en asemejarnos siempre más a la imagen de Jesús!
Éste es el objetivo de nuestra vida: nosotros estamos aquí para ser cambiados, para ser transformados, para ser convertidos.
Nosotros estamos aquí para asemejarnos cada día más a Jesús, tanto en la manera de pensar y de actuar, como en el modo en que tratamos a los demás y en las prioridades que fijamos para nuestras vidas.
Para esto entregó Jesús su vida por nosotros en la cruz, para que pudiéramos ser libres. Libres de seguirlo y de vivir como Él quiere que vivamos, según las enseñanzas y el ejemplo que Él nos dio.
Somos conscientes de que no hemos llegado aún a ese punto y de que nuestros corazones están todavía divididos. Queremos hacer el bien, queremos ser buenos, pero sin embargo nos damos cuenta de que somos arrastrados en la dirección opuesta.
La Cuaresma nos ofrece, entonces, una nueva oportunidad de tomar más en serio nuestra conversión personal a Cristo y de convertirnos en las personas que Dios quiere que seamos.
Nuestra vida cristiana es un trabajo diario de esforzarnos por lograr el dominio de nosotros mismos, por superar nuestras naturales inclinaciones al egoísmo y al amor propio, y por dirigir nuestro amor completamente a Dios y a nuestro prójimo.
Las prácticas tradicionales de la Cuaresma (ayuno, oración, penitencia y limosna) tienen como objetivo fortalecernos en nuestra identidad de hijos de Dios y de seguidores de Jesús.
Deberíamos considerar estas prácticas como los “pilares” de nuestra vida diaria de católicos.
Como católicos que somos, deberíamos orar y hacer sacrificios y pequeñas ofrendas a Dios todos los días; y deberíamos vivir con generosidad, compasión y misericordia hacia los demás.
La Cuaresma también nos da una conciencia más profunda de que vamos caminando con Jesús. Él es el que nos coloca en este camino. Él es el que nos llama a cada uno por nuestro nombre para que lo sigamos y seamos santos como Él es santo.
Durante la Cuaresma somos más conscientes de que estamos siguiendo a Jesús por su camino hacia la cruz, de que vamos cargando con Él nuestras propias cruces.
San Agustín hizo el conocido comentario de que, si pensamos que ya hemos hecho lo suficiente, estamos perdidos. “Repara tus fuerzas, ve más lejos, sigue adelante”, dijo. “No te quedes en el camino, no te vuelvas atrás, no salgas de él”.
De esto se trata la Cuaresma, de permanecer en el sendero, en el camino de la cruz. ¿Cómo creceremos en santidad durante estos 40 días, qué medidas prácticas tomaremos para ello?
Éstas son buenas preguntas que nos podemos plantear al entrar en esta temporada santa.
Además de los pilares de la oración, el ayuno y la limosna, ustedes tal vez puedan intentar asistir a Misa con más frecuencia durante la semana o dedicar más tiempo a orar y meditar en presencia del Santísimo Sacramento.
Tal vez puedan dedicar más tiempo cada día a leer, en oración, un pasaje de los Evangelios. Y deberíamos, por supuesto, hacer por lo menos una buena confesión durante esta temporada.
Como decía Agustín, la cuestión es seguir avanzando.
San Pablo solía hablar de perseverar en nuestra respuesta a ese llamado más elevado que nos hace el Señor a avanzar hacia la santidad, o según su expresión, “Vivo, pero ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”.
Esta es la gloriosa promesa que Jesús nos hace a cada uno de nosotros, así que, ¡avancemos hacia esa meta durante esta Cuaresma!
Como lo digo con frecuencia, ser católico, ser seguidor de Jesús, es una obra de toda una vida que consiste siempre en volver a empezar una y otra vez.
¡Empecemos, pues, nuevamente, y no dejemos que la Cuaresma pase sin dejar rastros! Convirtámonos, volviendo de nuevo al Señor para amarlo como Él quiere que lo amemos.
Oren por mí y yo oraré por ustedes.
Pidámosle a nuestra Santísima Madre María que ella nos ayude a todos a tener una santa Cuaresma y a progresar en el camino, profundizando en nuestra conversión a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.