Lo que sigue fue adaptado a partir de la homilía del Arzobispo Gomez para la Misa anual de Réquiem por los no nacidos, celebrada en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles, el 18 de enero.
Este año nos reunimos, una vez más, para recordar y llevar duelo por las vidas que se han perdido. Ofrecemos la Eucaristía de esta noche por todas esas pequeñas almas que fueron matadas antes de haber podido nacer.
Oramos esta noche por sus madres y sus padres, por todos aquellos que conocen el dolor del aborto y están atrapados en esta tragedia.
Cada vez que un niño muere en el seno materno, algo de nuestra humanidad muere también. Y durante estas largas décadas de aborto legalizado, todos sabemos que nos hemos quedado cortos en lo que se espera de nosotros.
El aborto es ciertamente una atrocidad y debería ser abolido pues no tiene cabida dentro de una sociedad civilizada. Pero todos nosotros tenemos que admitir que no hemos hecho lo suficiente para construir esa sociedad justa, esa comunidad amada, en la que nunca se llegara a pensar en el aborto.
Esta noche estamos, pues, orando con dolor y arrepentimiento. Estamos pidiendo la gracia y el valor para enfrentar esta injusticia y para comprometernos en el arduo trabajo de edificar una sociedad que sea digna de la persona humana.
En estas lecturas que acabamos de escuchar esta noche, Dios nos habla del gran misterio, de la santidad, de la dignidad, de la belleza de la persona humana. El profeta Isaías dice: “El Señor me llamó desde el vientre de mi madre; cuando aún estaba yo en el seno materno... te voy a convertir en luz de las naciones, para que mi salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra”.
Estas palabras dirigen nuestra mirada hacia Jesucristo, hacia la palabra de Dios que se humilla para convertirse en nuestro servidor, tomando carne humana en el seno de la Virgen María. Nosotros servimos a un Dios que se revela a nosotros como un pequeño bebé, como un Dios que quiso venir a nosotros de una madre humana para nacer en una familia humana.
Esto nos revela algo profundo, algo insondable acerca de la naturaleza de Dios. Pero también nos habla de algo maravilloso y hermoso acerca de nosotros mismos, de nuestra vida y de nuestra humanidad.
¡La vida humana es algo precioso para el Creador! Su amor por nosotros es interminable y empieza mucho antes de nuestro nacimiento. Nuestro Dios es un Padre que moldea a cada alma en el seno de cada madre.
¡Cada uno de nosotros somos una idea de Dios! Y oculta en el propósito de Dios para cada persona, se encuentra la chispa de lo divino. La persona humana es la gloria de Dios, porque hay un rastro de Dios incluso en la persona más pequeña, incluso en el niño que está esperando su nacimiento.
Hemos sabido estas verdades desde hace mucho tiempo, pero tenemos que seguir traduciendo este conocimiento en acción.
La existencia del aborto nos dice que todavía no hemos creado una cultura de la vida, que todavía no tenemos una sociedad o una economía que valore a la persona humana y a la familia como el fundamento esencial de la sociedad.
Muchas familias enfrentan todavía demasiadas dificultades para llegar a fin de mes con sus ingresos y muchas personas no tienen lo que necesitan para llevar una vida digna. Y todos tenemos la responsabilidad de cuidar de nuestros hermanos y hermanas.
Muchos de ustedes están haciendo un trabajo heroico y hermoso para ayudar a las mujeres, para ayudar a las madres y a los niños. Gracias por su compasión, por su amor, por los sacrificios que hacen por esta causa de la vida.
Pero necesitamos hacer más. Tenemos que cambiar esta sociedad, tenemos que cambiar esta cultura. Pidamos por la gracia para comprometernos a seguir trabajando para proteger la vida de los no nacidos y para hacer más por apoyar y fortalecer a la familia.
Jesús nos forma a cada uno de nosotros en el seno materno y en el bautismo nos llama a seguirlo y a ser sus siervos, a ser una luz para nuestra nación, a edificar su reino, llenando este mundo con su santidad y su amor.
Dios nos llama no solo a respetar la vida humana, nos llama también a reverenciar la vida humana. Él quiere que contemplemos y celebremos el misterio, la presencia divina, Su gloria, en el alma de cada persona.
Y necesitamos hacer de la reverencia a la vida, la base de un gran movimiento por los derechos humanos y por la dignidad humana en nuestra sociedad. La manera de hacerlo es a través de nuestro amor, de nuestra compasión, de nuestra oración y de nuestra búsqueda de la santidad en nuestras propias vidas.
Pidamos entonces, esta noche, que Dios nos cubra con su misericordia, que nos dé la fortaleza para seguirlo en la construcción de una cultura en la que cada vida humana sea sagrada, en la cual podamos ver la luz de Él en los ojos de cada niño.
Que la Santísima Virgen María, nuestra madre, interceda por nosotros y por nuestro país y que ella esté con nosotros en este gran movimiento por la vida.