No es algo que haya aparecido en muchos titulares de este país, pero el mes pasado se anunció que el Papa Francisco había aprobado la beatificación del cardenal Stefan Wyszynski.
Wyszynski fue un líder valiente que luchó contra los comunistas y los nazis en Polonia y fue mentor del Papa Juan Pablo II.
Lo recuerdo por un pequeño libro que escribió sobre el significado del trabajo humano. Este libro ejerció una importante influencia sobre el presidente Lech Walesa y sobre el movimiento Solidaridad, de Polonia. También contribuyó a moldear la carta encíclica sobre el trabajo humano, de Juan Pablo II.
El trabajo sigue siendo una cuestión central de nuestro tiempo, es decir, los aspectos de qué es el trabajo, para qué trabajamos y cómo se relaciona nuestro trabajo con nuestra vida.
En nuestra sociedad secularizada de consumidores, tendemos a ver el trabajo solamente como un medio para lograr un fin, como una manera de pagar las cuentas y de llevar a cabo las cosas. Nos inclinamos a considerar nuestro tiempo libre, es decir, el tiempo en que no estamos trabajando, como un “escape”, como el tiempo en el que nos olvidamos de nuestra vida diaria. Este es uno de los motivosde la obsesión que existe en nuestra cultura por el entretenimiento y la diversión.
En un excelente y nuevo libro, “Cómo trabajar bien: el trabajo y el ocio en un mundo fragmentado” (Emmaus Road Publishing, 2019, $ 17), Michael Naughton dice que muchos de nosotros estamos viviendo una “vida dividida”. Pasamos gran parte de nuestra vida en el trabajo y, sin embargo, existe una profunda desconexión entre el trabajo que hacemos y nuestro sentido de quiénes somos y en qué creemos.
“Utilizamos frases tales como ‘equilibrio trabajo/vida’, como si algún tipo de programa planificado pudiera resolver este problema fundamental de la condición humana”, escribe Naughton.
El verdadero problema no es “equilibrar” el trabajo y la vida. El verdadero problema es descubrir el lugar que tiene tu trabajo en el plan de Dios para tu vida. Necesitamos ver nuestro trabajo a través de los ojos de Dios.
Por supuesto, nuestro trabajo es importante de muchas maneras prácticas. Necesitamos trabajar para llevar alimentos a nuestra mesa y para darle lo necesario a nuestras familias. Tenemos que trabajar para tener algo que darles a nuestros hermanos y hermanas necesitados.
Pero Dios quiere que nuestro trabajo sea mucho más que eso.
Por eso Jesús vino al mundo y trabajó con manos humanas. Él se identificó tanto con su trabajo, con su profesión, que cuando empezó a predicar, sus vecinos se sorprendieron. “¿No es éste el hijo del carpintero?”, preguntaban.
En sus enseñanzas, Jesús solía usar, especialmente en sus parábolas, ejemplos, tomados del mundo del trabajo. Él habló acerca de los agricultores que sembraban las semillas y hacían luego la cosecha, sobre los trabajadores y sus salarios, sobre los inquilinos y los propietarios, sobre talentos e inversiones, sobre deudas y pagos de intereses.
Sus primeros seguidores fueron propietarios de pequeños negocios. Pedro y su hermano Andrés eran pescadores comerciales, lo suficientemente exitosos, según dicen los Evangelios, como para poseer varios barcos y emplear a varios hombres.
San Pablo se ganaba la vida como fabricante de tiendas. Y entre los primeros conversos se encontraba Lydia, una mujer de negocios próspera y renombrada.
El punto importante es que el trabajo tiene un significado profundo dentro del plan de Dios para el mundo y para nuestra vida.
Dios nos ha dado a cada uno de nosotros un trabajo qué desempeñar en este mundo. Nuestra vida, como lo digo con frecuencia, es una misión, una aventura. Y nuestro trabajo forma parte de nuestra misión en la vida, de nuestra vocación, del llamado que Dios nos hace.
Servimos a Dios en el lugar en el que estamos, no solo en nuestro hogar y en nuestras relaciones personales, sino también a través del trabajo que hacemos y de la manera en que llevamos a cabo ese trabajo.
A través de nuestro trabajo, estamos llamados a servir a Dios y a nuestro prójimo y a ser “colaboradores” de Dios, continuando el trabajo de Dios en el mundo, participando en su plan de redención y santificando al mundo con su presencia y su amor.
“Todo lo que hagan”, solía decir San Pablo, “háganlo para la gloria de Dios”.
Esta es la actitud que debemos tener hacia nuestro trabajo, incluso hacia las tareas más insignificantes que realicemos.
Por lo que respecta al trabajo, todo depende del objetivo y propósito que tengamos. Podemos tratar el trabajo como una carga, como algo aburrido. O bien, podemos ver nuestro trabajo como la posibilidad de hacer algo hermoso para Dios y como una manera de servir a nuestro prójimo.
“El acto más pequeño puede ser santificado por la intención que lo inspira; es algo que puede traer mérito y redención, si el motivo de hacerlo es el amor a Dios”, escribió una vez Wyszynski. “El valor de los actos humanos proviene de la intención que hay detrás de ellos. El trabajo más bajo puede,a través del amor, elevarse a las alturas de la santidad; en tanto que el trabajo más elevado, cuando se realiza sin amor, lo rebaja y condena uno”.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes.
Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que nos ayude a ver el trabajo que hacemos y todas nuestras actividades diarias, como una expresión de nuestro amor, como una manera de darle gracias a Dios y de alabarlo.