El 12 de enero, el Arzobispo Gomez pronunció el discurso de apertura de la conferencia anual del Centro De Nicola para la Ética y la Cultura, de la Universidad de Notre Dame, sobre el tema “Nos pertenecemos los unos a los otros”. Su discurso completo puede encontrarse en AngelusNews.com.
Un día, la Santa Madre Teresa de Calcuta encontró a una anciana muy enferma, que yacía en las calles de Calcuta.
La mujer estaba cubierta de llagas abiertas y tenía mucho dolor. Muchas de sus heridas estaban infectadas. La Madre Teresa la acogió y empezó a limpiarla.
Todo ese tiempo, esta mujer le gritaba y la maldecía. En un momento dado, la mujer gritó: “¿Por qué estás haciendo esto? La gente no hace cosas como ésta. ¿Quién te enseñó?”
La Madre Teresa respondió sencillamente: “Mi Dios me enseñó”.
Ahora bien, eso hizo que la mujer se calmara un poco. Así que preguntó: “¿Quién es este Dios?”
Y la Madre Teresa respondió, nuevamente, con gran sencillez: “Tú conoces a mi Dios. Mi Dios se llama Amor”.
Esta pequeña historia llega al corazón de nuestras responsabilidades como cristianos porque nos dice dos verdades importantes: quién es Dios y quiénes somos nosotros como seres humanos.
Como cristianos, adoramos a un Dios que se ha revelado a sí mismo como Amor. Y como cristianos, sabemos que los seres humanos están hechos a imagen de este Dios, a imagen del Amor. Somos creados por amor. Y estamos hechos para amar, así como amó Jesús y como aman la Madre Teresa y los santos.
A menos que conozcamos estas verdades, nunca podremos comprender nuestros compromisos cristianos para con los inmigrantes y refugiados, para con los pobres, con los no nacidos, con los encarcelados, con los enfermos, con el medio ambiente. A menos que conozcamos estas verdades, no sabremos cómo crear una sociedad que sea buena para los seres humanos.
Actualmente, en Occidente, las naciones, las corporaciones y las agencias internacionales están tratando de construir un orden económico y político global que no necesite depender de las creencias sobre Dios ni de los valores y principios religiosos tradicionales.
Pero lo que estamos descubriendo es que cuando perdemos esta idea judeocristiana de un Dios que crea a la persona humana a su imagen, perdemos la base de todos los nobles principios y metas que tenemos en nuestra sociedad. Descubrimos que, a menos que creamos en un Creador que establece valores, no hay fundamento para la dignidad humana, para la libertad, para la igualdad y para la fraternidad.
Para expresar nuestro desafío en los términos más simples: a menos que creamos que tenemos un Padre en el cielo, no hay ninguna razón necesaria para tratarnos unos a otros como hermanos y hermanas en la tierra.
Esa es una de las preocupaciones subyacentes del Papa Francisco en su más reciente encíclica, “Fratelli Tutti”.
En el centro del llamado que hace el Santo Padre se encuentra esa simple y hermosa verdad: que Dios es Amor, que Él es nuestro Padre y que nosotros somos sus hijos, y que él nos llama a formar una sola familia humana y a vivir juntos en el amor, como hermanos y hermanas.
El Santo Padre comprende que muchos de los problemas del mundo son más que un simple fracaso de la política o de la diplomacia. Representan un fracaso de la fraternidad y de la solidaridad humanas. Un fracaso del amor.
Y ese es nuestro desafío y nuestra misión como cristianos, como Iglesia.
Tenemos un deber urgente en estos momentos, especialmente a la luz de la violencia ocurrida la semana pasada en el Capitolio de nuestra nación y de la profunda polarización y divisiones que hay en nuestro país.
Nuestra sociedad ha perdido el rumbo. Estamos viviendo en una sociedad agresivamente secular que ha olvidado la verdad sobre Dios y sobre la persona humana. Esta crisis de la verdad es la causa fundamental del dolor y las dificultades que hay en la vida de muchos de nuestros prójimos. Esto es la causa de muchas de las injusticias de nuestra sociedad.
Pero ustedes y yo, como cristianos, sabemos la verdad.
En este momento, tenemos que dar testimonio de la verdad de que todos somos hijos de Dios, de que hay una grandeza en la vida humana, de que cada uno de nosotros fue creado a imagen de Dios, dotado con los derechos y las responsabilidades dados por Dios y llamado a un destino trascendente.
Como cristianos, debemos ser modelos de una nueva forma de vida: una vida de amor, compasión y cuidado de los demás. Tenemos que trabajar por la dignidad y la igualdad. Necesitamos construir una sociedad en la que sea más fácil para las personas amar y ser amadas.
Como la Madre Teresa nos enseñó, nuestro Dios se llama Amor. Y Él nos llama a cada uno de nosotros a amar.
Por nuestro amor, por la forma en que servimos a nuestro prójimo, por la manera en la que cuidamos unos de otros, especialmente de los débiles y vulnerables, podemos cambiar el mundo. Podemos ayudar a nuestro prójimo a descubrir a este Dios que se llama Amor y a encontrarnos con Él. VN