El mundo es un lugar peligroso para ser cristiano.
La persecución contra los cristianos en todo el mundo es generalizada y es algo de carácter urgente. El orar por la Iglesia perseguida debería estar entre nuestras intenciones diarias. Proteger la libertad religiosa y la libertad de conciencia debería ser una de las más elevadas prioridades de todo gobierno.
Esta semana he estado orando por la Iglesia de Kenia, en donde ha habido una serie de asesinatos y secuestros de sacerdotes. Pero cualquier día, podríamos elegir cualquier parte del mundo y rezar por los cristianos que están siendo perseguidos allí.
Como de nuevo dijo recientemente el Papa Francisco: “Hay más mártires actualmente que en el principio de la vida de la Iglesia y a los mártires se les encuentra por todas partes”.
Ahora que nos estamos preparando para celebrar la solemnidad de Todos los Santos, he estado reflexionando acerca de que el martirio ha sido un “hecho”, una consecuencia del testimonio cristiano, desde el inicio. Podemos leer acerca de la persecución de los cristianos en las páginas del Nuevo Testamento y recordamos a los mártires de todas las épocas en nuestra liturgia y en el calendario de la Iglesia.
No todos estamos llamados a ser mártires. Pero todos estamos llamados a ser santos.
No estamos aquí para deslizarnos a la deriva a lo largo de nuestros días, tan solo respondiendo a lo que se nos presenta a continuación o cumpliendo únicamente con las tareas con las que nos enfrentamos. Dios quiere que nuestra vida, que nuestro viaje a través del tiempo, tengan un propósito y un destino: la eternidad, el cielo, el amor que nunca termina.
Estamos hechos para la santidad de Dios. Y la santidad es para todos, no solo para unos cuantos elegidos. “Esta es la voluntad de Dios: que sean santos”. San Pablo escribió esas palabras para todos nosotros.
Para ser santos, tienen que tomar a Jesús como el sendero para su vida, tienen que vivir como hijos de Dios, conformar su vida, sus pensamientos y palabras, sus acciones y actitudes, de manera que se asemejen cada vez más a la imagen de Jesús, el Hijo de Dios.
De manera práctica, la santidad no consiste en prácticas devocionales, consiste en hábitos del corazón.
Convertirse en santo no es una decisión que se tome una sola vez; es más bien una decisión que se debe tomar muchas veces al día. Es una lucha diaria para superar el “viejo yo”, el egoísmo y el pecado de nuestra naturaleza, y tratar de transformarnos en una “nueva creación”, amando como Jesús amó, sin medida, entregando nuestra vida como un don total a Dios y a nuestros hermanos y hermanas.
Poner tu vida en las manos de Dios, confiar completamente en su amor por ti, luchar por la santidad, se convierte en la aventura de descubrir el significado de tu vida, en toda su belleza y misterio. Descubres así un destino que va mucho más allá de las ataduras y las definiciones limitadas de una sociedad tecnológica y consumista.
Nada de esto es fácil. No hay vida cristiana sin la cruz, sin pruebas y sufrimientos, sin una especie de un diario “martirio del espíritu”.
Nosotros no nos enfrentamos a la persecución del modo como lo hacen los cristianos en otras partes del mundo. Pero en este país estamos viendo cómo, lentamente, nuestras libertades religiosas están siendo erosionadas por un secularismo agresivo que no solo margina la fe y a los creyentes, sino que también está extendiendo la confusión sobre lo que significa ser humano.
Nuestra sociedad necesita de la religión y requiere del testimonio de los creyentes cristianos: de su testimonio de sabiduría, empatía, perdón y misericordia. Parte de la crisis cultural y política que enfrentamos en la actualidad es porque hemos perdido la capacidad de pensar de manera diferente acerca de nuestro futuro, porque hemos perdido todo sentido del horizonte divino de nuestras vidas.
Los santos nos dicen que todo tiempo de crisis es un tiempo de crisis de santos.
Nuestros tiempos llaman a vivir un cristianismo heroico, pero no un heroísmo de grandes discursos o grandes gestos. Hay un heroísmo silencioso y “oculto” en la vida cristiana, que consiste en ser misioneros y apóstoles en las circunstancias de nuestra vida cotidiana, sin preocuparnos por las presiones para conformarnos con nuestra sociedad, sin preocuparnos por lo que los demás puedan decir.
Nosotros cambiamos este mundo al cambiar nuestros corazones y al cambiar la manera en la que vivimos. Estamos llamados a seguir el camino que Dios ha trazado para nuestra vida: las bienaventuranzas, y a vivir por amor a Él y en solidaridad con nuestros hermanos y hermanas, buscando la justicia y la misericordia, siendo portadores de paz.
Jesús fue honesto al decirnos que el seguirlo a Él puede llevarnos a ser falsamente acusados y perseguidos. Siempre es un buen examen de conciencia el preguntarnos a nosotros mismos si estamos preparados para morir por nuestra fe en Él.
Pero Él también nos prometió que nunca nos dejaría, así que vamos con Él, buscando servirlo a Él y a nuestros hermanos y hermanas, confiando en su amor y sabiendo que nos proporcionará valor y fortaleza en nuestra debilidad.
Oren por mí esta semana y yo estaré orando por ustedes.
Y sigamos orando por todos aquellos que están sufriendo y son perseguidos por su fe en Jesucristo.
Que nuestra Santísima Madre esté cerca de ellos y les dé esperanza. Y que ella nos ayude a todos a ser fieles en nuestro esfuerzo por ser santos.