El 19 de marzo celebramos la fiesta de San José, en este Año de San José decretado por el Papa Francisco.

José es mi “patrono” y durante muchos años le he tenido devoción en mi vida diaria. En este año especial y, particularmente durante esta larga pandemia, me doy cuenta de que mi oración y mi reflexión se dirigen con frecuencia a San José.

En la tierra, Jesús llamó padre a San José. Nosotros también deberíamos hacerlo. Nuestro Señor aprendió de San José a caminar, a orar, a trabajar y a amar. Sobre todo, Jesús aprendió de su padre terrenal que el significado y el propósito de nuestra vida humana se encuentra en hacer la voluntad de nuestro Padre celestial.

Cuando Jesús nos enseña a orar diciendo “hágase tu voluntad”, sabemos que él, al ir creciendo, presenció esto todos los días en el ejemplo de su padre adoptivo terreno y, sobra decirlo, también en la vida de María, su madre.

En San José vemos cómo es una vida totalmente dedicada a hacer la voluntad de Dios. Él entregó toda su vida, poniéndola al servicio del plan de salvación de Dios.

Todos nacemos con un papel que debemos desempeñar en el plan divino. No estamos aquí sin motivo. Nuestro Padre celestial nos llama a cada uno por nuestro nombre, somos sus hijos e hijas amados y él nos da un papel para desempeñarlo en la edificación de la familia de Dios —su Iglesia y su reino— en la tierra.

Por eso, el Salvador del mundo vino a vivir una vida humana muy común y corriente en el hogar de María y de José, porque el reino de Dios viene a nosotros, no solo en las guerras y en las grandes luchas de la historia, sino también en las decisiones y detalles de la vida ordinaria: en nuestro trabajo, en nuestra participación en las escuelas, iglesias y comunidades y, de manera muy especial, en nuestros hogares y familias.

El 19 de marzo marca también el comienzo del Año de la “Familia Amoris Laetitia”, que el Papa Francisco ha destinado a que reflexionemos sobre la alegría del amor familiar. Nuevamente, reflexionamos que, en el plan de Dios, la salvación llega a nuestro mundo en la persona de un Niño nacido y criado en una familia humana. El plan de nuestro Señor continúa en el modo como amamos y criamos a nuestras propias familias.

Estamos llamados a servir en todo al plan de Dios, tal como San José lo hizo, con humildad, “escondidos” del mundo. Los líderes políticos y religiosos de su tiempo, el emperador, el rey Herodes, los jefes de los sacerdotes y los escribas, ninguna de estas personas supo quién era San José.

San José solo era conocido por sus vecinos y familiares. Él era el carpintero, el esposo de María, el padre de Jesús. Lo mismo sucede con nosotros. Pocos de nosotros somos conocidos más allá de nuestros círculos de familiares, de amigos y de compañeros de trabajo.

La historia de la salvación se está desarrollando en todos estos lugares, en nuestras relaciones, en los sucesos de nuestros días, en las personas con las que nos encontramos. En todas estas situaciones, Dios quiere actuar a través de nosotros para realizar su plan de salvación. Él actúa a través de nosotros, y Él se da cuenta, —al igual que nosotros— de nuestros miedos, debilidades y carencias.

En “Con un corazón de padre”, esa hermosa y desafiante carta que el Papa Francisco escribió para el Año de San José, el Papa dice: “Al leer los relatos de la infancia... con una lectura superficial... podría uno tener, a menudo, la impresión de que el mundo está a merced de los fuertes y de los poderosos”.

Podemos sentirnos de ese modo en nuestras propias vidas, como si Dios no estuviera a cargo de todo, como si nuestra vida estuviera en las manos de los “expertos”, de las autoridades y de fuerzas que no podemos controlar o ni siquiera influir. Estas tendencias estaban presentes en nuestra sociedad antes de la pandemia. Los largos meses de aislamiento forzado y las órdenes de emergencia sólo han incrementado, en muchos de nosotros, este tipo de sentimientos.

En la vida de San José vemos que incluso en medio de la violencia y del caos de los acontecimientos, Dios continúa actuando para la salvación del mundo y también para nuestra propia salvación.

“De igual modo, nuestras vidas pueden parecer a veces estar a merced de los poderosos”, escribe el Papa Francisco, “pero… Dios siempre encuentra la manera de salvarnos, siempre y cuando nosotros mostremos el mismo valor creativo que tuvo el carpintero de Nazaret, quien supo convertir un problema en una posibilidad, confiando siempre en la divina providencia”.

La confianza en Dios es la clave para vivir con esperanza y sin temor. Tratemos, pues, de vivir como San José vivió, con amor a Jesús y a María y con la intención de hacer la voluntad de Dios en todo. Si, como San José, a veces no entendemos del todo lo que se nos pide, permanezcamos abiertos a la voluntad de Dios y sepamos que Él nos dará el valor para hacer lo que el momento requiere.

Oren por mí y yo oraré por ustedes.

Y pidámosle a María, nuestra Santísima Madre, que ella nos ayude a aprender las lecciones que su esposo, San José, nos ofrece, así como lo hizo su Hijo.