La alegría y calidez que sentimos en Navidad proviene de saber que somos amados por Jesús y que Él quiere compartir su vida con nosotros.
En esta hermosa fiesta, el Dios vivo entra en las tinieblas de su creación caída, en un mundo que, tristemente, parece estar olvidándose de Él. Él viene para hacer brillar una nueva luz, viene como un bebé recién nacido para nacer de nuevo en cada corazón humano.
Se dice que San Francisco de Asís, quien nos regaló la hermosa tradición del nacimiento navideño, se inspiró para ello en la visión mística de un hombre pobre de Greccio, Italia, que vio despertar al Santo Niño en el pesebre cuando San Francisco se acercó a Él.
Para Francisco, esto fue un signo: “El Niño ciertamente dormía en medio del olvido de los corazones”, escribió su primer biógrafo. San Francisco asumió como propia la misión de despertar la memoria de Jesús en estos corazones olvidadizos. Y ésa sigue siendo la misión de la Navidad.
Cuando conocemos a Jesús, todo lo demás pasa a ocupar su lugar: conocemos el significado de nuestras vidas, entendemos nuestras responsabilidades y los propósitos de Dios para el mundo.
Cada día estoy más convencido de que el futuro de la Iglesia, nuestros programas y ministerios, nuestra catequesis y evangelización, nuestra oración, adoración y servicio, todo debe empezar a partir de un nuevo encuentro con Jesús.
Esta Navidad quisiera hacerles un llamado a ustedes y a todos: Permitan que Jesús despierte en su corazón, para que lleguen a hacerse más conscientes de su presencia en la vida de ustedes.
Jesús es real. No es un dios legendario ni un héroe de la historia antigua. Él es verdadero Dios y verdadero hombre y Él es tan real en la vida de ustedes como lo fue en la vida de la Virgen María, de San José y de los apóstoles.
El amor de Él por ustedes es real. En el Credo, decimos que Él vino al mundo “por nosotros y por nuestra salvación”. Decimos que padeció y fue crucificado “por nosotros”.
Ser cristiano es ser un alma maravillada. ¿Se preguntan por qué nosotros somos tan valiosos para Dios? ¿Por qué Él nos ama tanto?
Lo que sucede en la historia de Navidad sucede por ustedes y por mí.
En Navidad, la imagen del Dios invisible, del Creador del universo, se vacía y Él desciende del cielo a la tierra, para convertirse en uno de nosotros, para compartir nuestra humanidad.
Él hace eso por ustedes y por mí. Se vuelve vulnerable, dependiente, toma la forma de un Niño en el seno materno, de un Niño que necesita que San José lo cargue entre sus brazos y que Nuestra Señora lo cuide y lo consuele cuando llora.
Jesús conoce nuestra realidad humana, Él conoce todos los dolores y alegrías, todas las dificultades y bendiciones que experimentamos en nuestra vida diaria. Él tuvo una familia y trabajó para ganarse la vida. Se tomó en serio su fe, oró, asistió a los servicios religiosos y leyó la Biblia. Conoció el hambre y la sed y lo que se sentía estar cansado y ser feliz; sentirse frustrado e incomprendido. Él enfrentó el sufrimiento y la perspectiva de morir como todos lo experimentan: “Mi alma está triste hasta la muerte”, dijo.
Su humanidad está escrita en cada página de los evangelios. Y a través de ella, Él nos muestra su divinidad: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”.
Jesús bajó del cielo por cada uno de ustedes, personalmente. Él los ama tanto a cada uno, que vivió por ustedes, sufrió por ustedes y murió por ustedes.
Él es la palabra de Dios que se hizo carne para habitar entre nosotros. Y como palabra que es, nos está hablando, llamándonos, invitándonos a tener una relación con Él.
“Vengan a mí... aprendan de mí... y encontrarán descanso”. Las palabras de nuestro Señor son hermosas, reconfortantes. Pero son más que eso. Son el punto de partida de una nueva manera de vivir.
Jesús no nos ha dejado. Él es el Emanuel, nuestro Dios que viene para estar con nosotros siempre, hasta el fin de los tiempos. Incluso ahora, podemos acudir a Él, podemos apoyarnos en Él y aprender de Él, podemos seguir sus palabras y su ejemplo y que Él sea el camino de nuestra vida.
Aunque estamos angustiados y preocupados por muchas cosas, Jesús nos dijo que Él es lo único importante, lo único necesario para nuestra vida. Podemos confiar y edificar nuestra vida sobre su promesa.
Jesús es real. Su amor por ustedes es real. Y sus promesas son verdaderas.
Oren por mí esta Navidad y yo oraré por ustedes. Les deseo a sus familias toda la alegría y el sentido del asombro propios de esta temporada santa.
Y le pido a nuestra Santísima Madre María que ella despierte en todos nosotros una nueva conciencia del tierno amor de Dios, para que Jesús nazca nuevamente en nuestros corazones, tal y como nació de ella en Navidad.