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Al orar por la futura Asamblea sinodal, que se celebrará en Roma del 4 al 22 de octubre como parte del Sínodo de tres años sobre la sinodalidad, convocado por el Papa Francisco, he estado reflexionando acerca de la diversidad y vitalidad de la Iglesia de Estados Unidos.

A dondequiera que yo mire, veo una Iglesia viva, joven, que vive de su amor a Jesucristo y que está comprometida en la maravillosa obra de llamar a la gente a seguirlo y a promover su perspectiva sobre la dignidad de la persona humana.

Durante todo el verano, nuestras oficinas diocesanas e iglesias locales de Los Ángeles han estado trabajando con líderes de la ciudad y grupos comunitarios para acoger a la gente que llega en autobús desde la frontera de Texas para solicitar asilo.

Esto es un recordatorio de que en todo el país pueden encontrarse católicos que llevan la delantera en el servicio a los pobres, proporcionándoles alimentos, vestidos, alojamiento y otros tipos de asistencia.

Las agencias de Caridades Católicas hacen gran parte de este trabajo, con la ayuda de una red de voluntarios comprometidos. Pero hay también muchos otros grupos y órdenes religiosas independientes que los apoyan.

En Los Ángeles tenemos la bendición de contar con órdenes de ese tipo, como son las Misioneras de la Caridad, los Amantes de la Santa Cruz y los Frailes y Hermanas de los Pobres Jesucristo, entre tantas otras que sirven a los más pobres de entre nosotros.

Aquí en Los Ángeles al igual que en todo el país, los católicos también están trabajando para encontrar soluciones políticas y cambios culturales que promuevan la dignidad humana y la justicia social.

Existen católicos que hacen importantes contribuciones en los debates sobre cómo lograr que las políticas públicas ofrezcan un mayor apoyo a las parejas casadas y a las familias. Hay católicos que están realizando trabajos creativos para difundir las enseñanzas profundas de la Iglesia acerca de la belleza de la sexualidad dentro del plan de Dios.

Muchas personas y grupos de apostolados más pequeños están dando pasos audaces para proclamar el mensaje de la Iglesia para la persona humana, no sólo en áreas como el del cuidado tutelar de menores y la adopción, sino también en sectores como son el de la reforma de la justicia penal, la vivienda asequible, la reforma migratoria y la mejora de los salarios y condiciones para los trabajadores.

Es también una fuente de esperanza para mí el liderazgo católico que, mediante toda una serie de iniciativas, promueve nuevas formas de pensar sobre nuestro sistema de atención médica, especialmente en lo que se refiere a las mujeres y niños vulnerables.

La energía y la vida de la Iglesia estadounidense brota de la fuerza y diversidad de los laicos y de tantos apostolados, que complementan el eficiente trabajo de las parroquias, de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos y de tantas otras instituciones de la Iglesia.

En la Iglesia estadounidense podemos realmente ver el florecimiento de la idea del Concilio Vaticano Segundo sobre el llamado universal a la santidad y el deber de los cristianos bautizados de ser discípulos, utilizando sus talentos para llevar las enseñanzas de la Iglesia a toda área de nuestra sociedad y cultura.

Recientemente, tuve la bendición de pasar un tiempo con miembros de dos apostolados que ayudé a fundar hace años.

El primero es Endow, que capacita a las mujeres para que vivan su auténtica vocación dentro de la Iglesia, es decir, lo que San Juan Pablo II llamó “el genio femenino”.

La otra es la Asociación Católica para el Liderazgo Latino, que les proporciona a los hispanos las herramientas para que aporten su fe y sus tradiciones a los negocios y asuntos cívicos.

Me complace ver que estos apostolados están ya bien establecidos en las diócesis de todo el país. Esto es otro reflejo del celo evangélico que hay en la Iglesia de Estados Unidos.

Podríamos señalar muchas cosas más: la fidelidad de los obispos de Estados Unidos, la dedicación de nuestros sacerdotes, la notable calidad de los hombres que están en nuestros seminarios, el florecimiento de la educación católica en todos los niveles, los múltiples medios de comunicación y editoriales católicas.

Podríamos también poner el ejemplo de tantos programas y apostolados de educación religiosa que están trabajando para ayudar a los jóvenes a crecer en su amor a Jesús y en su conocimiento de la fe. Estamos dando también grandes pasos en este país para cumplir el llamado del Vaticano II a la renovación bíblica, para que nuestro pueblo sea iluminado y fortalecido por la palabra de Dios.

El Papa Francisco nos ha invitado a aumentar las contribuciones de las mujeres dentro la Iglesia. Y es sorprendente cuántos de los católicos más exitosos e influyentes de Estados Unidos son mujeres laicas, y cuántas mujeres son líderes de opinión dentro de la Iglesia de Estados Unidos.

La fe se está viviendo en nuestros hogares y en nuestras parroquias. Todos los días me siento admirado por los hombres y mujeres jóvenes que viven su amor a Jesús dentro de una cultura difícil, que se han comprometido a crecer en santidad, a formar familias sólidas y a glorificar a Dios con la vida que llevan.

Cuando pienso en la perspectiva del Papa Francisco sobre la sinodalidad, son este tipo de cosas las que me vienen a la mente. ¡Y me parece que hay tantas cosas que nos llenan esperanza! Nos estamos preparando para una nueva primavera de la evangelización.

Oren por mí y yo oraré por ustedes.

Y pidámosle a Santa María, nuestra Madre Santísima, que nos mantenga siempre fieles a su Hijo, y que nos dé siempre el valor de hablar de su amor.VN